“Lo que importa de los estereotipos es su naturaleza y la candidez con la que los utilizamos”, escribió Walter Lippmann en su libro Opinión pública, uno de los textos precursores de los estudios críticos sobre los medios de comunicación en Estados Unidos. A inicios del siglo veinte, cuando Lippmann publicó esas líneas, había poca claridad sobre cómo se conformaban los estereotipos y cuáles eran sus efectos en la sociedad. En su lugar, los estereotipos quedaban delimitados por la cándida pretensión de simplificar la compleja realidad que nos rodea.
Hoy, y en el Perú, enfrentamos retos similares sobre estas representaciones engañosas de nuestros grupos sociales. Considero, sin embargo, que es cada vez más claro el rol de los estereotipos en la perpetuación de desigualdades raciales en nuestro país.
¿Habilidades o estereotipos?
Pensemos, primero, en los estereotipos que existen en nuestra sociedad sobre los afroperuanos y afroperuanas. “Siempre esperan que bailemos, pero yo no sé bailar (...) ¿por eso yo soy menos negra?”, reprochaba una de las entrevistadas para la investigación sobre representaciones sociales de mujeres afroperuanas de Rocío Muñoz en El Carmen, Ica. Además de saber cocinar o ser buenos para el deporte, saber bailar y hacer música son algunas de las habilidades transformadas en estereotipos sobre la población afrodescendiente en el país. Estos pueden ser entendidos incluso como estereotipos positivos, ya que consideran que los afrodescendientes pueden realizar tareas que otros grupos no.
La celebración superficial de tales habilidades es la otra cara de una narrativa en la que los afrodescendientes son buenos únicamente en esos ámbitos. Las aptitudes intelectuales, los negocios o la política, por otro lado, no son espacios en los que se espera que se desempeñen con éxito. A esto se suman las ocupaciones asociadas con el pasado esclavista y el servicio, tales como chofer, cocinera, empleada del hogar o cargador de ataúdes.
En los medios de comunicación
Ahora, pensemos en los estereotipos sobre afroperuanos en los medios. Recordemos la última vez que vimos a un afrodescendiente en una pantalla o en un diario. ¿Qué rol estaba desempeñando? “Maleante, vendedor de drogas, médico, hombre de negocios, guardaespaldas y ciertamente de policía”, contaba Rafael Santa Cruz, en 2005, a la prensa sobre los papeles que había asumido en televisión.
Algunas cosas han cambiado desde entonces, pero dos siguen siendo ciertas: los actores y actrices afrodescendientes siguen sin ser la mayoría en el Perú, y aquellos que asumen roles como médicos, gente de negocios o de alto estatus son aún menos.
La tensión entre la invisibilidad y la presencia de las personas afrodescendientes se hace aún más evidente en espacios como la prensa deportiva, en la que son la mayoría visible y también los más estereotipados. A lo largo de los años, se ha naturalizado la práctica de colocar apelativos a los futbolistas afrodescendientes que, “por coincidencia”, hacen referencia a animales (mono) u objetos oscuros (aceituna).
Educación y empleo
Si observamos la realidad material de los afrodescendientes en el Perú, notamos algunos patrones entre las representaciones estereotípicas y las desigualdades. Así como abundan los estereotipos sobre falta de inteligencia o habilidades cognitivas entre la población afrodescendiente, este grupo se encuentra más ausente que el promedio nacional en la educación superior universitaria.
Un informe de Eliana Villar-Márquez para el Centro para la Educación Universal, en 2018, señala que las niñas afroperuanas enfrentan expectativas más bajas sobre su potencial académico. Estas expectativas, efecto de estructuras interseccionales, repercuten en las diferencias en acceso a la educación secundaria.
Las ocupaciones estereotípicas también tienen un correlato en la vida cotidiana. Según la última ronda de Censos Nacionales 2017, la mayoría de afroperuanos se dedica a ocupaciones elementales, a servicios, a la construcción y a la operación de maquinarias, mientras que un casi invisible 0,2 % ocupa cargos en los poderes Ejecutivo, Legislativo o Judicial, o es personal directivo en la administración pública y privada. El 27% de afroperuanos se dedica a ocupaciones elementales; el 18,4 %, a servicios; 13,7 %, a la construcción; y el 11,3%, a operación de maquinarias. En contraste, solo el 5,5 % ocupa puestos de jefe o de administración, y el 0,2 % son miembros del Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial y personal directivo de la administración pública y privada. Además de una aparente “profecía autocumplida”, estos patrones hacen tangible la relación entre las ideas que tenemos de este grupo y los lugares que les está permitido ocupar a sus miembros.
Los referentes diversos son necesarios porque erosionan estas creencias institucionalizadas sobre el lugar que corresponde a los afrodescendientes, a las poblaciones indígenas y a aquellas poblaciones marcadas como diferentes. Aquellas imágenes que retan estereotipos nos invitan a pensar la sociedad de otra manera. Cambian el paisaje del sentido común.
La relación entre las mujeres afrodescendientes y la cocina o el baile se ha institucionalizado como inevitable al punto de limitar las aspiraciones de este grupo en la sociedad. Representar a los afrodescendientes haciendo lo que no se espera de ellos tradicionalmente genera nuevos puntos de referencia a partir de los cuales podemos entender la igualdad y la diferencia en nuestro país.
*Sharún Gonzales Matute es periodista y Mg. en Ciencias Políticas.
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