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Cambio de piel: un repaso por la historia del tatuaje - 1
Alessandra Miyagi

En junio de 1875, poco antes de hacerse conocido mundialmente como “el mago de Melo Park”, un hombre de 28 años trabajaba obsesivamente en un dispositivo que, según él, revolucionaría el trabajo editorial. La idea era sencilla: crear un mecanismo de impresión autográfica que reprodujese a gran escala documentos y dibujos hechos a mano. El sistema estaba conformado por un soporte de hierro fundido con un inserto de madera, una prensa plana con un rodillo de tinta y una especie de lápiz eléctrico alimentado por una batería de celda húmeda. Sin duda, el elemento más importante e innovador de todo el mecanismo era el lápiz, un cilindro metálico del mismo tamaño y forma que uno común, pero en cuyo interior funcionaba un diminuto motor que impulsaba los movimientos de un fino estilete que perforaba —entre 50 y 3.000 veces por minuto—, a medida que la persona fuese haciendo trazos a mano alzada, un papel parafinado que luego sería utilizado como matriz para duplicar el documento cuantas veces se quisiera.

Y aunque el invento fue patentado el año siguiente, y llegó a ser producido y comercializado en los Estados Unidos, este no gozó de la acogida que su creador esperaba. Thomas Alva Edison, el genio detrás de los grandes avances tecnológicos que impulsaron el desarrollo de la industria moderna global, no contó con la creciente popularidad que alcanzaría la recientemente mejorada máquina de escribir Sholes & Glidden, que consiguió reemplazar los manuscritos por textos mecanografiados. No obstante, 15 años después, el fallido invento de Edison sería exhumado de las profundidades de un depósito para contribuir con el vertiginoso avance de una disciplina muy diferente. 

Hacia 1846, el inmigrante alemán Martin Hildebrandt había inaugurado en Nueva York el primer estudio de tatuajes de Occidente. Desde entonces y durante la Guerra Civil estadounidense, este arte corporal fue ganando reconocimiento, especialmente entre los militares y marineros; sin embargo, los artistas aún no habían encontrado un artefacto que les permitiera imprimir sus creaciones en la piel humana con la rapidez y precisión necesarias. Fue así que, tras una serie de experimentos con diferentes aparatos y técnicas, el artista Samuel O’Reilly se topó con el viejo prototipo de Edison. Luego de unas ligeras modificaciones, como el reemplazo del estilete por varias agujas hipodérmicas de acero inoxidable y la incorporación de un depósito para la tinta, en diciembre de 1891 O’Reilly patentó la primera máquina eléctrica para tatuar del mundo. Luego de esta siguieron muchas otras, hasta llegar al modelo más utilizado en la actualidad: la máquina de bobina, que apareció en Londres tan solo 20 años después. 

— La tinta con sangre entra —

Igual que el prototipo de Edison, la máquina para tatuar puede hacer entre 50 y 3.000 incisiones por minuto. Solo que, en lugar del papel parafinado, la superficie que recibe los embates de las agujas —las cuales tienen una longitud de entre 0,3 milímetros y 15 centímetros— es nuestra piel; específicamente, la dermis. Esta capa subcutánea se encuentra aproximadamente a un milímetro de profundidad por debajo de la epidermis, y aloja las células y estructuras nerviosas que se encargan de transmitir estímulos como la presión, el frío, el calor, el dolor o el escozor al sistema nervioso periférico. Es decir, es un área altamente sensible. “Se siente como una especie de corte o de quemadura, pero el sacrificio vale totalmente la pena. Dependiendo del tamaño del tatuaje, el dolor y las molestias pueden durar dos días o extenderse por más tiempo”, cuenta el artista Andrés Makishi, quien participará en la Inti Tattoo Expo. 

Ser tatuado es un proceso tan gratificante como tortuoso que puede durar unos cuantos minutos o dilatarse por varias horas y sesiones, según las dimensiones y la complejidad del diseño, así como de la resistencia física de la persona. “Hay ciertos lugares más dolorosos que otros. Las costillas, la cabeza, las plantas de los pies y las palmas de las manos son zonas muy sensibles; pero el dolor varía de persona a persona. Una vez estuve nueve horas tatuando y, otra vez, pasé nueve horas también, pero siendo tatuada. Lo que recomiendo, sin embargo, es que las sesiones no duren más de seis horas porque el proceso es bastante agotador”, explica desde Nueva York Megan Massacre, una de las estrellas mundiales del tatuaje, quien llegará por primera vez a Lima para participar en la convención. 

