La artista y su obra. La exposición va hasta el 8 de noviembre. (Foto: Icónica Fotografía)
La artista y su obra. La exposición va hasta el 8 de noviembre. (Foto: Icónica Fotografía)
Redacción EC

Por naturaleza, las revoluciones son populistas y grandilocuentes. Se regodean en su propia magnificencia propagandística, parapetada en diseño gráfico ad hoc que acaba sosteniendo, cual escenografía de cartón-piedra, un propósito fallido. Cuando no falaz.

Precisamente, en la exposición “Geometría y poder” Micaela Aljovín se ocupa de la retórica y ubicua señalética estatista que floreció en el régimen dictatorial del general Velasco Alvarado. En palabras del curador de la muestra, Gustavo Buntix, Aljovín nos confronta con un desafío estético radical: “Vectorizar la utopía y ruina del Perú contemporáneo, deconstruir la señalética de esa quimera, y poner en perspectiva el mayor fracaso fáctico de la historia republicana”.

Lo logos estatales de esa época —Super Epsa, AeroPerú, la Compañía Peruana de Teléfonos, entre otros— remiten a pretenciosos códigos visuales que en la realidad significaban ineficiencia cotidiana y burocracia ideologizada. Un campo de cultivo propicio y fértil para nuestra debilidad histórica por la posibilidad de corromper algo.

Sin embargo, más de 50 años después del dominio político de esos símbolos, Aljovín quirúrgicamente los independiza de ese contexto nefasto para transferirles nuevo propósito. Buntix lo precisa en el texto que acompaña la muestra: el abrumador mandato revolucionario es suavizado por Aljovín con gracia, aunque agudizando su propósito poético y político: “Transfigurar en vector, en libertad, en movimiento tangencial, la estasis lineal de una época vencida”.

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“Geometría y poder”, de Micaela Aljovín, se expone en Paradero Habana de Micromuseo (calle Manuel Bonilla 105 A-107, Miraflores).

Foto: Juan Pablo Murrugarra
Foto: Juan Pablo Murrugarra


Habla la artista:

–¿Esta muestra es sociología, nostalgia, geometría?

Es una mezcla. Es nuestra historia. Es crítica a través de la despolitización del simbolismo de una época polémica. El resultado tiene una disposición que parecería un alfabeto, pero no lo es. Los colores son aletaorios, arbitrarios, próximos a la paleta setentera. Como el verde palta.

– ¿Hay algún hilo conductivo en esta decodificación?

Despojados del corporativismo, lo que queda de estos símbolos es la línea. No hay un elemento supérstite. Incluso aparece un tema prehispánico, propio de la geometría ancestral, como el trapecio.

–Estos logos que en un momento representaban una dictadura ahora son gatilladores de nostalgia.

Es una descomposición que te lleva a un imaginario que en conjunto funciona, pero no necesariamente todos hablan de lo mismo. Cada espectador realiza su propia digestión, que puede ser emocional, crítica, o simplemente imprevisible.

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