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Imposible para el espectador resulta ver lo que ocurre detrás de un telón. Y en ello radica, justamente, la magia de lo escénico. Imposible conocer la sensación de un músico en su intento por alcanzar la utopía por el camino de la excelencia, la obsesión por la perfección, por encontrar el sonido que, quizás, está más dentro de la cabeza del músico que fluyendo en el aire. En el caso de Pablo Sabat, su vínculo con Beethoven se establece en la infancia. Me lo imagino en sus clases tempranas de piano, tocando Para Elisa, con el mismo arrobamiento de Schroeder, el pequeño pianista de parcos pero concluyentes diálogos que Charles M. Schulz dibujaba, frente a su teclado de juguete y el busto del genio alemán colocado encima, en su célebre tira cómica “Peanuts”.
A inicios del 2020, llegó a nuestra redacción el programa del Gran Teatro Nacional, que desplegaba entonces una notable serie de conciertos para celebrar los 250 años de Ludwig van Beethoven. Recitales, conciertos para piano, programación de la orquesta. Pablo Sabat, responsable de aquella ambiciosa programación, confiesa sin falsa modestia que recuerda aquel programa como uno de los mejores que había diseñado en su vida. Llevaba años preparándolo. Sin embargo, pocas semanas después, se decretó la emergencia sanitaria y el resto fue silencio. El pianista y director de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario, sintió la pegada emocional. “Fue un poco como cuando uno sufre un accidente y el cuerpo parece no sentir dolor, como si estuvieras en el limbo, sin saber lo que estaba pasando”, afirma. Poco a poco, fue tomando conciencia, y el dolor llegó combinado con la rabia. “Todo se fue al tacho. Fue una frustración tremenda”, confiesa.
Por supuesto, la tan esperada celebración melómana se canceló en todo el mundo. Aunque a fines de ese año, ya Europa, se animaba a activar sus orquestas para interpretar las partituras del maestro de Bonn. Aquí, Sabat escuchaba las razones del Ministerio de Cultura: con condiciones de salud tan precarias como las locales, debíamos cuidarnos mucho más. Y era cierto. Pero para un músico, resulta imposible no sentir celos al ver cómo la actividad musical rebrotaba en todas partes mucho más rápido que en el Perú. Han pasado tres años y por fin, aunque con retraso, podemos celebrar el aniversario redondo del compositor alemán. Y de todo aquel programa soñado, Sabat rescata uno de los retos musicales más ambiciosos: interpretar las 32 sonatas al piano, la primera mitad en la temporada de verano de este año, y la segunda en el 2023, dentro de la programación de la Sociedad Filarmónica en el Auditorio del Colegio Santa Úrsula. En ellas, el músico evidencia la herencia de los ilustres exponentes que había tenido esta forma musical anteriormente: Franz Joseph Haydn y Wolfang Amadeus Mozart. Para Sabat, que ha dirigido todas las Sinfonías de Beethoven y conoce bien sus conciertos, es en sus sonatas donde un pianista puede interiorizar con mayor pasión su lenguaje.
Estas sonatas para piano fueron compuestas entre 1793 y 1822, un periodo de casi 30 años donde tuvieron lugar una serie de convulsos eventos históricos sin precedentes: la Revolución Francesa, el imperialismo napoleónico, el inicio de los movimientos de independencia en América, la aparición del humanismo, las nuevas corrientes políticas y una revolución industrial en ciernes. Es por ello que las sonatas de Beethoven pueden ser consideradas un valioso testimonio de esta agitada época, aunque para el director de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario las primeras de ellas aún dan cuenta del entusiasmo de un joven músico recién mudado a Viena para abrirse paso como pianista y como compositor. “Poco después los cambios sociopolíticos comenzarán a influenciarlo, como sucede en su sinfonía conocida como Eroica”, explica. En efecto, en esta obra considerada por la crítica como el amanecer del romanticismo musical, ya el músico alemán era un devoto creyente de los ideales de la Revolución Francesa”, explica.
