En abril del año 2018 la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) acordó declarar el 3 de junio como el Día Mundial de la Bicicleta. Un año antes se había empezado a celebrar los 200 años de la creación de este vehículo que hizo posible que no pocos cambios sociales viajen en dos ruedas. Hoy que el gobierno peruano ha publicado el Reglamento de la Ley N° 30936, Ley que promueve y regula el uso de la bicicleta como medio de transporte sostenible, hagamos un breve repaso histórico.
Aunque los primeros bocetos de algo similar a una bicicleta se encuentran en los pergaminos de Leonardo da Vinci, tenemos que trasladarnos a 1817 para ver, en el aparato construido por el barón alemán Karl von Drais, el primer prototipo de la actual bicicleta. Llamada Draisinne o draisiana, se trataba de una especie de carrito de dos ruedas, colocadas una detrás de otra, y un manillar. Todo estaba construido en madera y funcionaba empujándose con los pies. La persona se mantenía sentada sobre una pequeña montura colocada en el centro del aparato, y sus brazos descansaban sobre el mencionado manubrio. Con las manos sostenía una vara de madera, unida a la rueda delantera, que giraba en la dirección hacia la cual quería ir el conductor.
Unos años después se introdujeron los pedales. Aunque algunas fuentes fechan este invento en 1939 y se lo atribuyen al herrero escocés Kirkpatrick MacMillan, fue el inglés Thomas McCall quien empezó a fabricar este modelo de forma comercial en 1861. El vehículo se hizo mucho más sencillo de manejar, pues los pedales hacían girar la rueda trasera gracias a la conexión con largas varillas y permitían que la bicicleta avance sin que el ciclista mantenga los pies en el suelo. Pero aún faltaban mejoras.
La web bicyclehistory.net le atribuye al inglés James Starley (1830 - 1881) la paternidad de la industria de la bicicleta, pues “además de revolucionarla con la perfección de los sistemas accionados por cadena, también desarrolló el primer modelo de engranaje diferencial que se convirtió en la piedra angular del sistema de transmisión de automóviles” y destaca la creación, en 1871, de la gran bicicleta Ariel, un modelo que presentaba una rueda delantera mucho más grande que la trasera. Esto hizo más sencillo que los ciclistas conduzcan en terrenos desiguales, pero volvió más peligrosas las subidas y bajadas del aparato. Ni qué decir de las caídas.
Tras la muerte de James Starley, sus hijos continuaron produciendo bicicletas y fue su sobrino John Kemp Starley quien, en 1884, creó la llamada “bicicleta de seguridad”, que posee las características básicas que siguen vigentes hasta hoy: diseño con dos ruedas de 26 pulgadas y un sistema de cadena que transfiere la potencia a la rueda trasera. La invención de las ruedas neumáticas, en 1888, hizo más cómodos los trayectos. Las bicicletas empezaron a exportarse en grandes cantidades al resto de Europa y América.
Bicicletas para el movimiento feminista
Así, el vehículo que representó una alternativa para los traslados frente a los carruajes y los caballos, empezó a producirse en masa desde 1890. Esto hizo que las mujeres comiencen a usarlas cada vez más ocasionando, por supuesto, más de una incomodidad en la sociedad conservadora. En una entrevista para el New York World de 1896, la escritora, feminista y sufragista Susan B. Anthony dijo: “La bicicleta ha hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo. La bicicleta brinda un sentimiento de independencia. En el momento en que la mujer se sube a una, se observa la imagen de la feminidad sin límites”.
Esas hermosas palabras tenían asidero. La bicicleta permitió a la mujer liberarse de la dependencia del hombre para poder viajar, pues encontraron la forma de recorrer grandes distancias en un medio de transporte individual, lo que les abrió la posibilidad de participar y organizar muchas actividades fuera del hogar. No es gratuito que se haya relacionado el uso de la bicicleta con el movimiento sufragista. Además, al transportarse en bicicleta, las mujeres tuvieron que buscar una forma distinta de vestirse, dejando de lado los restrictivos trajes de la época victoriana, incompatibles con cualquier tipo de ejercicio físico. Los corsés, enaguas y las blusas de cuello alto no eran cómodas para el ciclismo; por lo que empezaron a abrirse paso los pantalones anchos, las falda-pantalón, o los pantalones ceñidos a la altura de las rodillas.
Valgan verdades, desde el inicio se pensó en la posibilidad de que las mujeres usen este vehículo; prueba de ello es que el empresario Denis Johnson fabricó un modelo femenino en mayo de 1819, adaptándolo a la vestimenta victoriana de las damas, pero quienes se atrevían a usar este modelo —o sus sucesores— eran ridiculizadas y criticadas socialmente. Así lo detalla el texto La mujer y la bicicleta en el siglo XIX, escrito por Rosa María Saenz, para la Universidad Jaime I: "los prejuicios argumentaban que no era ético montar en esos aparatos porque la mujer sudaba y se despeinaba cuando circulaba sobre ellos. De la misma manera, los argumentos médicos seguían alertando a las mujeres que practicaban deporte montadas en bicicleta, ya que podían sufrir daño físico, como la esterilización y el aborto. Las razones morales también influyeron, conjeturaban que el montar en bicicleta era una forma de excitación sexual”.
