Nacido en Cajamarca, en 1903, en una tierra de gran tradición pictórica, Camilo Blas fue uno de los exponentes de ese primer indigenismo forjado en la Escuela Nacional de Bellas Artes, bajo el influjo de José Sabogal. Blas —cuyo nombre de pila era Alfonso Sánchez Urteaga— tuvo sus inicios en la pintura paisajista en su tierra natal y luego formó parte de las primeras promociones de la Escuela de Bellas Artes, junto con los nombres de Elena Izcue, Vinatea Reinoso y Wenceslao Hinostroza. En la segunda década del siglo XX, esta institución vivía una gran efervescencia por la búsqueda de lo nacional, no solo a partir de las ideas de José Sabogal sino también de otro profesor connotado: Manuel Piqueras Cotolí.
En 1924, Sabogal y Piqueras motivaron a un grupo de alumnos a formar parte de la decoración del famoso Salón Ayacucho, en Palacio de Gobierno, un espacio montado por Augusto B. Leguía, con ocasión del primer centenario de la batalla que selló nuestra Independencia. Entre esos estudiantes estaba Camilo Blas. De esta etapa, todavía se conservan en los interiores de la Casa de Gobierno dos obras emblemáticas suyas: “La cashua” (1924) y “Procesión de la cuaresma” (1924), en las que se observa todavía su estilo paisajista cajamarquino, con predominancia de los escenarios sobre los personajes. Especialmente, en “La procesión de la cuaresma”, en el que resaltan los tejados de las casas en un escenario marcadamente bucólico, presidido por un inmenso árbol que bien podría ser un eucalipto.
El cambio en la pintura de Camilo Blas se iniciará, justamente, en diciembre de ese año, cuando el pintor emprendió un viaje por la sierra sur del país, junto con su maestro José Sabogal. Para muchos críticos, este periplo definió el movimiento indigenista. Aquí, el artista cajamarquino tomará contacto con una realidad desconcertante que plasmará en una serie de obras, donde aparecen en todo su esplendor personajes andinos y mestizos.
La búsqueda de lo nacional
La primera exposición de Camilo Blas se realizó en 1927 y recibió el elogio de su maestro Sabogal en la revista Amauta, tal como se consigna en el libro Centenario: 1918-2018, publicado con ocasión de los cien años de fundación de la Escuela de Bellas Artes. Ahí se reproduce parte del texto en el que, entre otros epítetos, se señala que Blas “trabaja con provecho y nos presenta cuadros de la vida criolla cusqueña vistos con tal penetración y con tan retozón espíritu que sus cholos viven en sus telas, están moviéndose con tan justo carácter y pintados con tanto gusto”.
En realidad, más allá del indigenismo, lo que había nacido era una búsqueda de lo nacional, desde el arte, lo que se consolidará en los años siguientes con las obras no solo de Camilo Blas, sino también de Julia Codesido y del propio Sabogal.
Cuando Sabogal fue nombrado director de la Escuela en la década de 1930, Camilo Blas fue designado como profesor de dibujo. “Al interior de ese estrecho círculo se gestó un monolítico programa peruanista que reivindicaba la búsqueda autónoma de un arte propio y al mismo tiempo con aspiraciones modernas”, escribe el crítico Ricardo Kusunoki, en un ensayo contenido en el referido libro.
Con el tiempo, Blas se mantendría como profesor de la Escuela hasta 1960. Y a pesar de las diversas corrientes que macaron la pintura peruana, entre los años 30 y 40, él se mantendría fiel a un estilo propio, con un manejo sobrio del color, que se puede evidenciar en sus pinturas y retratos, en esos personajes populares estilizados y en esas mujeres de amplias sonrisas que muestran más que un pasado por reivindicar un presente dinámico. En sus obras Blas buscaba encontrar el espíritu de lo nacional. De ese país de mediados del siglo XX que se abría a la modernidad.
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