La operación, sin embargo, es bastante sencilla. Primero, el artista limpia y desinfecta el área del cuerpo sobre el que plasmará el dibujo; luego, para evitar que los vellos obstruyan el furioso avance de las agujas, rasura la zona con una navaja; después coloca una plantilla que, a modo de calcomanía, imprimirá sobre la piel el diseño previamente elaborado; una vez removida la plantilla, procede a inyectar la tinta en la dermis siguiendo el patrón establecido. Una vez completado el diseño, se limpia el exceso de tinta y las gotas de sangre que brotan por los poros lacerados. La zona se vuelve a desinfectar y se cubre con una lámina de plástico film para proteger la piel irritada de los roces involuntarios y evitar las posibles infecciones, como la hepatitis, tuberculosis, herpes, estafilococo, tétanos y el VIH. 

Lo que sigue, los cuidados postraumáticos, corren por parte del cliente. Durante las próximas semanas, hasta que la herida cicatrice por completo, este debe asegurarse de mantener limpia el área tatuada, de untarla con crema humectante, y evitar la exposición a la luz solar, a las altas temperaturas y al agua de mar y de las piscinas, ya que estos factores podrían inflamar más la zona y provocar la proliferación de bacterias que conducen a la necrosis del tejido. 

Es por ello que tatuarse no tiene que ver únicamente con los gustos personales, sino que es una decisión que debe ser tomada con cautela y seriedad. Se debe tener en cuenta el talento del artista, el motivo que uno quiere imprimirse (ya que será indeleble), y las condiciones higiénicas del estudio, así como de los materiales que se utilizarán. Pero, además, hay un factor en el que casi nadie repara: las posibles reacciones alérgicas que se pueden presentar debido a los compuestos usados en los tintes. Pigmentos orgánicos derivados de plantas; metales pesados, como mercurio, plomo, cadmio, níquel o cromo; químicos, como antimonio, arsénico, litio y azufre, son algunos de los elementos que se pueden encontrar. Y debido a que los fabricantes no están obligados a revelar los ingredientes que usan, el cliente y el artista podrían nunca enterarse de las sustancias que ingresan a sus cuerpos. 

—Retratos indelebles —

No obstante los riesgos y el dolor inherente, hay quienes no dudan en tatuarse. Es más, lo ven como un sacrificio necesario, una especie de rito de iniciación que conduce a un estado superior. Megan Massacre empezó a los 18 años. Su primer tatuaje fue una cheeta girl al estilo anime y desde entonces no ha parado. Ya no sabe con certeza cuántos tiene: “Alrededor de 20, quizá. Luego de tantos, todos empiezan a mezclarse entre sí y ya no sabes bien dónde empieza uno y dónde termina el otro. Mi tatuaje favorito es el que tengo en la mano derecha. Es un Sagrado Corazón hecho por Tim Hendricks”. 

Por su parte, Matt Gone, el quinto hombre más tatuado del mundo según "El libro Guinness de los récords", con 99% de la superficie de su cuerpo pintada, empezó a los 14 años. Nos cuenta que fue debido a la rara enfermedad que lo aqueja desde siempre, el síndrome de Poland, el cual afecta el desarrollo muscular. Su rostro completo, la parte interior de sus labios e, incluso, sus genitales y globos oculares están tatuados. Para él, los riesgos no son tan importantes como los placeres que este arte le ofrece. “Mis tatuajes significan mucho para mí. Ellos me ayudan a ocultar las cicatrices que me dejaron las cirugías, me ayudan a disfrutar de mi cuerpo”, nos escribe.

Con tan solo 20 años, Andrés Makishi es uno de los artistas más jóvenes que participará en la convención. Tiene el brazo derecho totalmente tatuado, dos diseños en los muslos firmados por su maestro, Zhimpa, que fueron premiados en dos festivales de Alemania, y unos más hechos por él mismo. Sin embargo, quiere más: “Tengo planeado tatuarme la totalidad de la espalda y el resto del cuerpo”, nos explica.

