Leyendo a la periodista e investigadora española Eva Millet, podemos concluir que, en lo referido a paternidad, maternidad y crianza, estamos en la época de la ansiedad y la grandilocuencia. “En nombre de hacer de nuestros hijos e hijas mejores y más competentes personas, les estamos arruinando la infancia. ¿Has visto que ahora niños y niñas tienen agenda de ministros?”, refiere la autora en una conversación que sostenemos a distancia a propósito de sus libros Hiperpaternidad e Hiperniños: ¿Hijos perfectos o hipohijos? y de su participación en la 25.ª Feria del Libro.
Son muchos los cambios y desafíos que se asumen al elegir ser padre o madre. Como sostiene Eva Millet, cada vez se habla más de reproducirse por decisión propia y no porque “es lo que toca”. Pero esto, sobre todo para las familias de clase media y alta, supone también decidir asumir un proyecto de vida en el que evidentemente se involucra a las hijas e hijos, aunque a veces no se tomen en cuenta sus opiniones. Y aquí es donde se cae en la trampa de la hiperpaternidad o hipermaternidad.
“Al traer una criatura al mundo, hay muchas expectativas puestas. Así, el hijo o la hija se convierten casi en un símbolo de estatus: lo que hacen ellos es un reflejo de ti mismo y, si desde pequeño habla cinco idiomas o si toca el piano desde los tres años, resulta que es porque eres un magnífico padre o madre. Esa es una idea totalmente equivocada, pero vigente y que tiene muchos adeptos. Vamos, es normal que la gente ponga ciertas aspiraciones en cómo va a ser su descendencia, pero —y lo digo por experiencia propia— los hijos al final pueden tener muy poco que ver con uno, por lo que sus gustos y sus intereses pueden ser diferentes”, explica.
Ojo: Millet aclara que la idea no es que los niños y niñas nunca tengan actividades extracurriculares, sino que estas sean de su agrado, que no llenen su agenda y que les quede tiempo libre para ser lo que son, infantes.
Hiperprotección
La hiperpaternidad, como la define Millet en sus libros, es este estilo de crianza en el que el niño es el centro absoluto de la familia, los padres sobrevuelan sus vidas como drones, y están obsesionados por la criatura y por controlar todo lo que hace. “Esto implica mucha sobreprotección y mucho miedo a dejar ir, pero es un poco contradictorio porque, por un lado, los padres quieren que el hijo sea lo máximo y, por otro, no los dejan ser autónomos en cosas básicas por miedo a que se frustren o les suceda algo. Por ejemplo, los matriculan en idiomas, en música y en algún otro curso, pero, si este mismo niño o niña no copia los deberes en la escuela, ya está el hiperpadre o la hipermadre pidiendo ayuda en el grupo de WhatsApp del aula. Esta es una forma de no educarlos en la responsabilidad y, a la vez, de ejercer una crianza de control absoluto sobre lo que hacen los hijos”, añade. Las nuevas tecnologías son aliadas también de esta ansiedad llamada hiperpaternidad o hipermaternidad.
Pasamos de una época en la que lo común era la hiperexigencia a movernos entre esta y la hipercondescendencia. “Hay una confusión brutal entre lo que son la autoridad y el autoritarismo. No queremos volver a la época en la que el padre o la madre producían terror en los hijos con solo levantar la ceja, pero nos hemos ido al otro extremo. Hay un estilo de crianza en el que se procura no decirles ‘no’ a los hijos porque los vamos a traumar. Por Dios, eso es imposible. Así, convertimos a los niños y niñas en reyes y reinas de la casa en la que se pierde el principio de educación y de autoridad. Estaría bien volver a entender la autoridad, que en las familias existe una jerarquía”, comenta.
El asunto de la paternidad o maternidad no es sencillo, lo sabemos. En el libro Mas crianza, menos terapia: Ser padres en el siglo XXI, del psicólogo argentino Luciano Lutereau, es posible encontrar afirmaciones que apoyan lo planteado por Eva Millet. Por ejemplo, Lutereau recomienda no rehuirle al conflicto en la crianza, pues las relaciones humanas implican conflictividad y es gracias a esos momentos de crisis que los vínculos crecen.
“Los valientes que se animan (o se atreven) a traer un hijo al mundo, al poco tiempo ya se encuentran lidiando con el desborde y la angustia que implica la crianza. Este es un punto central: no hay manera de criar a un niño sin una cuota de angustia. Esta cuota no significa necesariamente algo malo, sino que es el mejor indicador de que estamos ahí concernidos por esa vida que nos reclama”.
La hiperpaternidad no es pues un tema en el que los padres suelen incurrir con mala voluntad, . Probablemente sea una decisión que tomen en una de esas “encrucijadas fundamentales que nos permiten pensar en nuestra posición como padres y las decisiones que, en cada momento, nos toca tomar”, como señala Lutereau.
¿Y la estimulación?
Este afán de llenar las agendas de los niños y adolescentes con actividades extracurriculares se ha trasladado también a la más tierna infancia gracias a la gran oferta de programas llamados de estimulación temprana.
“Sucede mucho que madres y padres primerizos caen en la tentación de la estimulación temprana. Claro, si les dicen que de esos talleres va a salir el nuevo Einstein o se va a desarrollar más su cerebro, entonces lo hacen, porque cómo no van a hacerlo, serían unos malos padres si no les dan a sus hijos las mismas oportunidades que otros padres y madres les dan a los suyos. Pero esa es una gran mentira que se vende para sostener el negocio”, afirma Millet.
La respalda Loreto Santé, psicóloga social española que radica en Cusco desde hace más de 15 años, y que es especialista en niños y adolescentes. “Las terapias de estimulación son adecuadas para niños que presentan algún tipo de problema —que impide que se desarrollen adecuadamente— o un retraso significativo en su crecimiento. Pero, para niños sanos, no es necesario. Si un niño está sano y vive en un entorno saludable donde recibe atención de sus padres —que es lo esperable—, ¿me estás diciendo que necesitamos programas extras para desarrollarnos como seres humanos? ¿Acaso la especie humana está fallada? Imagínate que, si desde que nace está sobreestimulado, en la primaria, tendrá también una serie de actividades extras y ni qué decirte en la secundaria. Lo que logra la gente es crear seres humanos saturados y sometidos a una sobreexigencia inimaginable e innecesaria. Lo único que necesita el ser humano entre los cero y tres años es establecer vínculos sanos, que le den seguridad, que lo hagan sentirse protegido”, explica.
¿Por qué se volvieron famosas, entonces, estas terapias de estimulación para recién nacidos e infantes sanos? Ambas coinciden en que, al crearse estos programas y aplicarse en niños con problemas de desarrollo, nació la idea de que, si se aplican a niños sanos, estos podrían desarrollar más y mejor sus capacidades. “A veces es cierto que el papá y la mamá tienen que trabajar, y dejan a sus hijos en centros de cuidado y crianza. La situación es distinta: la razón es una necesidad de los padres, no un deseo o una ilusión de crear superniños”, añade Loreto.
Lo cierto es que, como señalan ambas especialistas, lo importante es brindarles a los más pequeños la seguridad de un vínculo afectivo humano fuerte y sano. Esta pandemia, los progenitores que practican la hiperpaternidad se han dado cuenta de que los niños pueden parar, y no pasa nada. Todo lo demás, como dice la Biblia, se les dará por añadidura.