Julio Verne
Julio Verne
Jorge Paredes Laos

La historia había aparecido por entregas un año antes, pero a fines de enero de 1873 se publicó en libro. La novela había causado tal revuelo que muchos tomaban el relato como cierto. Incluso se dice que representantes de compañías navieras visitaban a Julio Verne para ofrecerle ofertas para que Phileas Fogg y su criado Passepartout —los dos héroes de la ficción— pudieran viajar en sus embarcaciones. Eran los tiempos en que se inauguraba el canal de Suez, se abrían rutas marítimas surcadas por barcos a vapor y se trazaban líneas férreas que atravesaban las estepas, los desiertos y las regiones heladas del globo. Eran también las épocas del telégrafo, el fonógrafo, el teléfono y la electricidad, inventos que transformaban la vida de las grandes ciudades. Entonces, dar la vuelta al mundo no solo era posible, sino podía ser un viaje planificado al detalle.

Eso fue lo que hizo Phileas Fogg, un inglés fanático del whist, que desayunaba todos los días a las ocho y veintitrés y se afeitaba a las nueve y treinta y siete con agua calentada a 86 grados Fahrenheit. Solo él podía calcular un viaje tan extraordinario y milimétrico: pensó que, si salía de Londres en ferrocarril y tomaba el vapor a Suez; luego, el tren de Bombay a Calcuta; y se embarcaba en Hong-Kong hacia Yokohama; y de ahí cruzaba el océano Pacífico hasta San Francisco, demoraría 64 días. Después, en siete días más atravesaría Estados Unidos en ferrocarril hasta Nueva York y en otros nueve volvería a Liverpool y Londres. Segurísimo de sus cálculos, apostó su fortuna a sus amigos del Reform Club. Iba a dar la vuelta al mundo en 80 días.

Esa misma noche, 2 de octubre de 1872, inició su alocado periplo. Claro que Mr. Fogg no sabía que iba a ser perseguido por un detective, que lo creía un ladrón de banco; o que una línea férrea en la India no estaba concluida y tendría que viajar en un elefante. Además, en medio del trayecto, salvaría a una bella joven de ser quemada viva.

Testimonios

En la novela, Verne puso a prueba todos sus conocimientos de geografía, husos horarios e ingeniería naval. “Aunque hayan cambiado muchas cosas, sus novelas siguen siendo actuales por su visión adelantada, creativa, pero sobre todo vanguardista, en un siglo extraordinario, el XIX, heredero de la Ilustración y de toda una construcción cultural y científica, con avances en todos los campos del saber”, dice el escritor, guionista y periodista de misterio José Güich.

Y aunque el autor francés no viajó tanto, sí leyó tratados científicos y revistas. “Su conocimiento de la idiosincrasia de los pueblos era impresionante —comenta Güich—, y al retratar a Phileas Fogg como un flemático y calculador caballero inglés y a su ayudante como un apasionado francés contrasta dos maneras de ver y estar en el mundo, y el resultado es memorable: Fogg y Passepartout forman una pareja tan inolvidable como el Quijote y Sancho Panza”.

El crítico y literato Agustín Prado, por su parte, destaca que “el libro entra en el corpus de las novelas de aventuras y ha influido en toda una generación de escritores que crecieron leyendo a Verne, Stevenson, Dumas y Salgari”. “Uno de ellos —precisa— fue Cortázar, quien parodió el título en La vuelta al día en ochenta mundos”.

Adaptaciones

Y si de adaptaciones se trata, Prado recuerda una serie animada de 1972 que vio de niño en canal 7. Sin embargo, la película más célebre basada en el libro se estrenó en 1956, con David Niven (Fogg) y Cantinflas (Passepartout o Picaporte, en español), quien se luce como torero bufo. El film recrea un viaje en globo a España que no figura en la novela original. Según el escritor de ciencia ficción Daniel Salvo esta cinta juega al exotismo y explota el género romántico. Él recuerda más otra adaptación de 2005 con Jackie Chan como protagonista. “Es más una comedia —comenta— y Chan como Passepartout demuestra ser un payaso histriónico que lucha contra unos enemigos chinos. Es una aventura desaforada, a diferencia de la película de 1956″.

Aunque el mundo que traza Verne es mayormente el del hemisferio norte y los dominios británicos de ultramar del siglo XIX, el viaje de Fogg y Passepartout ha quedado en la memoria como la realización de una utopía. Hoy, como puede suponerse, recorrer el planeta ya no toma 80 días, sino es cuestión de horas, como lo demostró —otro excéntrico—, el millonario Steve Fosset en 2005, quien demoró 67 horas en dar la vuelta al globo en avión, sin hacer escalas ni siquiera para llenar combustible.

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