Por entonces la publicación de dos libros motivó a la incursión de más mujeres en el mundo del ciclismo. El primero data de 1896: El sentido común del ciclismo: ciclismo para damas, escrito por María E. Ward, ciclista y miembro activo del Staten Island Bicycle Club. Ward, conociendo de primera mano los prejuicios a los que se enfrentaban las ciclistas, cubrió todos los aspectos necesarios para que una mujer utilice de forma autónoma este vehículo: desde reparaciones y mantenimiento hasta cuál era la ropa más adecuada y cuál la mejor posición para andar en bicicleta. El libro está disponible de forma gratuita gracias a la Universidad de Michigan en este enlace.
La segunda publicación data de 1897 y se tituló Damas en bicicleta. Cómo vestir y normas de comportamiento, escrito por la autora victoriana F. J. Erskine. Editorial Impedimenta lo reeditó en español el año 2014 (pueden leer el primer capítulo en este enlace) Fue escrito, en palabras de la autora, “para mujeres ciclistas por una mujer ciclista”. El año en el que fue escrito el libro se vivía en Inglaterra bajo el mandato de la reina Victoria, una monarca omnipotente, y, sin embargo, como señala el prólogo de la nueva edición, paradójicamente, las mujeres carecían del derecho de sufragio, del derecho a litigar en juicio y a poseer bienes propios. Las mujeres estaban circunscritas exclusiva y específicamente a la esfera doméstica, y se requería de ellas que mantuvieran la casa limpia, la comida en la mesa y a los hijos educados.
Hubo mujeres que destacaron por desafiar al sistema desde sus bicicletas. Por ejemplo, Annie Cohen Kopchovsky, quien pasó a la historia como Annie “Londonderry”. Pasó a la posteridad porque a los 23 años, sin ser entonces ciclista o activista, aceptó el reto que le plantearon dos hombres: dar la vuelta al mundo en bicicleta a cambio de 5.000 dólares. Aceptó inmediatamente. Partió de Boston el 25 de junio de 1894 sobre una bicicleta de 50 kilos de peso, y a su paso por Nueva York y Chicago implementó una novedosa campaña de publicidad: llevó en su espalda un cartel de la marca de agua Londonderry Lithia; motivo por el cual se volvió conocida como Annie “Londonderry”. Viajó por Estados Unidos, Europa, el norte de África y Asia. Al volver a Boston, en septiembre de 1895, la esperaban su marido y sus tres hijos pequeños. Por supuesto, ganó la apuesta. Tras este viaje empezó a trabajar como periodista y a participar en eventos de ciclismo. Fue la primera mujer en recorrer el mundo en bicicleta usando una falda-pantalón.
Mención aparte merece Katherine T. Knox, más conocida como Kittie Knox, quien nació en 1874 en Boston, hija de madre blanca y padre afroamericano. Se ganaba la vida como costurera, pero su verdadera pasión era el ciclismo, y protagonizó un episodio memorable en 1895, cuando se presentó a la reunión anual de la Liga de Ciclistas Americanos y le negaron el ingreso a pesar de tener el carnet que la acreditaba como miembro. Aunque hay versiones distintas de la historia, todas coinciden en que le negaron la entrada porque la Liga había aprobado la directiva de no admitir a personas que no fueran blancas en sus filas. Kittie Knox formaba parte del Club de ciclistas de Boston Riverside, un grupo para ciclistas afroamericanos, y desde ahí se levantaron las voces para hacer retroceder en su decisión a la Liga de Ciclistas Americanos. Lo consiguieron.
Colofón
Lo que hizo la ONU en 2018 fue cambiar la fecha del Día Mundial de la Bicicleta al 3 de junio y darle así, tal vez, una connotación distinta, pues este día se celebraba, desde 1985, el 19 de abril. Y aunque dicha celebración también tenía como objetivo promover el uso de este medio de transporte, reivindicar los derechos de los ciclistas y difundir los beneficios del uso del vehículo de dos ruedas; se instauró en torno a una extraña efeméride. Aquí la historia: el 19 de abril de 1943 el químico suizo Albert Hofmann realizó un experimento para determinar los efectos piscotrópicos de la Dietilamida de Ácido Lisérgico (LSD). Tras ingerir una dosis de 0,25 miligramos —o 250 microgamos— de este producto, comenzó a ver cosas raras y le pidió a su ayudante que le acompañe a volver a casa. Ese viaje de regreso, en el que Hoffman sintió todos los efectos alucinógenos del LSD, fue en bicicleta. Dicho momento es recordado como “el día de la bicicleta”.
En 1985 el científico y profesor universitario Thombas B. Roberts quiso conmemorar la experiencia de Hofmann y para ello organizó, el 19 de abril, una fiesta. Los años siguientes propuso que esta celebración sea más grande, animando a sus amigos y conocidos a sumarse...hasta que se convirtió en una celebración mundial que dejó de lado el nombre de Albert Hofmann y su lisérgico retorno a casa. La bicicleta, ya sabemos, provoca otro tipo de sensaciones. Por cierto, hoy se sabe que la dosis mínimamente efectiva de LSD es de 20 microgramos.
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