Por Alessandra Miyagi
Dicen que nació en 1974, o en 1975, o en 1978, en Bristol, Inglaterra; que tiene un diente y un arete de plata; que fue a principios de la década del noventa cuando empezó a pintar sus primeros grafitis; que antes de hacerse conocido en el mundo del arte trabajaba como carnicero; que más que un artista es un vándalo; que de chico leyó demasiadas historietas de superhéroes y que por eso está obsesionado con combatir a los grandes villanos de nuestra era —el capitalismo salvaje, el totalitarismo, el cambio climático, etc.—, pero siempre resguardado tras la máscara del anonimato.
Una cosa es segura: Banksy es el artista urbano más famoso del mundo, y el más polémico de todos. Alrededor de 1993, sus grafitis comenzaron a aparecer repentinamente en los vagones de los trenes y las paredes de Bristol. Y desde entonces no ha dejado de ‘manchar’ las calles y museos de metrópolis y poblados en los cinco continentes con sus dibujos a mano alzada y esténcil, panfletos, esculturas e instalaciones temporales, en los que señala con un humor corrosivo las perversiones y falencias del sistema social y político occidental.
Una muñeca inflable vestida como prisionera de Guantánamo al lado del Big Thunder Mountain Railroad en Disneyland (California, 2006); un niño con una lata de pintura roja entre las manos y a su lado las palabras “recuerdo cuando todo esto estaba lleno de árboles” (Detroit, 2010); el busto de un “Cardenal del pecado” con el rostro pixelado como denuncia tras el escándalo de los abusos sexuales cometidos por la Iglesia católica (Walker Art Gallery, Liverpool, 2011); una niña con el rostro cubierto por lágrimas causadas por una bomba lacrimógena como crítica a la situación de los refugiados en Europa (frente a la Embajada francesa en Londres, 2016); y muchas, muchas ratas son algunas de las piezas que han causado mayor revuelo y lo han llevado a ocupar un lugar prominente en el círculo artístico internacional.
Así, poco a poco, el seudónimo de Banksy empezó a ser nombrado por más personas, con admiración y con desprecio en igual medida. Luego de la serie de nueve dibujos que hizo en el muro West Bank en Israel (2005), el valor de sus piezas subió abruptamente —“Space Girl and Bird” (2007), su obra más costosa hasta ahora, fue subastada por £288.000—, y entre sus compradores destacan celebridades como Christina Aguilera, Brad Pitt y Angelina Jolie. Posteriormente, en el 2010, su primer largometraje, "Exit Through the Gift Shop" —estrenado en enero de ese año en el Festival de Sundance—, fue nominado al Óscar como mejor documental y, aunque no ganó el premio, el hecho ayudó a consolidar su fama, tanto que en 2010 la revista Time lo nombró una de las 100 personas más influyentes del mundo. Junto a una serie de empresarios, científicos, artistas y líderes políticos —como el expresidente de Brasil Lula da Silva; el cofundador de Apple, Steve Jobs; el ya presidente de los EE.UU. Barack Obama; y la cantante Lady Gaga—, apareció un retrato inusual, discordante: un hombre blanco relativamente joven, vestido con una sudadera gris, los brazos cruzados frente al pecho y una bolsa de papel que le cubría por completo la cabeza.
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Son pocos los que han podido entrevistarlo, y son menos aun los que saben quién es en realidad. Algunos creen que tras la bolsa de papel se esconde un sujeto de unos 40 años llamado Robin Banks, o Robert Banks, o Robin Gunningham; otros, en cambio, opinan que Banksy es una mujer; o que simplemente no existe, que se trata en realidad de un personaje creado por un colectivo de artistas que utiliza el anonimato como una estrategia de marketing y como un chaleco antibalas contra la Policía y demás agentes del orden público, quienes siguen considerando el grafiti como un acto de vandalismo.
Sea como sea, el hecho es que por más de una década Banksy ha conseguido despistar a los curiosos y entrometidos —incluso cuando en el 2015 inauguró Dismaland, una gigantesca exposición colectiva ubicada en Somerset, Inglaterra, que parodiaba el famoso parque temático norteamericano, y que recibió en promedio unos 4.000 visitantes al día durante poco más de un mes—; además, según él mismo declaró en el 2009 a la revista Swindle, no piensa hacer nada para cambiar la situación, todo lo contrario: “No tengo ningún interés en revelar jamás mi identidad. Creo que ya hay suficientes imbéciles tratando de mostrar sus pequeñas caras horribles tal como son”.
Y aunque muchos de sus seguidores afirman que prefieren conservar el enigma de su identidad entre las sombras más espesas, las especulaciones en torno a este tema nunca cesaron. Se cuenta que hace unos años, cuando Banksy se encontraba en Los Angeles, ordenó una pizza y, luego de comerla, tiró la caja con restos de anchoas en un tacho de basura. Una semana más tarde, la misma caja apareció en eBay y fue vendida por $102 con la promesa de ofrecer una muestra de ADN. Asimismo, en el 2008 el diario británico Daily Mail desplegó una investigación exhaustiva en la que consiguió acercarse, más que nadie hasta entonces, al elusivo artista. A partir de una imagen tomada en el 2004 por el fotógrafo jamaiquino Peter Dean Rickards, quien aseguró que el sujeto retratado era ni más ni menos que Banksy, el equipo del Daily Mail entrevistó a docenas de artistas con quienes se sabía Banksy había tenido contacto, y un nombre emergió: Robin Gunningham. Luego siguieron las entrevistas a los amigos, compañeros de piso, colegas y hasta a los supuestos padres del sospechoso, quienes negaron reconocer al hombre de la fotografía. Nunca se encontraron pruebas concluyentes ni se pudo localizar a Gunningham, quien desde hace más de diez años no cuenta con un número telefónico ni con una dirección de residencia registrada en el directorio de Londres.
Los reflectores se posaron nuevamente en Gunningham cuando un equipo de científicos forenses de la Queen Mary University, encabezado por un biólogo y un experto en criminología, publicó el 3 de marzo un artículo en el Journal of Spatial Science en el que afirmaron haber hallado evidencia que conecta a estos dos individuos, el “sospechoso” y el artista. Utilizando el proceso mixto de Dirichlet, un modelo estadístico para la creación de perfiles geográficos desarrollado por la criminología, el equipo tomó nota de las ubicaciones precisas de más de 190 piezas de Banksy dispersas por Bristol y Londres, y logró identificar siete “puntos calientes” o lugares por los que el artista se mueve regularmente, entre los que se cuentan un pub, un parque, un apartamento en Bristol y tres residencias en Londres. Al comparar estos patrones espaciales con la información pública disponible, el nombre que salió a la luz ocho años atrás volvió a aparecer: Robin Gunningham.
Si bien, como era de esperarse, Banksy y su agente Steve Lazarides negaron en ambas oportunidades cualquier vínculo con la fotografía y con Gunningham; y, pese a que la investigación ha sido cuestionada por el experto en ciencias criminales de la University College de Londres, Spencer Chainer, para quien el método usado no cumple con los estándares habituales pues no toma en cuenta otros factores como las fechas en las que las piezas fueron pintadas; varias personas, como el agente antigrafiti Colin Saysell, el reportero de The Guardian Simon Hattenstone y la corresponsal de The Post Elizabeth Wolff, identificaron al artista con el retrato de Gunningham del 2004.
Quizá en los próximos días recibamos mayores noticias sobre el esquivo Banksy, o tal vez el misterio de su identidad nunca se esclarezca, pero la duda seguirá ahí, incomodando tanto como cada cosa que se relaciona con él.