El arquetipo zombi: Caminante, no hay camino
El arquetipo zombi: Caminante, no hay camino
Alessandra Miyagi

Por Alessandra Miyagi 

El lugar es indeterminado. El año también, y no importa. Es el día después del fin de nuestra historia, el momento que se vuelve eterno porque el tiempo se ha vaciado de vida. Atrás quedaron las grandes ciudades que les ganamos a la tierra, los avances tecnológicos y las conquistas en el plano cultural. Ya no se ven más autos circulando ni viandantes en las calles; ahora estas han sido tomadas por hordas de cadáveres putrefactos que avanzan con torpeza entre los escombros de la civilización. Guiados únicamente por un apetito voraz por carne humana, estos autómatas vagan sin rumbo, sin fatiga, sin miedo. Las pocas personas que quedan están atrincheradas en cárceles, edificios, cuarteles o en cualquier espacio cerrado y macizo. Desesperados, buscan saciar sus necesidades más básicas, y en la mente ya solo guardan la humilde ambición de sobrevivir. Solo los más osados conservan la esperanza de recuperar el mundo que conocieron, un mundo hecho a la medida del ser humano, un mundo donde la vida y la muerte respetaban su acuerdo tácito.
   Todo empezó, como suele suceder en estas historias, con un científico brillante cuyo corazón repleto de buenas intenciones lo indujo a crear un suero, una medicina o un virus que lograse curar enfermedades y arrancar al ser humano de las rígidas leyes naturales. Y lo logró.
   
Puede que el experimento se haya salido de control; puede que el suero haya caído en manos viles; tal vez el científico sucumbió a la arrogancia al saberse un pequeño dios; o quizá, por el contrario, su ingenuidad no le dejó prever la serie de consecuencias siniestras que traería suprimir a la muerte de la ecuación. Pero lo cierto es que la cura se convirtió en una plaga que, efectivamente, consiguió sustraer al hombre de las leyes de la naturaleza, de su propia naturaleza. La deshumanización es el precio que se paga por la inmortalidad de la carne.

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Esta es, a grandes rasgos, la línea argumental que siguen todas las historias de apocalipsis zombis. Pero ¿qué pasaría si esta escena lograra traspasar la pantalla del cine, de la televisión, o las páginas de los libros y cómics y se colara en nuestra realidad?
   Hace un par de semanas, la empresa norteamericana Bioquark Inc. recibió autorización oficial del Instituto Nacional de Ciencias de Salud Ambiental de Estados Unidos y la India para realizar experimentos con pacientes declarados clínicamente muertos. El proyecto, bautizado como ReAnima, consiste en regenerar parte del cerebro de aquellas personas cuyo sistema nervioso central carezca de actividad, pero que sigan conectados a aparatos de soporte vital. Si bien Iro Pastor, director de ReAnima, ha declarado que no pretenden revivir a los sujetos de experimentación, sino que el objetivo es obtener mayor información sobre el funcionamiento del cerebro con el fin de encontrar un tratamiento efectivo para pacientes que se encuentran en coma o que padecen enfermedades neurodegenerativas, y solo eventualmente encontrar una solución a la muerte cerebral; desde su anuncio, el proyecto ha levantado las sospechas de la comunidad científica y de la población mundial, quienes además de dudar de la efectividad del tratamiento, cuestionan su validez ética: en caso de surtir efecto, ¿estas personas serían las mismas que fueron antes de morir? ¿Conservarían sus recuerdos y personalidad? ¿Seguirían siendo humanas? ¿Hasta qué punto? En todo caso, de tener éxito, se estaría creando, literalmente, el primer zombi de laboratorio, y nos acercaríamos a una de las distopías más populares de todos los tiempos.

Atracción fatal
Desde su aparición como tal, en "La noche de los muertos vivientes" (1968) de George A. Romero, el arquetipo del zombi ha seguido cautivando los impulsos tanáticos de millones de espectadores y lectores de todo el mundo, debido a que pone en marcha una serie de tópicos universales como el del memento mori —frase latina que nos advierte sobre la mortalidad como condición inherente del hombre— y la hybris —concepto griego que alude a la desmesura y soberbia de los actos humanos cuando estos intentan trasgredir los límites impuestos por los dioses—. Así, se han creado innumerables películas, series de televisión, novelas, cómics, videojuegos y hasta “marchas zombis”, donde los fanáticos se disfrazan de estas criaturas por puro gusto. Pero, sin duda, la que ha marcado un hito en el género es "The Walking Dead", la primera serie de televisión inspirada en el zombi —que ya va en su sexta temporada televisiva, y que debido a su éxito masivo, ha presentado una precuela llamada "Fear the Walking Dead" y un spin off, "Fear the Walking Dead: Flight 462"—.
    Desde el principio de los tiempos, el instinto de conservación ha hecho que el hombre se obsesione con la idea de la muerte y con la manera de superarla. El zombi nos recuerda que todos vamos a morir, pero al mismo tiempo nos dice que si intentamos exceder nuestros límites, un castigo atroz nos esperará en medio del camino. Porque entendemos que la vida necesita de la muerte o esta simplemente deja de serlo; y el zombi encarna, justamente este estado de indeterminación problemático.
   
Por otro lado, como afirma el filósofo español Jorge Fernández, autor del libro "Filosofía Zombi", este también refleja y ordena nuestras inquietudes colectivas. El zombi se presenta como una escalofriante y hedionda alegoría de las miserias producidas por nuestras sociedades: el hambre, la guerra, la explotación, la destrucción del medio ambiente. Todos estos escenarios apocalípticos nos enajenan y degradan a una condición infrahumana, donde la pérdida del albedrío, de la capacidad de raciocino, del anhelo espiritual, del alma, etc., ceden su lugar a los impulsos más salvajes y nos retrotraen a un estadio de primitivismo donde las reglas de la convivencia no tienen cabida, y donde diariamente se libra una batalla por los recursos y la supervivencia, abriendo la puerta a conductas tabúes como la antropofagia y el asesinato indiscriminado. Así, el zombi refleja nuestro temor al Otro, a lo no-humano, a la bestia en potencia que, finalmente, acecha dentro de todos nosotros. Porque el zombi, antes de serlo, fue un hombre como cualquiera. Basta un desajuste en las condiciones de vida para que el monstruo emerja y haga colapsar nuestro mundo. El zombi nos confronta con una pregunta fundamental: ¿en qué podemos convertirnos en los momentos críticos?

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