Godzilla vs. Kong. El cine es solamente un lienzo más en el que se ha representado a los monstruos gigantes como proyección de nuestros temores de turno. Desde la saga de Gilgamesh hasta nuestros días, los cíclopes, toros gigantes y dragones que siembran destrucción han proyectado nuestros miedos ya sea a la naturaleza, a nuestras propias emociones o a los mismísimos dioses. Lo que ha sido común en toda época y cultura es que nos causa pánico perder el control y sumirnos en el siempre aterrador caos.
El gorila enamorado
Parece mentira, pero, para 1933, cuando “King Kong” aparece en la pantalla, el mundo era todavía un espacio lleno de misterios para el gran público. Los directores Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack se habían conocido en la vida militar y habían trabajado en documentales describiendo territorios exóticos. Ambos decidieron apostar por una ficción que cambiaría el cine para siempre. Contaron con un pionero en efectos especiales como Willis O’Brien, quien diseñó y animó no solo al muñeco de alambre, látex y piel de conejo que representaría maravillosamente al simio en la pantalla, sino también a los dinosaurios que vivían en la isla Calavera, cuando todavía existía en el imaginario colectivo la idea de que había zonas del mundo donde esto era posible.
El estreno tuvo lugar solo trece años después de que los gorilas habían sido estudiados científicamente, y lo que primaban eran narraciones de viajeros europeos en el Congo que hablaban de simios gigantes con características casi humanas.
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Hacía menos de cien años, Darwin había publicado El origen de las especies y había hecho volar la imaginación popular acerca de nuestro parentesco con los primates. La irrupción masiva de actores disfrazados de gorilas en el cine de los 30 fue una reacción típica de la especie humana para denotar su superioridad. Los simios eran peligrosos y feos; al final, los humanos los vencían demostrando quién mandaba en el planeta. En 1930, William Campbell dirige “Ingagi”, una suerte de falso documental que mostraba a dos exploradores británicos en el aún colonial Congo que descubrían un culto nativo en el que una mujer era entregada en sacrificio a un dios gorila. Fue un éxito de taquilla. Si bien esta producción revelaba una típica perspectiva exotista y racista del Congo y de África en general, traía a escena un mito que los exploradores europeos insistían en haber escuchado y era el del gorila secuestrador de mujeres.
Desconocemos si las narrativas de los viajeros europeos correspondían a rumores o leyendas, pero sabemos por la investigación antropológica que la mitología referente a un animal antropomorfo secuestrador de potenciales esposas se encuentra en todo el mundo, y de manera muy marcada en el territorio andino y amazónico.
Hay una interesante correlación de criaturas secuestradoras: osos en los Andes y felinos humanoides en la Amazonía, en donde el monstruo obliga a convivir a una mujer a la que ha arrancado de su comunidad. Usualmente, la pareja procrea un humano híbrido o diferentes hijos, uno más humano que el otro, y la historia culmina con el escape de la mujer y sus hijos, o el rescate por parte de su familia humana y la consabida muerte de la bestia secuestradora. Un homenaje a esta narrativa es la película pionera Kukuli ( 1961 ), dirigida por Figueroa, Nishiyama y Villanueva, ambientada en Paucartambo, Cusco.
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¿Qué significado guardan estos relatos de animales secuestradores? Una interpretación común es que los grupos humanos tienden a valorar su propia cultura y consideran peligroso la relación con otros grupos a los que consideran menos desarrollados y asociados al salvajismo en una suerte de enfrentamiento entre naturaleza y cultura. Las narraciones suelen tener un efecto aleccionador al momento de definir las prohibiciones matrimoniales y por otro lado el peligro de cruzar el límite que separa a la cultura del grupo de la naturaleza que lo circunda.
Dragón radiactivo
Una figura que evoca a un reptil formidable que arroja fuego por la boca nos lleva al término genérico de dragón, cuya definición refiere a una criatura fantástica que tiene rasgos de serpiente, lagarto y otros predadores. En la Edad Media occidental, era un monstruo malvado que secuestraba doncellas o cuidaba tesoros. En Oriente, es lo contrario: el dragón es una criatura sabia y omnipotente que lleva a la fortuna.
En nuestro caso, en Chavín de Huántar tenemos la idea de la figura de un dragón en el obelisco Tello, donde no sabemos si está conformado por distintos animales, plantas o personas o, en realidad, los está devorando. Nuestra deducción siempre limitada es que se trata de una divinidad tutelar cuyos descendientes de alguna forma están representados en mantos Paracas o en la iconografía Moche.
Tanto en la hegemonía inca como en la actualidad las poblaciones quechua y aimara comparten la presencia mítica del Amaru, serpiente colosal que genera ríos, caminos, montes y temblores. En algunas narraciones es un conector de los universos de las alturas y las profundidades y siguiendo una perspectiva cultural que admite la armonía entre los opuestos, es un destructor y un edificador al mismo tiempo.
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Ishiro Honda, como los directores de King Kong, había servido al Ejército y hecho documentales cuando optó por mostrar cómo el horror nuclear que su país había vivido podría trasladarse a la pantalla, pues la pesadilla parecía no terminar. En 1954, la primera prueba nuclear de una bomba de hidrógeno estadounidense en las islas Marshall generó una irradiación que afectó a los pescadores japoneses del barco paradójicamente llamado “Dragón afortunado”. La pesadilla volvía a anunciarse.
Godzilla se estrenó ese mismo año enfrentando todo tipo de limitaciones. El presupuesto y el tiempo no daban para crear las animaciones que hacía más de veinte años habían deslumbrado en King Kong, lo que generó la necesidad de usar un sofocante traje y una serie de maquetas extraordinariamente hechas por el maestro Eiji Tsuburaya. Usar un disfraz permitió que Godzilla se viera enorme, y la técnica se concentró en el detalle de las maquetas de ciudades destruidas a la par que se enfatizó en el drama de personas que corrían llenas de pánico ante una amenaza que parecía demasiado real.
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En el guion, Godzilla era un dinosaurio (cuando se creía que los dinosaurios caminaban erguidos) que había mutado por la prueba de una bomba de hidrógeno. Nacía el espectacular género del kaiju o producciones japonesas con monstruos representados en disfraces de hule. En el Perú, estas películas eran caseritas de los viejos cines de barrio, y la censura militar no detuvo la transmisión de kaijus televisivos como Ultraman o Ultrasiete, entre otras series, en las que Tokio era pacientemente destruida cada semana.
Kong y Godzilla nacieron en culturas y tiempos diferentes, pero ambos han simbolizado el peligro de la invasión humana al orden natural. El original Kong fue secuestrado de su isla y utilizado como un espectáculo que termina desbordándose en la ciudad. Godzilla, a su vez, muta debido a los experimentos radiactivos que terminan recordando el horror de Hiroshima y Nagasaki.
Un gran miedo que los humanos tenemos es ser testigos del desborde de la naturaleza, de perder nuestro supuesto control sobre ella. Godzilla vs. Kong se estrenará en un contexto en que la naturaleza ha logrado controlarnos dramáticamente. El monstruo que nos ataca también es fruto de generar mutaciones que parecían imposibles. Sin embargo, este no es titánico sino microscópico, y nos vuelca a enfrentarlo como especie y a aprender de nuestros errores.
¡Qué bueno ver de nuevo a estos muchachones! Son los galanes del cine fantástico. Han sido representados en animaciones pioneras, en trajes de látex y en efectos por computadora. Esperemos que la pelea no sea limpia y que se den duro en la pantalla. No importa quién gane: ambos han sido, desde siempre, nuestros campeones.
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