El riesgo mayor es que, cuando David Bowie muera realmente, nadie lo vaya a creer. Tantas veces ha desaparecido por completo del radar de la prensa o esta misma lo ha aniquilado a punta de rumores que cada vez que regresa por todo lo alto el ambiente huele a resurrección, a milagro musical. Ya lo había hecho en el 2013, tras casi una década de silencio e invisibilidad, cuando por sorpresa, sin ningún anuncio previo ni adelanto ni filtración, reactivó su página web con un single hipnótico y apropiadamente titulado “Where Are We Now?”. ¿Dónde estabas, Bowie? ¿Dónde estuviste y cómo te escondiste por tanto tiempo? Aquella vez, su vuelta a la vida ocurrió un 8 de enero, día de su cumpleaños 66, y a la manera de anuncio de su nuevo e inesperado y extraordinario disco, "The Next Day".
Ahora, tres años después, su onomástico vuelve a ser la fecha elegida para el lanzamiento de ★, el álbum de título iconográfico que el mundo ha tenido a bien denominar "Blackstar". Es el mismo título que lleva el primer videoclip del álbum, un oscuro viaje surrealista de diez minutos en el que observamos a Bowie con un libro negro, cuerpos convulsionando, mujeres con cola y un astronauta aparentemente perdido y en busca de salvación. Sin embargo, lejos de las alegorías, "Blackstar" es, han dicho algunos de sus músicos creadores, una canción acerca del ISIS, Estado Islámico, Daesh o como quiera llamársele al grupo terrorista más mentado y temido de los últimos años.
Ese último detalle no debe tomarse por arbitrario: las canciones que ya se han publicado como adelanto del álbum están plagadas de referencias religiosas, bastante sombrías, además: Look up here, I’m in Heaven, I’ve got scars that can’t be seen, reza en la estupenda “Lazarus”. Y en la propia “Blackstar” pende el tema de la muerte como una amenaza ambigua y cargada de traiciones o redenciones: On the day of execution, only women kneel and smile […]. How many times does an angel fall?
Rock ‘n’ roll suicide
Musicalmente, "Blackstar" está marcada por el alejamiento —hasta donde sea posible— de las guitarras eléctricas. Lo ha dicho el propio Tony Visconti, productor favorito de Bowie y hacedor de este nuevo disco: “La meta, en muchos sentidos, ha sido evitar el rock ‘n’ roll”. No por nada una de las influencias más citadas durante las sesiones de grabación, para desgracia de los puristas, ha sido la de Kendrick Lamar, el rapero que encabezó casi todos los rankings de la crítica en el 2015 con su disco "To Pimp a Butterfly". En ese álbum, como en el de Bowie, pesan mucho más el jazz, los ritmos intensos y, por momentos, la disonancia más agresiva.
De alguna manera, "Blacksta"r se distancia de su antecesor, "The Next Day" —marcado por su eclecticismo sonoro—, a la manera en que Bowie persiguió una inflexión aguda en 1977 con Low, el punto más alto de su “Trilogía de Berlín” y probablemente de toda su carrera, también imbuido de jazzística y sintetizadores. Con su concepción más reducida e icónica, en "Blackstar" se siente un deseo por dar un giro y cerrar una etapa. Pero es que, ya lo sabemos, Bowie nunca ha estado conforme en la quietud.
Historia de un camaleón
Cualquiera sea el curso que siga la música, Bowie parece estar siempre un paso adelante, empequeñeciéndonos a todos los demás, simples mortales. Un ejemplo banal: a alguien hace unos años se le ocurrió crear una página web para saber “qué hizo David Bowie cuando tenía tu edad” (supbowie.com). Allí descubrí, por ejemplo, como para sentirme un poco peor, que a los 27 años ya había hecho la “caminata lunar” muchos años antes que Michael Jackson la popularizara. De innovaciones de ese tipo está hecha su trayectoria.
Y por eso no es fácil seguirle el paso ni describir su carrera en pocas líneas. Sus mutaciones han sido tantas que van desde el alienígena Ziggy Stardust hasta el elegante Duque Blanco, pasando por la figura cocainómana y esquelética de un cantante blanco de funk que en 1975 conquistaba el plató de Soul Train cuando este mítico programa de televisión, bajo la batuta de Don Cornelius, era más negro que nunca.
Al fin y al cabo, tal vez esa sea la imagen más acertada de Bowie: un artista que tritura cualquier estereotipo porque parece estar más allá de cualquier esquema humano. Y aunque sus ojos de dos colores quieran conquistarnos a primera vista, su música se mantiene como el elemento de ruptura por excelencia: podemos seguir siendo seducidos incluso con los ojos cerrados, felizmente. Y así, a puertas de cumplir 69 años, Bowie nos tiene subyugados por la expectativa, porque tiene talante para rato. Sue, the clinic called, the x-ray’s fine, vaticina una de sus últimas canciones. Todos lo agradecemos.