Esta historia comienza con la escena final. Esta historia comienza en un paraje solitario, en una especie de rotonda ubicada en medio de un cementerio, donde hay tres hombres parados en puntos distintos. Tres hombres con pistolas en la mano y listos para un duelo. Tres hombres tensos que esperan eternos segundos para el disparo letal. Mientras esos seis ojos se miran entre sí, tratando de elegir hacia quién irán primero las balas o de ensayar, quizá, una plegaria postrera, se oye una música de fondo: sonidos tribales, silencios, algo de piano y guitarra, más silencios.
Es parte de una banda sonora inolvidable cuya cumbre es el tema que lleva el mismo título del filme. Imposible tararear o describir adecuadamente aquella pieza aquí, pero es muy posible que, si saben que los tres hombres en duelo son Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee van Cleef, o “El bueno, el feo y el malo”, respectivamente, venga a ustedes la melodía más célebre de la historia del spaghetti western, perteneciente a aquel filme de Sergio Leone de 1966. Y vaya que aquel género, lleno de villanos resinosos y héroes poco convencionales, nos ha regalado una buena cantidad de extraordinarias bandas sonoras. La mayoría de ellas tiene algo en común: Ennio Morricone es el verdadero genio que desenfunda, dispara y gana los duelos.
Incluso hoy, 50 años después de aquel clásico del cine. Y eso que era ya la tercera película de Leone en la que colaboraba: “Por un puñado de dólares” y “Por unos dólares más”, las primeras partes de la llamada “Trilogía del dólar”, también contaron con musicalizaciones compuestas por Morricone. Esas melodías novedosas, que incorporaban instrumentos peculiares, sonidos guturales y hasta tic tacs de reloj, junto a la gran cantidad de títulos de otros directores que creyeron su talento imprescindible para ese género, lo convierten en el sumo pontífice del ‘sonido spaghetti’.
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“Desde que tengo uso de razón, Morricone ha sido mi compositor favorito; y, cuando digo ‘compositor favorito’, no me refiero al gueto de los compositores para películas, me refiero a personajes de la talla de Mozart, Beethoven o Schubert”, aseguró Quentin Tarantino sobre el talentoso italiano el pasado 10 de enero, cuando recogió en su lugar el Globo de Oro a mejor banda sonora por la música de “The Hateful Eight”, la más reciente película del también director de “Kill Bill”.
A pesar del extraño uso de la palabra gueto y de su equivocación al decir que Morricone –—quien no pudo o no quiso asistir a la ceremonia— nunca había obtenido un premio por su trabajo en Estados Unidos —en realidad, si mencionamos solo los más importantes, ha recibido cinco: un Óscar honorífico, dos Grammy y dos Globos de Oro—, queda clara la devoción que el hombre de cine siente por el maestro nacido en Roma el 10 de noviembre de 1928, cuyo genio ha sido capaz de componer, según IMDb, la música de 528 películas y series de televisión. Sí, leyó bien: ¡528! Esto en casi 70 años de incansable actividad.
Por si fuera poco, esta semana se supo que también está nominado al Óscar por la misma banda sonora. Cuando se conoció la nominación, Morricone estaba dirigiendo una orquesta de 90 músicos y 90 coristas. Todos se pusieron de pie y lo aplaudieron. Il maestro —como se le conoce— se mostró complacido. “No sé exactamente las razones que hacen que mi música guste a tanta gente distinta, aunque creo que entiendo algunas: por la claridad temática, la simplicidad armónica y una orquestación que a muchos les resulta fascinante”, declaró Morricone a El País en marzo del 2007, a propósito del disco de homenaje que le dedicaron músicos de las más diversas tendencias, como Bruce Springsteen, Roger Waters, Metallica o Quincy Jones: “We All Love Ennio Morricone”. Acababa de ser premiado con un Óscar honorario, luego de ser nominado en cinco ocasiones, sin éxito: “Días de cielo”, “La misión” (que le deparó un Globo de Oro), “Los intocables”, “Bugsy” y “Malena”. Todos fueron filmes más bellos, más inolvidables, más poéticos gracias a su música.
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Esta vez es “The Hateful Eight”, película que podríamos llamar el Royal with Cheese Western de Tarantino —remitiéndonos a un célebre diálogo de “Pulp Fiction”—, la que coloca los reflectores nuevamente en el director que ha trabajado para cineastas como Argento (en sus tres primeros filmes, entre 1970 y 1971), Pasolini (“Saló”), Bertolucci (“Novecento”), Tornatore (“Cinema Paradiso”), Oliver Stone (“U Turn”) o Almodóvar (“Átame”), además, claro, de firmar el tema del Mundial de Argentina 1978.
“Creía tanto en mí. Me dejó completamente libre para hacer mi música”, dijo hace poco el compositor italiano acerca de Tarantino. “Esto ha sido diferente de algunas de mis experiencias anteriores. Algunos directores querían que hiciera otra vez lo que habían escuchado antes y tenía que forzarlos para que aceptaran mi idea, porque quería hacer algo que me perteneciera, algo que viniera de mí”, aseguró, satisfecho luego de esta nueva colaboración entre ambos. Y es que, después de haber incluido algunos temas en “Kill Bill”, “Inglourious Basterds” y “Django”, esta es la primera vez que lo hace con la banda sonora íntegra: algunas piezas fueron melodías nunca utilizadas por John Carpenter en “La cosa”, junto a la composición de 25 minutos nuevos.
“A pesar de su estatura, proyecta una sombra que se impone ampliamente sobre la segunda mitad del siglo XX y más allá”, escribió sobre él hace unos años el periodista John Doran, en thequietus.com, a la vez que aseguraba que parecía 20 o 30 años más joven de lo que en realidad es. Morricone toca desde los seis años y ahora, a sus 87, confiesa que aún se despierta por la noche para escribir, tras haber soñado una melodía, como quien suma nueva magia a las más de 500 historias que ha musicalizado: 500 vidas distintas, 500 mundos en los que su música es igual de ecléctica y maravillosa.
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“Si una película requiere música nostálgica, la compongo. Si necesita música dramática, también. La música del cine no pertenece al compositor, pertenece a la película. Si hay algo del compositor, suele ser algo muy personal, pero lo que prima es la necesidad de la historia”, explica. Y agrega: “No puedes salvar una mala película con un buen score”. Si él lo dice, será por algo. Por lo pronto, acaba de musicalizar “Voyage”, el documental de Terrence Mallick; y “La correspondencia”, lo nuevo de Tornatore, mientras sigue presentándose en diversas ciudades de Europa, pero “de ninguna manera para despedirse”. Felizmente. Que siga la música, maestro.