Empecemos por lo que no es este volumen que en las próximas semanas llegará a las librerías peruanas. No es un libro sobre dictadores. Tampoco es una colección de crímenes sensacionalistas. No es un descenso a los infiernos. Menos todavía, un sumario de casos policiales. En Los malos se traza una serie de perfiles de seres que tuvieron perseverancia y convicción en la iniquidad. Máquinas de maldad que azotaron la historia reciente de sus países. Que hayan tenido exposición pública no fue necesariamente un requisito. Sí debían tener una trayectoria en esta suerte de oficios malignos: asesinos, caníbales, violadores, secuestradores, narcotraficantes, sicarios, terroristas.
Como el chileno Manuel Contreras, el mandamás de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) durante la dictadura de Pinochet. Como la brasileña Bruna Silva, que secuestró, mató y cocinó a varias mujeres para comérselas, alentada por un supuesto mandato divino. Como el mexicano Santiago Meza López, especialista en disolver cuerpos con soda cáustica para el cártel de Tijuana. Como el senderista Félix Huachaca Tincopa, un secuestrado por las huestes terroristas que luego se enorgullecería de cada una de las muertes que perpetró.
Si antes, en "Los malditos", Leila Guerriero había editado un volumen con épicas y desgracias literarias, todas subyugantes, basadas en las vidas de 17 narradores y poetas latinoamericanos, y contadas por colegas y cronistas contemporáneos; ahora con Los malos, también bajo el sello editorial de la Universidad Diego Portales de Chile, arma un compendio con perfiles de personajes de nuestros países que tuvieron una vocación por ejercer su lado pérfido. Un vademécum de la maldad humana. “Además de los solitarios sanguinarios, en Colombia, México o Perú, buscamos personas relacionadas con problemas contemporáneos, como la trata de blancas, los cárteles y los paramilitares. Queríamos que en el libro estuviera reflejado tanto el terrorismo de Estado como el abuso de guerrillas que empezaron con el afán de defender al pueblo y que terminaron cometiendo crímenes atroces como Sendero Luminoso. Que existiera un contraste en el conjunto”, dice Guerriero.
Los individuos perfilados (tres mujeres y once hombres) son personas —he ahí lo más evidente, y a la vez desconcertante y revelador del libro— que no vinieron de Marte o del infierno. Como dice la editora, que de niña tuvo pesadillas con las brujas malvadas de los cuentos de hadas: “No surgieron por combustión espontánea. Son personas que hemos engendrado como sociedad, que han ido a las mismas escuelas, que han comprado comida en los mismos mercados que nosotros”. Las más de quinientas páginas del libro son una especie de llamada de atención al Estado de derecho, que posibilita la aparición de aquellos individuos a merced de la impunidad y la corrupción. La mayoría de los personajes están recluidos en cárceles (como el sicario y paramilitar colombiano Chaqui Chan; como Ingrid Olderock, la chilena que entrenaba perros para la DINA y que más tarde violaban a los secuestrados); o ya han sido sentenciados (como Norberto Atilio Bianco, el médico militar que atendía los embarazos de las detenidas durante la dictadura argentina y luego secuestraba a los recién nacidos); o en pleno litigio (como Rubén Ale, que dirige un negocio de trata de blancas en Tucumán); y solo uno está muerto (Miguel Ángel Tobar, un salvadoreño que perteneció a la temible Mara Salvatrucha, que fue asesinado durante la edición final del libro). Hablamos con la editora.
En un ‘antología’ de victimarios, la voz de las víctimas es fundamental, aparece como la huella de la crueldad.
No hay una competencia entre los personajes del libro para saber quién es el más malo. Aunque uno pueda parecernos menos truculento que otro, para la persona que fue torturada o la que tuvo un pariente muerto a manos de una guerrilla equis, ese hombre es el inventor del mal.
Hay una cita contundente en el prólogo. Es de Primo Levi, el autor que describe los horrores del nazismo que él mismo sufrió: “No eran esbirros natos, no eran (salvo pocas excepciones) monstruos: eran gente cualquiera. Los monstruos existen pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir”.
Creo que es un referente insoslayable a la hora de escribir sobre estos temas. Ninguno de los autores fue víctima directa de los sujetos perfilados. Por eso, cuánta más responsabilidad social tenemos los que no fuimos víctimas por tratar de entender. Como dice Javier Cercas en su último libro, entender no es justificar. Uno no le puede pedir a una víctima que comprenda. No le puedes pedir nada. Todos los demás sí podemos aportar a esa comprensión. Esa es la propuesta del libro. Las sociedades que conocen su historia están más a salvo de repetir errores.
¿Cómo ensayar una explicación de esta fascinación por lo malo?
El mal tiene más rating que el bien. En eso, los contadores de historias tenemos una responsabilidad. Nos interesan más las historias sin final feliz, las de los malos. Las otras, las de los buenos, caen en manos de narradores más flojos, que van por el lugar común de la superación. Las historias de esas vidas terminan, para los que nos gusta leer, como un ronquido eterno. El mal parece una materia narrativa más interesante, menos comprensible. Hasta los cuentos de hadas tienen un grado de maldad. Igual, hay más gente buena que mala en el mundo. Si no, todos estaríamos desayunando con una uzi sobre la mesa.
Espíritus del mal
Ángel Páez fue el periodista peruano que se zambulló en la selva para juntarse con los familiares de Félix Huachaca. “Cuando tuve acceso a sus declaraciones ante las autoridades, me sorprendió que relatara toda su trayectoria criminal con tanto detalle, frialdad y precisión. He sido reportero durante el conflicto armado y conocí a varios senderistas, pero a nadie que confesara así sus atrocidades, como liquidar a más de 60 personas”, nos dice Páez. La argentina Josefina Licitra, quien ya había escrito sobre madres que matan a sus hijas y de una adolescente que lideró una banda de secuestradores, siguió los pasos de Rubén ‘La Chancha’ Ale. Cuenta: “Como de cualquier otro personaje oscuro, lo que me interesó fue su arquitectura: cómo se construyó, qué materiales y qué decisiones hicieron falta para que un individuo que nació con el contador en cero termine siendo un malhechor”. Otro de los autores convocados por Guerriero, el también argentino Rodolfo Palacios, convivió con toneladas de maldad durante los dos últimos años, como parte de su trabajo de guionista de la próxima película de Pablo Trapero. Allí, Guillermo Francella interpreta al patriarca de un clan de secuestradores en Argentina.
La atracción por el lado oscuro
La lectura de "Los malos" puede resultar perturbadora y por eso requiere pausas. Como si necesitáramos salir a la superficie a respirar, entre texto y texto. Aunque no exista un interruptor on/off para activar la maldad, son historias de vida de hombres y mujeres que tuvieron familia, amores, desencuentros, anhelos. Tampoco hay una fórmula (abandono + violencia familiar + decepción amorosa = torturador) para configurar el devenir malévolo de un individuo. Entonces, ¿cómo ese vecino sale a comprar el pan todas las mañanas y por las noches dirige escuadrones de secuestradores que torturan mujeres? En una entrevista a un medio chileno, Guerriero lo resumió así: “Ser un buen abuelo no te exime de ser un hijo de perra”.
Libro: "Los malos"
Autor: Leila Guerriero (editora)
Editorial: UDP
Páginas: 558