El domingo 15 de marzo por la noche se decretó el cierre total de todas las actividades públicas. El mundo de las artes debió cerrar sus puertas, pero abrió una ventana que nos ha permitido vivir acompañados por obras de teatro, conciertos, musicales, lecturas interpretadas, espectáculos de títeres, cuentacuentos y un largo etcétera.
Casi desde el inicio de la cuarentena, los espacios culturales nacionales e internacionales como la Tarumba, el Británico o el Centro Cultural PUCP abrieron sus archivos para mostrar las producciones realizadas a lo largo del tiempo en diversas plataformas. Ese fue el primer paso, y el vínculo entre público y artista se fortaleció. El arte estuvo presente y compartió los momentos que la virtualidad hizo posible. Luego, el espíritu creador haría lo suyo, y comenzaron a aparecer una serie de espectáculos nacidos desde el encierro: música, canto, poesía, teatro, entre otros, que desde el ciberespacio nos ofrecieron la posibilidad de entender y aceptar aquello que estaba pasando. El arte se convirtió en un espacio de encuentro en el mundo virtual. El público quería decir, quería contar, quería escuchar, quería ver y participar, y ese espacio ya existía. Solo había que tomarlo.
En los últimos días, he tenido la oportunidad de ver nacer espectáculos porque lo que ha hecho el encierro es exacerbar el espíritu creador. El resultado son espectáculos creados desde y para la virtualidad, que están siendo consumidos desde diversas plataformas, y que involucran la compra de entradas y, en algunos casos, las “pasadas de sombrero” virtuales.
De diversas latitudes
El público ha respondido tanto a las iniciativas gratuitas como pagadas. El Gran Teatro Nacional (GTN) publicó hace unos días un informe sobre el consumo de sus espectáculos desde el inicio de la cuarentena. Los resultados fueron sorprendentes, ya que desde el 12 de mayo han logrado que 40.005 espectadores accedan a sus contenidos en la plataforma GTN en vivo. Lo interesante es el que las diversas plataformas online le han permitido llegar a públicos de regiones como La Libertad, Arequipa, Cuzco y Lambayeque, y a ciudadanos de otras latitudes, como España, Estados Unidos, México, Argentina y Colombia.
Desde el inicio de la cuarentena, más de 40.000 personas han visto los espectáculos online del GTN. El 54 % de los espectadores fueron hombres y el 46 %, mujeres. Los Productores y La Plaza han podido hacer llegar sus obras a públicos de ciudades tan distantes como Sídney y Madrid.
Esta es una oportunidad sin precedentes que permite a peruanos y otros hispanohablantes encontrarse con la cultura del país. En cuanto a otras experiencias, Los Productores y La Plaza también han podido llegar con sus obras, a través de la plataforma Zoom, más allá de las fronteras del Perú: sus entradas han sido adquiridas por habitantes de ciudades tan distantes como Sídney o Madrid. Sin embargo, hay un dato aparentemente contradictorio que llama la atención: en el caso del GTN, la asistencia fue en un 54 % masculina y un 46 % femenina; en el caso de Los Productores, el 80 % de los asistentes fueron mujeres y el 20 % fueron hombres; y, en el caso de La Plaza, el 60 % lo constituían mujeres y el 40 %, hombres. Según información brindada por la productora La Sangre Live, que ha iniciado sus actividades hace pocos meses y que difunde sus obras desde Instagram Live creando cuentas para los personajes de sus historias, el consumo es igualitario, es decir, 50 % de hombres y 50 % de mujeres
Según el informe del GTN, se trata, además, de público —en su mayoría— joven, cuya edad fluctúa entre los 18 y 34 años (cifra que no contrasta demasiado con la brindada por La Sangre Live, que abarca a personas entre los 20 y los 45 años). Se ha generado un debate en torno a si estas propuestas escénicas, en su mayoría, podrían llamarse teatro. Posiblemente no, pero es lo que tenemos y podremos tener en los próximos meses. Quienes piensen que las propuestas online tendrán vigencia y público mientras no podamos volver a los espacios escénicos están equivocados. Las cifras demuestran que existe una avidez por consumir este tipo de propuestas sin los límites del aforo y, sobre todo, sin los límites geográficos. Es una oportunidad que el medio escénico, tan dolido por la falta de posibilidad de trabajo presencial, ha tomado por asalto y no la va a dejar ir.