Iván Alegría tiene 37 tatuajes. Es dueño de Coyote’s Tattoo, presidente de la Asociación de Artistas Tatuadores Profesionales del Perú, organizador de la Inti Tattoo Expo y, desde hace 30 años, un chico punk. A los 18, cuando vivía en Nueva York, dibujó las Torres Gemelas ardiendo y decidió tatuárselas; años después, vería la macabra escena cobrar vida desde la pantalla de un televisor. En 1991 regresó a Lima, entusiasmado por la idea de abrir un estudio de tatuajes. “Pero en esa época los tatuajes todavía eran mal vistos en el Perú. Me dije: ‘¡Pucha, he cometido el peor error de mi vida!’. Pero no, había mucha gente que quería tatuarse y, de repente, rompiendo con todos los prejuicios, empezaron a hacerlo, especialmente las mujeres”, cuenta. 

— El eterno retorno — 

En uno de los desiertos más áridos y extensos del hemisferio sur, un río salvaje corta las montañas en dos y da paso a un valle prodigioso que albergó una civilización asombrosa. Entre maestros de la ingeniería, artesanos, expertos en metalurgia y navegantes, una mujer camina erguida. No tiene que obedecer a nadie y ella lo sabe. Las arañas, serpientes, cocodrilos y mariposas que habitan en sus brazos, manos y pies se lo recuerdan constantemente, tanto a ella como a los miembros de la comunidad. Se piensa que murió hace unos 1.600 años debido a complicaciones en el parto. No se sabe qué pasó con el bebé, y de ella no se conoce si quiera el nombre. Pero desde el 2006, todos la llaman la Dama de Cao. Gracias a los tesoros hallados en su tumba, a su lujosa vestimenta y, sobre todo, a la simbología de sus tatuajes, los investigadores han podido determinar que esta mujer, de apenas 25 años, habría sido una poderosa soberana Mochica, además de una adivina o una curandera que gozaba de un estatus casi divino.

Y es que, contrario a lo que la mayoría de personas cree, el tatuaje no es un fenómeno de épocas modernas, sino que es una práctica ancestral que se remonta a los orígenes mismos de la humanidad. En todo el mundo se ha encontrado evidencia arqueológica que corrobora esta costumbre altamente difundida. El tatuaje más antiguo data de hace más de 5.000 años, y se encuentra encarnado en el cuerpo de Ötzi, un hombre que vivió alrededor del 3.300 a.C., descubierto en los Alpes italianos de Ötzal, en 1991. Además de este caso, muchísimos más han sido encontrados en lugares tan remotos como Rusia, Egipto, China, Sudán, México, Groenlandia, Alaska y, por supuesto, el Perú. De hecho, la momia tatuada más vieja de América pertenece a la cultura Chinchorro, que se desarrolló entre el 7.020 y el 1.500 a.C. en el desierto de Atacama, hoy, parte del territorio chileno. Pero no solo eso, sino que de las 50 momias más antiguas halladas hasta la fecha, 21 provienen de culturas prehispánicas como la Paracas, Mochica, Huari, Chimú, Ychsma e Inca.
 

Patricia Maita, antropóloga y curadora de la exposición "Momias: más allá de la muerte" —que se presenta en el Museo de Antropología, Arqueología e Historia del Perú hasta este miércoles 24—, nos cuenta que esta práctica era bastante común en el Perú prehispánico, y que tenía tres funciones principales. La primera de ellas fue la social: “Los tatuajes representaban símbolos de poder que conferían al individuo un estatus elevado en la jerarquía social. Dicho estatus era permanente, pues, al estar los símbolos inscritos en el cuerpo, el sujeto no podía renunciar a ellos”, explica. Asimismo, el antropólogo Raúl Castro agrega que “los tatuajes dotaban al sujeto de una narrativa y de un sentido, en la medida que las personas se tatuaban elementos con los cuales sentían una afinidad especial, como la tierra natal y los ancestros. Así, los tatuajes devenían en una especie de orientador en el mar de la vida: recordaban al sujeto de dónde venían y a dónde pertenecían”.

La segunda función corresponde al factor espiritual. Al respecto, Castro explica que “el tatuaje es una forma de conexión con el mundo mágico-religioso. Al tatuarse se genera un enlace entre el sujeto y el elemento representado”. Finalmente, la tercera función es la medicinal. Aquí, Maita nos recuerda que se ha comprobado que los 61 tatuajes de Ötzil —los cuales eran simples grupos de pequeñas líneas— coinciden con los puntos clásicos de la acupuntura china, y que el pigmento utilizado estaba hecho a base de plantas quemadas. El mismo tipo de pigmento y la misma simpleza en el diseño se han encontrado en momias peruanas, por lo que se deduce que este tipo de tatuajes tenía fines terapéuticos”.
 

