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"La canción de las figuras", libro esencial de José María Eguren, cumple este año un siglo de publicado. En él, el poeta descubre la callada voz de los paisajes, pero también la omnipresencia de
la muerte.
Para Eguren, iniciador de la poesía moderna peruana, las haciendas Pro y Chuquitanta fueron los lugares que le sirvieron de refugio cuando niño. En la actualidad, ambas se han convertido en terrenos plenamente urbanizados, pertenecientes al distrito de Los Olivos, en Lima Norte. Pero en ese tiempo, los años ochenta del siglo XIX, estaban bajo la administración del padre del poeta. Mientras Eguren permaneció en ellas, ni la humedad —típica propiciadora de enfermedades respiratorias— ni la guerra con Chile —cataclismo furibundo que desoló Lima y alrededores— lograron alcanzarlo como para hacerle daño.
Solo hacia el inicio de su adolescencia, fallecidos ya sus padres, se trasladaría a Barranco —dato privilegiado en nuestro imaginario colectivo—, que en aquellos años, a poco luego de iniciado el XX, era poco más que una aldea frente al mar. Su educación, conducida por Jorge, su hermano mayor, abarcará la práctica de artes, como la literatura, la música y la pintura; así como el aprendizaje de otros idiomas (italiano y francés); y el contacto con la naturaleza, a través de sus paisajes, sensaciones y misterios. No debería extrañar, por lo tanto, que Eguren desarrollara una especial facultad sensorial —luego revelada en su obra— para hurgar vívidamente en los fenómenos naturales que le rodeaban y así encontrarles aquel huidizo algo más que, al fin y al cabo, siempre ha perseguido la poesía.
Eguren afirmó, en uno de sus tantos motivos estéticos, lo siguiente: “La naturaleza es un inmenso surtidor de sones finos y temerosos, exhalados por miríadas de entes frágiles. Es música expresionista esta sinfonela campesina; cada timbre diverso que escuchamos denota una entidad. No arriba a variaciones individuales; es la canción inconclusa; pero dice la voz simbólica de los paisajes sensibles”. Por lo que una excursión o un extravío en medio del campo habrían sido oportunidades extraordinarias para oír, en todo su esplendor, la música de la naturaleza. No resulta difícil imaginarnos a Eguren detenido en medio del campo, en silencio, debajo de un cielo estrellado, concentrado en ella, para capturarla y disfrutarla.
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En muchos de los poemas de "La canción de las figuras" existe un afán por parte del poeta de hacer perceptibles las manifestaciones de una entidad trascendental, que vendría a ser lo absoluto, la cual lo sobrepasa y a la que —por esa misma condición— ignora o no consigue conocer con detalle. Para representar a esta gran ausencia apela a recursos que la encarnan, según sea la ocasión, como sombras, huellas, visiones o susurros. Ejemplo de ello son los primeros versos de “La sangre”: El mustio peregrino/ vio en el monte una huella de sangre;/ la sigue pensativo/ en los recuerdos claros de la tarde”.
Asimismo, los sentidos son los canales por los que los protagonistas de sus versos se comunican con su entorno. De allí que la música de la naturaleza sea equivalente a la contemplación de lo sublime o al roce con lo intangible. Razón por la cual se comprendería mejor que la “voz simbólica de los paisajes sensibles” fuese “una canción inconclusa”. Acaso porque solo así, por medio de lo ausente, se podría representar lo absoluto. En “Marginal”, otro de los poemas del conjunto, se puede leer: “Y las almas campestres,/ con grande anhelo,/ en la espuma rosada/ miran su cielo.// Mientras oyen que cunde/ tras los cañares,/ la canción fugitiva de esos lugares”.
En estos poemas, además, ocurre que distintos personajes, tanto reales como imaginados, agonizan, fallecen o penan una vez muertos, pero que, incluso así, siempre tienen algo que transmitir o legar al poeta. De hecho, muchos de los eventos en los que este consigue experimentar una epifanía, una revelación, coinciden con la llegada de la muerte. No sería para nada disparatado asociar lo absoluto, que se apodera de los paisajes y sus criaturas para manifestarse, con la muerte. Por lo que la poesía de Eguren sería un registro de esos momentos en los que se siente consternado por el paso del tiempo, la genuina instancia eterna y devoradora de todo lo que existe. Los versos finales de “Elegía del mar” son una clara muestra de esa experiencia: “En la playa azulina se difunden cantoras,/ en un orfeón de sueños, quejas desgarradoras/ y dicen tempestades, dicen tribulaciones […] ¿Será que determinan, cuando punta la Aurora,/ la ruta indiferente de mi barca incolora?/ ¿De funeral son voces, acaso ya me espera/ la onda limpia y helada donde morir quisiera?”.
Precisamente, a propósito de los cien años de este clásico de nuestra poesía, la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos está organizando un coloquio en el que se expondrán los trabajos de una serie de investigadores de la obra egureniana. La sede del evento, que se llevará a cabo los días 1 y 2 de setiembre, será el auditorio principal de la Facultad de Letras, en la Ciudad Universitaria. En el marco de esta celebración a Eguren se presentará la nueva edición de "La canción de las figuras". Sin duda, hay más de un pretexto para volver a sus páginas.