Para abordar la vida y obra de Flora Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972) es mejor alejarse de la romantización de las sombras que la marcaron. Eso no significa, sin embargo, negar la fascinación y fanatismo que esta puede producir, como dice Cristina Piña, la mayor estudiosa del trabajo de la poeta argentina.
Son 45 los años que Piña le ha dedicado a estudiar a Pizarnik. En noviembre del 2021, publicó “Alejandra Pizarnik: biografía de un mito”, libro que coescribió con Patricia Venti, en cuyo prólogo señala: “Este libro no es una biografía ‘ad usum’, sino más bien un viaje a través de una vida breve y dolorosa, su travesía hacia el infierno, que finalmente terminó en suicidio, destino coherente con la vida que vivió y que, en rigor, era inevitable que sucediera”.
Inevitable tal vez sea una palabra dura, pero en este caso parece adecuada. Unos años antes de su muerte, Alejandra Pizarnik recibió la beca Guggenheim y la beca Fullbright, y su obra gozó de gran reconocimiento. Pero la depresión asentada en su alma no cedió. Tras su primer intento de suicidio, en 1970, su gran amigo Julio Cortázar le escribió: “No te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta de que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte”.
Sin embargo, el 25 de setiembre de 1972 Alejandra Pizarnik se despidió de este mundo tomando 50 pastillas de Seconal, un medicamento usado en casos de angustia y ansiedad. Ese día había salido de permiso del Hospital Psiquiátrico de Buenos Aires, donde se encontraba internada.
“El 25 de setiembre de 1972 se despidió de este mundo tomando 50 pastillas de Seconal”.
Simbología de la poeta
El caso de Pizarnik es uno de aquellos en los que es difícil separar al autor de la obra. Así también lo cree el escritor Luis Fuentes, quien acaba de publicar el libro “La jaula se ha vuelto pájaro. Símbolos en la poesía de Alejandra Pizarnik”, un trabajo derivado de su tesis de doctorado y para el cual analizó no solo el libro “Poesía completa”, publicado en el 2012, sino también las biografías, cartas y gran cantidad de material publicado alrededor de la obra de la escritora.
“He contrastado la poesía con sus diarios, con lo que decía de ella la crítica y con su contexto particular, el cual he analizado mediante las cartas que se enviaba con diferentes personas. El esfuerzo de contextualizar su poesía me parecía importante. Toda lectura es una interpretación, pero no se puede leer solo la obra sin estudiar sus raíces, más aún con una poesía de Pizarnik que tiene una carga tan personal”, señala.
Tras analizar más de 300 poemas, halló 272 símbolos, consideró que 97 eran los más significativos. Eligió analizar 15 de ellos, los más recurrentes, y encontró la preponderancia de símbolos relacionados a la muerte. “Los símbolos tanáticos preponderan, ocupan un 65% de las características poéticas analizadas, y van al alza durante los últimos años”, añade Fuentes.
El escritor considera que la vida y la obra son un poliedro. En el caso de Pizarnik, la relación es ineludible.
El libro “La jaula se ha vuelto pájaro. Símbolos en la poesía de Alejandra Pizarnik”, de Luis Fuentes Rojas, está a la venta en Librería Sur a S/59.
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