Retrato de Roca Rey titulado “La teoría del duende”, del fotógrafo español Joserra Lozano.
Retrato de Roca Rey titulado “La teoría del duende”, del fotógrafo español Joserra Lozano.

Por el oro de la arena, por el cobre de la vida

Max Hernández

Psicoanalista

Soy apenas un aficionado de tendido que aprendió algo de la fiesta de su padre al lado de sus hermanos: los nombres de algunos pases, el trapío de los toros, sus cornamentas y sobre todo a mirar con atención sus embestidas y los pies de los toreros, y así a aquilatar el sentido que adquirían en la plaza unas cuantas palabras: quietud, valor, verdad, mando, temple, maneras, espantá y vergüenza torera. Estas líneas sobre Andrés Roca Rey son los remanentes de una vieja afición.

Cuando Roca Rey –decir Andrés sería irreverente– está en el centro exacto del redondel, su imagen parece fusionarse con la del ciprés de Silos de Gerardo Diego: señero, dulce, firme… Ejemplo de delirios verticales y con la evocación de Octavio Paz: un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea… Un diestro peruano y dos poetas, uno castellano y otro mexicano. La fusión que une el norte, el sur y ambos lados del Atlántico no es extraña, hay demasiadas cosas en común. Lo importante es que nuestro paisano lo ha puesto en evidencia.

Pero, como gritan los tendidos, vayamos al toro. Cuando arranca la embestida uno pierde de vista al torero, la mirada se clava en los pitones para luego volver a fijarse en el matador. Entonces, ve como el pitón derecho o izquierdo –qué más da– se aproxima a décimas de centímetros y roza o toca a ese torero impávido. Siendo el adjetivo justo, los sustantivos pundonor, bravura y valor parecieran dar mejor cuenta de su arrojo. Uno puede decirse, recordando unos versos de César Vallejo, nunca tan cerca arremetió lo lejos.

Cada día Roca Rey une más arte a su ya legendario valor. Los que saben siguen escudriñando su manera de hilvanar la exigente sintaxis del parar, mandar y templar. Lo difícil, tal vez imposible, es deslindar cuáles son sus terrenos y cuáles los del toro. Hay quien dice, recordando a Belmonte, a Paco Ojeda o a José Tomás, que al igual que ellos pisa terrenos imposibles. La tauromaquia, cuyo arraigo en el Perú es indiscutible, enfrenta momentos complicados. Las sensibilidades cambian. La apuesta de Roca Rey cobra singular sentido, y nos llena de emoción que en los cosos en los que torea aparezca aquí y allá nuestra bandera. Una apuesta “por el oro de la arena y por el cobre de la vida” que se renueva cada tarde en cada plaza y se sostiene en cada lance, en cada instante interminable. Dicen que Antonio Ordóñez sentía una tristeza inconsolable al pensar que no quedaría nada de lo que hacía “en el aire que con el aire se iba a ir”, pues la fotografía y el cine eran mentira. “El toreo se hace en el instante, y en el instante se muere”. Esto habrá de ocurrir este domingo en Acho.

El torero soñado

Fernando Ampuero

Escritor

Todos los aficionados del Perú lo habíamos soñado alguna vez, aunque no creo que ninguno se hubiera atrevido a soñar con tanta ambición. Pero lo cierto es que, no cabe duda, el sueño se cumplió, y ahora –en las plazas o por la tele– los taurinos del mundo disfrutan el arte, el coraje y el pundonor de Andrés Roca Rey, ¡el torero más soñado!, y por lo tanto nuestra afición (tan vituperada hoy en día) goza el doble. Y no se trata de patriotería, sino de un sentimiento que se le parece: amor propio; puro y genuino amor propio, pues Roca Rey, a estas alturas, es el paradigma del torero que se juega la vida en cada tarde. ¿Y saben por qué? Porque él mismo, antes de salir a la plaza, ha estado soñando en las bellas y dramáticas faenas que no se cansa de hacer. Y, por ello, su toreo, como todo arte que conecta con las multitudes, expresa la hondura y el hechizo de las cosas bien hechas.

Ya me puedo ir de este mundo, y lo digo con alegría. He visto a Andrés Roca Rey torear como los ángeles. ¡Cada cual que busque la magia de la vida donde pueda! Yo la busco en la literatura y en la pasión del toreo.

Un referente peruano

Baldomero Cáceres

Actor y crítico taurino

El toro de cinco y el torero de 25 rezaban lo que sabían hace un siglo, y es la edad que apenas supera hoy Andrés Roca Rey, que se ha elevado una vez más como la máxima figura del toreo mundial. Esto quiere decir convertirse en figura obligada de todas las ferias –de España, Francia, Portugal y América–, el que parte y reparte la torta. Roca Rey refrenda los triunfos cada tarde y sale a los ruedos a dejarse matar, como en Bilbao este año, en que se convirtió en el rey del toreo. Llena los tendidos, arrastra aficionados de toda edad, llena las plazas como ninguno, y se justifica cada tarde jugándose la vida, haciendo arte del arrojo.

