Pisco, 21 de octubre de 1820. Ese día José de San Martín anunció la creación de la bandera a una nación todavía inexistente: “Se adoptará por bandera nacional del país —decía el decreto— una seda, o lienzo, de ocho pies de largo, y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales; con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un Sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo”.
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Se sabe que el nuevo emblema comenzó a ser difundido inmediatamente a través de dibujos y acuarelas conforme las tropas de Arenales avanzaban por la sierra y la escuadra libertadora, comandada por Lord Cochrane, tomaba las ciudades de la costa norte.
La única acuarela de la primigenia bandera sanmartiniana que ha sobrevivido a los años es una firmada en Huaura, el 20 de diciembre de 1820, y comúnmente atribuida a Charles Chatworthy Wood, un inglés que era dibujante de la expedición libertadora, la cual se conserva en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Sin embargo, no es improbable que la autoría de este dibujo fuera del propio San Martín, como sostiene el historiador Juan Fernández del Valle, quien afirma que el libertador argentino solía dibujar marinas y acuarelas.
Participación de la mujer
Lo cierto es que, en esos meses finales de 1820, se buscó reemplazar los emblemas virreinales por los símbolos patriotas, y la bandera ocupó un lugar privilegiado en eso que el historiador Pablo Ortemberg llama “políticas de símbolos”.
Las declaraciones de independencia en Trujillo, Piura y Lambayeque —sucedidas entre fines de 1820 e inicios de 1821— se hicieron ya con banderas o estandartes que seguían el modelo oficializado por San Martín.
Uno de estos estandartes —el usado en la declaración de Piura— se conserva en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. Es el más antiguo que existe. Lo más llamativo, aparte de su diseño cruzado, es la inscripción “Libertad y Unión” y la figura central de un sol.
Un símbolo patriótico muy extendido en la época, como refiere Daniel Guzmán Salinas, historiador del área de investigación del referido Museo. “El sol es el símbolo de la revolución de mayo de 1810 —dice Guzmán— que marcó el inicio del proceso de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (hoy Argentina), y aparece también, con variaciones, en la bandera de Uruguay. En este estandarte [de Piura] se muestra, definitivamente, el sol de mayo, un símbolo revolucionario de la época”.
En la confección de estos iniciales símbolos patrios participaron activamente las mujeres. En el ensayo “Los fabricantes de emblemas. Los símbolos nacionales en la transición republicana. Perú 1820-1825”, la historiadora Natalia Majluf entrega algunos datos precisos: “En Trujillo, la bandera fue bordada por Micaela Cañete de Merino y exhibida el 28 de diciembre en la sala de su casa, donde algunos jóvenes trujillanos le hicieron guardia solemne. (…) La bandera más grande fabricada por la señora Cañete fue izada en el cabildo al arriarse la bandera española. Esta enseña no ha sobrevivido, pero ha llegado a nosotros la que fue usada a los pocos días en la declaración de la independencia de Piura. Confeccionada por Manuela de Váscones y Taboada de Seminario”.
El cuento de Valdelomar
Sin embargo, hay hechos que no se pueden determinar con exactitud: ¿Por qué el libertador eligió los colores blanco y rojo y el diseño cruzado para nuestra bandera? La respuesta más difundida es aquella que dio el historiador Mariano Felipe Paz Soldán en 1868, citado por Pablo Ortemberg en “Rituales de poder en Lima (1735-1828)”: “El blanco era el color de la tropa rioplatense y el rojo de la tropa chilena; combinando los dos, San Martín quiso homenajear a la Expedición Libertadora”.
Es probable que esta explicación resultara muy simple para un hecho tan simbólico como la creación de una bandera, entonces se impuso el relato popular y la ficción. Ahí surge el cuento de Abraham Valdelomar “El sueño de San Martín”, publicado en 1917, casi un siglo después de sucedidos los hechos. Se trata de una ficción oficializada a partir de su difusión en los textos escolares.
Lo que el escritor iqueño narra es el cuento de una revelación. Dice que el libertador, tras desembarcar en Pisco, se quedó dormido al pie de una palmera, y soñó con “un gran país, ordenado, libre, laborioso y patriota”, que tenía “una bella bandera, sencilla y elocuente que se agitaba con orgullo sobre aquel pueblo poderoso”.
Cuando San Martín abrió los ojos, fue sorprendido por “una bandada de aves de alas rojas y pechos blancos de armiño” que se elevaba de un punto cercano hacia el norte.
En el cuento, el libertador argentino le dijo a su jefe de estado mayor Las Heras, refiriéndose a las aves: “Son una bandera, la bandera de la libertad que acabamos de sembrar”.
Así los flamencos o parihuanas han quedado fijados en la memoria popular como los que inspiraron nuestra bandera.
Al respecto, Daniel Guzmán encuentra un anacronismo: “Por su esquema de colores estos se parecen más a la bandera actual que a la creada por San Martín”. Ciertamente, la bandera cruzada de San Martín no flameó por mucho tiempo en los agitados cielos independentistas. En marzo de 1822, José Bernardo de Tagle cambió las franjas rojas cruzadas por las horizontales y dos meses después por las verticales. La bandera, tal como la conocemos, quedó establecida por decreto el 25 de febrero de 1825. Era ya la época del gobierno de Simón Bolívar.
Dato: La restauración
En agosto de 2008, por encargo del Fondo Pro-Recuperación del Patrimonio Cultural del BCP, se iniciaron los trabajos de restauración del único estandarte nacional de la época de San Martín que se conserva, los cuales fueron realizados por el equipo del Taller de Conservación de Textiles del MNAAHP, bajo la jefatura la arqueóloga Carmen Thays.
“Primero se hizo una evaluación de los daños —cuenta—. La parte externa que era una tela de seda estaba casi deshecha. Entonces, lo que hicimos fue encapsular el estandarte con una tela muy delgada, también de seda, llamada crepelina. Cualquier proceso de intervención que se hiciera tiene que ser reversible porque la idea es que en los próximos años, si la tecnología avanza más, se puedan realizar nuevas y mejores intervenciones”.
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