“Crecí entre metáforas”, comentó una vez el escritor estadounidense Ray Bradbury, y basta leer las primeras páginas de su célebre obra Crónicas marcianas ( 1950 ) para entender esa afirmación. Estamos a pocos días de celebrar su centenario —nació en Waukegan, Illinois, el 22 de agosto de 1920 y murió en Los Ángeles el 5 de junio de 2012—, por lo que vale la excusa para volver al Bradbury que todos conocemos, ese que creó universos distópicos. También vale aprovechar el momento para revisar su poesía, género al cual le dedicó igual ahínco, pero que fue opacada por sus creaciones en prosa sci-fi.
“Ray Bradbury no es tanto un científico como un poeta filósofo. Es el poeta de la ciencia ficción”, diría el escritor Christopher Isherwood en una reseña sobre Crónicas marcianas, y estas palabras pasarían a la historia, pues todo el que se refiriera a Bradbury después de Isherwood lo haría de esa manera.
El poeta de la ciencia ficción, por su lado, calificaba su obra como fantástica, entendiendo por ella la narración de sucesos que de ninguna manera pueden ocurrir, mientras —sostiene él— la ciencia ficción se ocupa de sucesos que tienen alguna probabilidad de suceder en el futuro. Y aseguró haber escrito solo un libro de ciencia ficción. Pero su poesía era otra cosa: era su forma de mirar directamente al mundo y al tiempo que le tocó vivir. Así, en los años 70 y 80, se concentra principalmente en la creación poética y publica su primer poemario, La última vez que florecieron los elefantes en el jardín, en 1973.
Al respecto, escribe el español Rafael Caballero Roldán que “en la poesía de Bradbury, la imaginación se pone al servicio de la obra ya sin necesidad de hilo argumental, convirtiéndose en generación pura de imágenes, en trascendencia de lo real a lo maravilloso. Curiosamente, en la poesía, parece poder reducir al mínimo las metáforas. Ya no hay necesidad de transmitir el mensaje junto con la historia y Bradbury aprovecha para ser directo sin miramientos: ‘¿Conocéis solo lo Real? Caed muertos’, dice el poema “Tenemos el arte para que la verdad no nos mate” en su primer verso”.
Bradbury siempre defendió la literatura como aquello que nos salva —Fahrenheit 451 es, entre muchas cosas, prueba de ello—, y en dichos versos no hace sino decirlo sin rodeos. Y eso es su poesía, un canto de bella forma que, sin rodeos, alaba la infancia, la nostalgia, el amor, la justicia, la vida, el paso del tiempo y sus referentes literarios, que también son nuestros: Shakespeare, Melville, Poe.
Publicó en inglés cinco libros de poesía, pero fue en 2013 cuando llegó a manos de los hispanohablantes una edición bilingüe de más de mil páginas, gracias a la editorial Cátedra, llamada Poesía completa. Ray Bradbury. El mismo año, Salto de Página editó, también en castellano, Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos. El prólogo de este último libro, firmado por las editoras Andrea García y Ruth Guajardo, dice: “Imposible escapar de la resaca cuando el oleaje emerge del fondo de uno mismo, con la fuerza de la sinceridad, y las aguas transportan el amor, la furia y el miedo que asolan las entrañas de quien escribe. Ese ímpetu arrastra, voltea, hunde e inunda a los hombres y mujeres que se asoman, en busca de emociones, a las playas de los verdaderos escritores”.
En esa playa llamada Bradbury, nos acercamos a Dios y a las propias nostalgias. Como afirma el académico español Jesús Isaías Gómez, “la poesía de Bradbury ofrece una interpretación del hombre como un simple mortal, con sus gustos y aficiones pasajeras, con fallas y grietas por las que también se filtra la luz del cielo, de los sueños y de su Ciudad Verde que, en definitiva, le recuerdan que todavía tiene los pies en la tierra, aunque su corazón apunte hacia las estrellas”.