Pero hay un aspecto más, el que corresponde a los hitos personales y colectivos. “Por ejemplo, algunos cruzados se marcaban símbolos cuando avanzaban en su conquista de la Tierra Santa; otras personas se tatuaban para conmemorar hechos importantes de sus vidas”, afirma Castro. Así, esta alteración deliberada del cuerpo constituía un “elemento empoderador que hace que la gente se sienta potente para hacer determinadas cosas, como mantener la autoridad en su comunidad, sentir que tiene injerencia sobre los fenómenos naturales y sobrenaturales, o dominio sobre los hechos históricos y la historia privada al construir su propia memoria en el cuerpo”, continúa Castro. 

Y sin embargo, con el paso del tiempo, en el mundo occidental estos pasaron a ser asociados a la criminalidad y las perversiones morales. Hasta la década del sesenta aproximadamente, prostitutas, presidiarios, drogadictos y demás marginales fueron de los pocos que se atrevieron a llevarlos. Castro explica que esto se debe a que “originalmente, era una práctica de culturas y civilizaciones paganas preinstitucionales, es decir, de sociedades que profesaban cultos animistas, las cuales se desarrollaron antes que las grandes religiones, como la católica o la islámica. Así, con el auge de estas instituciones religiosas que sofocaron a las demás, los tatuajes fueron convertidos en elementos marginales porque retaban las creencias hegemónicas y remitían a cultos prohibidos”. El tatuaje se volvió trasgresor y contracultural, una forma de resistencia contra las imposiciones.

El panorama ha ido cambiando, y ahora los tatuajes no solo han regresado con fuerza, sino que han ido recuperando el espacio que les había sido arrebatado y se han ido despojando de las connotaciones negativas que les atribuyeron. Evidentemente, hay muchas personas que se tatúan simplemente por estética o moda, pero estos nunca perdieron su carga simbólica primordial. Todavía utilizamos nuestros cuerpos como lienzos sobre los cuales expresar nuestra identidad y creencias. “Existen incontables razones por las cuales la gente decide tatuarse hoy en día. Algunos lo hacen como una especie de homenaje a alguien importante en sus vidas o para celebrar su herencia familiar —factor social y espiritual—; otras, para conmemorar un evento o una experiencia personal significativa —construcción de la memoria—. En ciertos casos, puede ser para cubrir alguna cicatriz producida por una lesión, por una cirugía o por el embarazo —función terapéutica—”, dice Megan Massacre. 

Y así, cuando finalmente nos atrevemos a preguntar si los tatuajes son verdaderamente una forma de arte, una voz coral furiosa, compuesta por un grupo de tatuadores, antropólogos y críticos del arte, nos responde a gritos que sí, que los tatuajes son expresiones artísticas, sin ninguna duda; que se necesita un talento especial; que la disciplina ha llegado a un estado de sofisticación altísima; y que el arte no consiste únicamente en la creación de productos estéticos según los cánones de belleza hegemónicos, sino que el concepto sobre el cual se basa la pieza es lo verdaderamente importante. “Actualmente, el discurso del artista o de la exhibición, muchas veces, está por encima de la materialidad o estética de la obra. Las representaciones del cuerpo ocupan un lugar destacado en el mundo de las artes visuales, de manera que se convierten en una plataforma de inscripción y protesta que da cabida a las más diversas manifestaciones: desde el tatuaje y el piercing, hasta el body building y el arte de la herida”, sentencia el crítico Nicolás Tarnawiecki. 

Inti Tattoo Expo Perú
El 3 y 4 de setiembre se celebrará una nueva edición de la Inti Tattoo Expo, donde se reunirán 150 de los mejores artistas de la escena local e internacional. El encuentro se realizará en el Centro de Convenciones María Angola (av. La Paz 610, Miraflores). Los profesionales y aficionados podrán asistir a firmas de autógrafos, hacerse tatuajes y perforaciones a precios de feria, comprar insumos; además de disfrutar de conciertos, de un freak show y de un espectáculo de suspensiones.

Entradas en Tu Entrada y en Coyote's Tatto (Bajada Balta 127, Miraflores).
Precios: S/ 40,00 por un día y S/ 70,00 por ambos.
Más información: .

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