“La información viene de fuentes confiables y especializadas, pero la desinformación viene de cualquier lado”, sentencia con aguda puntería la periodista y docente de la PUCP Jacqueline Fowks.
Estamos en un punto en el que parece que la situación se está saliendo de control, pero hay que reconocer que la epidemia desinformativa no es reciente. Tras la aparición de las redes sociales, nos enfrentamos a la proliferación de mentiras, sobre todo, en época electoral. El fenómeno, lo sabemos, se replica en el mundo y se alimenta, entre otras cosas, del negacionismo y de intereses políticos subalternos.
Un manual elaborado por la Comisión Europea y la Unesco alerta de la proliferación de teorías conspirativas y explica que, a menudo, estas surgen como una aparente explicación lógica de situaciones difíciles de entender, y su gran acogida se debe a que generan una falsa percepción de control, pues sus creadores hacen que supuestas pruebas encajen en ellas.
Advierte el mencionado manual que, si bien algunas de estas teorías nacen de la búsqueda de una explicación ante la incertidumbre —por más descabellada que esta pueda ser—, otras buscan deliberadamente provocar, manipular o apuntar a personas por motivos políticos o financieros. Una vez que han calado en la sociedad, las teorías conspiratorias suelen crecer rápidamente y son difíciles de rebatir porque se considera que cualquier persona que intente hacerlo es parte de la conspiración. Su procedencia puede ser diversa: internet, amigos o familiares.
El valor de la evidencia
El filósofo y docente de la UARM Gonzalo Gamio destaca como lección de estas circunstancias la revaloración del manejo de la evidencia y del argumento. “Se ha revelado cómo la mentira puede convertirse en un instrumento político muy peligroso. En los últimos años, algunos personajes políticos del hemisferio norte —Trump, por ejemplo— han cultivado la baja política, fundada estrictamente en la desinformación. Esa es una mala práctica que aquí se está popularizando con suma velocidad porque existen todas las condiciones para que florezca”, advierte. Y pone como ejemplo a los políticos que han solicitado una nueva vacancia presidencial recurriendo a datos falsos sobre el proceso de vacunación. “La ciudadanía debe estar alerta y mantenerse informada frente a este tipo de estrategias tan cuestionables”, añade.
Otra cosa que evidencia Gonzalo Gamio es que los políticos usan la mentira como estandarte de batalla, y dicha conducta no se sanciona. Esta sensación de impunidad envalentona a las redes sociales, espacios que se han convertido en caja de resonancia de estas prácticas. “Esta situación solo se puede revertir si contamos con una ciudadanía informada y dispuesta a desenmascarar el recurso a la manipulación en el espacio público”, sostiene el docente.
¿Y los periodistas?
La responsabilidad de los medios de comunicación y de los periodistas es mucho más evidente, y la demostración de su profesionalismo es más necesaria que nunca. “Debemos ser mucho más cuidadosos. Al momento de reportar noticias, sobre todo, cuando involucran a una persona que sostiene determinadas afirmaciones dudosas, los periodistas tenemos que dejar en evidencia si esta persona tiene intereses políticos o económicos atrás y cuáles son estos intereses”, dice Jacqueline Fowks.
La periodista, corresponsal del diario español El País, reconoce que este tiempo supone una mayor responsabilidad de parte de los medios, pero también de la audiencia, sobre todo, en la coyuntura pandémica-electoral. “No debemos desconectar las campañas de desinformación de los problemas políticos, económicos y sociales en los que se inscriben”, añade.
Es compromiso de los medios de comunicación proteger su credibilidad y no descuidar el servicio a la ciudadanía. En ese sentido, lo saludable es no seguir el patrón de medios como Willax, donde la verificación de información escasea.
Rossana Echeandía, periodista y directora de la especialidad de Comunicación y Periodismo de la UPC, considera que la lección que nos deja este período a los periodistas es recordarnos que siempre es menester dudar de todo. “Esta es una gran lección para los periodistas y para los alumnos de la carrera de Periodismo: no olvidar que siempre debemos dudar y buscar los intereses subalternos de quienes se esfuerzan en difundir información falsa, mal contextualizada, desfasada o malintencionada”, añade.
Rossana Echeandía también considera que los medios tienen que aplicar la autocrítica cuando, voluntaria o involuntariamente, desinforman a la ciudadanía. Sin embargo, ¿se puede desinformar o replicar mentiras involuntariamente? Sí. Una prueba de ello la encontramos en la cobertura inicial del vacunagate, cuando la entonces ministra de Salud Pilar Mazzetti aseguró no saber quiénes habían sido beneficiados con la vacuna. Si bien a la ministra le faltó mirarse al espejo, a los periodistas nos faltó rascar un poco más el fondo de la olla de la noticia. Nos queda de lección.
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