RAÚL MENDOZA CÁNEPA
El poeta José Watanabe cumpliría hoy 69 años. La poesía peruana lo recuerda y lo celebra. Su padre fue un inmigrante japonés pobre, aunque cultivado, operario en la antigua hacienda Laredo. Su madre provenía de la sierra liberteña. No obstante, tales raíces rurales se complementarían pronto con el influjo oriental y los haikús, de los que se nutriría muy temprano. De Laredo, los Watanabe llegarían a Trujillo por circunstancias imprevistas y más adelante el escritor recalaría en la Lima de fines de los 60.
Su destino era ser poeta y recordar públicamente y con lírico intimismo la vida de la provincia, que conocía bien. El vate le dio voz al campesino costeño y manifestó su mirada centrada en la relación entre los hombres y sus terruños.
Podemos distinguir al poeta en la Laredo de su niñez y adentrarnos en su fabuloso mundo lírico con “El guardián del hielo”:
“Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardían del hielo”.