A este contexto social sumemos una circunstancia personal: Como sucedió con el pintor Francisco de Goya, Beethoven es un creador que decide dejar de ser un artista de la corte para hallar su voz personal, su propia independencia expresiva. “Recuerdo haber recorrido el Museo del Prado y ver las pinturas negras de Goya, donde puede advertirse esa expiación de su lenguaje en clave casi impresionista. Es algo que me llama mucho la atención, y no solo en el caso de Beethoven sino con muchos otros músicos: cómo pueden darse los cambios más profundos en la obra de un mismo artista. Y no se trata de dejar una corte europea. Es el caso de Franz Liszt, que no participó en ninguna corte, y cuyas últimas obras no tienen nada que ver con sus composiciones anteriores. El caso de Goya lo experimentaron varios otros compositores que, por caminos distintos, llegaron a la destilación, la concentración de su lenguaje. Por supuesto, es el caso de Beethoven. Un artista de su tamaño tenía que encontrar su propio camino. Imagino que la repetición era algo que no estaba dentro de sus parámetros.
En el proceso de composición de sus célebres sonatas, se habla del equilibrio entre el intelecto y el instinto. ¿Cómo Beethoven concilia procesos mentales que parecen antagónicos? Como advierte Sabat, se necesita un genio de la composición para lograr tal balance. “En los compositores suele primar una cosa sobre la otra. La comunicación con el oyente es mayor cuando más existe ese balance. La música necesita de una estructura para que el lenguaje de la emoción pueda ser asimilado por el oyente. Si no tiene ese esqueleto intelectual, se convierte en una ameba sin forma, una composición que puede tener momentos muy bonitos, pero que al final no tiene pies ni cabeza. Una cosa sin la otra no funciona. Se engaña el que cree que primero es la parte emocional, pues sin el intelecto que produce la estructura, la música no tiene sentido. La genialidad de Beethoven es tan grande que, incluso primando lo estructural, la carga emotiva está allí, con muchísima fuerza. Algo parecido sucede con Brahms, por ejemplo, cuyo balance es extraordinario, es un verdadero mecanismo de relojería. Y claro, sabemos que Brahms es un hijo artístico de Beethoven, el gran arquitecto de la música.
Sonatas surgidas en tiempos difíciles para ser escuchadas en días convulsos: si bien Sabat reconoce con tristeza que cada vez más la separación entre la música clásica y la sociedad se profundiza, sería interesante que estas sonatas, para quien quiera escucharlas, resulten un posible escape a estos tiempos aciagos: “Si vemos el tiempo en que fueron compuestas, podemos imaginar que las sonatas nos animan a pensar que si bien siempre hay crisis políticas, también siempre hay soluciones”, añade Sabat. Es bueno saber que el maestro se has sacado el clavo. Beethoven merece su fiesta.
“Verano con Beethoven” el Programa en el Santa Úrsula
Este verano, del 8 de febrero al 5 de abril, Pablo Sabat ejecurará en el Auditorio Santa Úrsula, la mitad de las 32 sonatas de Beethoven en el siguiente orden.
MIÉRCOLES 8 DE FEBRERO, 8 pm: PROGRAMA I
Sonata No. 1 Op. 2 No 1
Sonata No. 2 Op. 2 No 2
Sonata No. 3 Op. 2 No 3
Sonata No. 4 Op. 7
MIÉRCOLES 22 DE FEBRERO, 8 pm: PROGRAMA II
Sonata No. 5 Op. 10 No. 1 Sonata No. 6 Op. 10 No. 2 Sonata No. 7 Op. 10 No. 3
Sonata No. 8 Op. 13, Patética
MIÉRCOLES 15 DE MARZO, 8 pm: PROGRAMA III
Sonata No. 19 Op. 49 No 1 Sonata No. 20 Op. 49 No 2 Sonata No. 9 Op. 14 No 1
Sonata No. 10 Op. 14 No 2
Sonata No. 11 Op. 22
MIÉRCOLES 5 DE ABRIL, 8 pm: PROGRAMA IV
Sonata No. 12 Op. 26 Sonata No. 13 Op. 27 No 1 Sonata No. 14 Op. 27 No 2, Claro de Luna
Sonata No. 15 Op. 28, Pastoral
Entradas a la venta en Teleticket https://teleticket.com.pe/evento/ciclo-verano-con-beethoven-auditorio-colegio-santa-ursula
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