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Élida Román comenta la exposición "Un país de gente dura" - 3
Redacción EC

ÉLIDA ROMÁN

Crítica de arte

Entre la angustia, la protesta, el grito y la batalla y el acoso sin fin, las imágenes poderosas, creación de María Gracia de Losada, no solo atrapan y asombran. También cumplen con su misión de inquietar, anunciar, denunciar y plantear la necesidad de respuestas a situaciones de origen ancestral y lamentable vigencia actual.
Artista personal e independiente, la autora es asociada de inmediato con una generación de escultores que no se limitaron a la tradición ortodoxa de esa categoría, arriesgando propuestas y abriendo caminos hacia áreas no solo interdisciplinarias sino comprometidas con su acción en el devenir social.

PUNTOS DE PARTIDA
Inquietudes generacionales que se volvieron muy pronto, arraigando en las distintas expresiones, en planteos inquisidores, urgentes y cargados de demandas que no eluden el desgarramiento que produce el constatar realidades donde la frustración le gana a la esperanza y hace necesaria una revisión de orígenes, de puntos de partida a encontrar, que puedan auxiliar la búsqueda de caminos ciertos.

De Losada ha seguido puntualmente esta ruta, abordando técnicas diversas según vayan aportando a su intención.  En esta ocasión, persistiendo en las posibilidades del dibujo, en los que desde hace tiempo se ha revelado como una de las más interesantes cultoras, recupera esas calidades que solo la línea precisa y la mano segura pueden alcanzar.

De formas más amplias, libres y airadas, siempre asociadas con un zoomorfismo que también ha sido constante en su obra escultórica, presenta una serie a la que ha definido como  “Un país de gente dura: aparece un salvador, hay una víctima.  El salvador tiene una oferta, la víctima una opresión”.

IMÁGENES OMNIPRESENTES
La referencia obvia al incanato como resumen o generalización de las culturas originarias, está omnipresente en cada una de las imágenes, que en esta oportunidad son del formato de un libro regular.  También omnipresente, ese animal que identifica por roedor –y que a la vez recuerda al chacal, al perro salvaje y casi al lobo–, que adquiere roles distintos con relación al anterior, aunque siempre enfrentados en luchas no comprendidas salvo por esa atmósfera de ambigüedad, ferocidad y también interrogación frente al otro.

Un hilo de incomprensión y sin embargo simbiosis se encuentra implícito en muchas de las situaciones planteadas.

Las líneas finas, apretadas, casi fusionadas pero siempre en el límite de la independencia, consiguen con su trabajo con la pluma, el efecto de una trama disimulada, perfecta, que contribuye a la ilusión visual de la masa compacta, sin serlo. Las formas rotundas, auxiliadas por el gris oscurísimo, el negro y ese tratamiento de la línea, sobre el blanco puro del papel, remiten a esas impresiones antiguas, perfectas, de los códices ilustrados.

Pero en esta propuesta del “país de gente dura”, la inclusión de las citas de obras dedicadas al registro y análisis histórico y antropológico, donde el mito ocupa lugar protagónico a la vez que simbólico, complementan en la página opuesta a cada una de las formas mencionadas, el sentido y propósito de todo el conjunto. Notas meticulosamente escogidas, de textos de Pablo Macera, Jorge Basadre y registros de historiadores tradicionales, ocupan un lugar especial y así lo demuestra el tratamiento de transcripción , en base a una letra dibujada, prolija y pareja, que propicia un sentido de orden y continuidad que es quizás la ambición, el deseo necesario.

María Gracia de Losada ha creado un libro de artista que es, a la vez, un resumen histórico y un testimonio de su circunstancia actual. Como bien apunta: “el texto ilustra, la imagen se lee”.

Una obra no solo compleja y fascinante que cumple con aquella exigencia fundamental para encontrar arte: una sensibilidad distinguida capaz de revelarse a través de una obra y proponer una visión personal del mundo que habita.

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