Los artistas son universales y no tienen nacionalidad, pero Andrés Roca Rey nos representa porque decenas de banderas peruanas han flameado por las plazas del mundo cada vez que ha toreado. Aficionados de todo el planeta han visto el rojo y blanco de nuestro pabellón nacional, y por eso es Andrés un referente juvenil, inspiración para niños del Ande, donde llena plazas con la misma entrega que al otro lado del océano. Luego de jugarse la vida en Bilbao este año, Roca Rey se ha elevado –y quizás superado por un peldaño o dos– a los referentes del Perú en España: Nicomédes, Kiko, la Misiego, Mario y al Cholo que rompió en los 70 cinturas. Andrés lo lleva en el nombre: es el Rey.

El destino en cada faena

Josefina Barrón

Comunicadora

Ocurre cuando uno recibe ese tiktok del niño concursando en programas que buscan la mejor voz y la cámara enfoca a un jurado escéptico esperando que comience a cantar. Y, de repente, el niño inunda el teatro con su voz, se hace del escenario, seduce hasta la emoción al jurado y al público que se pone de pie absolutamente eufórico. Así me pasó con Andrés, el niño de 9 años, cuando tentó una vaquilla sobre la arena de una pequeña plaza. Con su voz aún de chiquillo citando al animal, temerario más que valiente, de movimientos absolutamente hermosos a pesar de su precocidad. Ya era una estrella, con su pequeño capote y sus piernas largas. Sabíamos que sería un virtuoso, que debería trabajar duro, sí, pero que venía con un don absolutamente especial, que prometía, que tendría un futuro brillante si se entregaba como se entregó a la tauromaquia y enfrentó, como sigue haciéndolo, al destino en cada una de sus faenas.

El toreo es fuego

Guillermo Niño de Guzmán

Escritor

Existe una fotografía en Instagram que muestra al niño Andrés Roca Rey pegando un hermoso lance a un becerro (al lado, el diestro, ya de 20 años, apostilla: “Nací, crecí esperando el reto, muerte o victoria”). Esta imagen me hizo recordar una historia que oí en los corrillos de Acho. En una ocasión, amigos de la familia, entre ellos el torero Rafael Puga, decidieron obsequiarle un becerro al infante lidiador. Si bien admiraban su precoz entusiasmo por la fiesta brava, no contaban con que se tomara su actuación tan en serio y que adoptara los gestos de desplante que había visto realizar a los matadores profesionales en la arena. Aquello les pareció gracioso y divertido, pero el niño torero no fue de la misma opinión. Según los testimonios, detuvo su trasteo y, con el rostro ceñudo, le espetó al graderío: “Tío Rafael, está muy mal que ustedes se rían de mí, porque, por si no lo saben, ¡aquí yo me estoy jugando la vida!”. Andrés tendría 7 u 8 años.

Esta reveladora anécdota da una idea cabal de la entrega y la pasión, del valor, la honestidad y el pundonor con que nuestro virtuoso del toreo asumió su vocación desde el primer día. No creo exagerar si afirmo que Andrés Roca Rey es un fenómeno, un torero tan dotado e inspirado que marcará una época, un maestro capaz de entender al toro como nadie. Esto le permite entrar en terrenos casi inverosímiles, donde queman los pies, porque más cerca ya no se puede torear sin que tu bravo contendor no intente arrebatarte la vida. En buena cuenta, estamos ante una figura que ha logrado una revolución en su arte y con solo 26 años (curiosamente, la misma edad con la que un escritor como Mario Vargas Llosa impuso su genio innovador).

Valentía y sabiduría

Mario Vargas Llosa

Premio Nobel de Literatura

Andrés Roca Rey es una de esas raras figuras que aparecen de pronto en el mundo de los toros, elevándose sobre todas las otras con ese estilo personal y único que hace de los grandes pintores, músicos, escritores y artistas los símbolos de una época [...].

La valentía, la temeridad es solo uno de los aspectos indispensables en la maestría de un torero. Pero, por sí solo, hacerse derribar o cornear tiene que ver poco con el arte supremo del toreo, en el que, además del coraje, son indispensables el conocimiento y los secretos de esa técnica compleja, difícil, matemática que es la tauromaquia.

Andrés Roca Rey tiene ambas cosas: valentía y sabiduría, un arriesgarse hasta extremos suicidas y un dominio de las formas que le permite hacer pases asombrosos –esos derechazos o naturales lentísimos, por ejemplo–, desafiando al toro hasta extremos suicidas, e ir dominando poco a poco a la fiera más indócil.

En ese juego teatral, en esa danza en que la vida y la muerte parecen confundirse, Roca Rey es maestro supremo. Solo los grandes toreros son capaces de producir esa complicidad con el toro que convierte al diestro y al animal en una pareja de baile, que danzan, juegan, se acercan a las orillas de la muerte, y luego se distancian, en un entendimiento que disimula y borra toda la violencia recóndita que significa siempre una faena [...].

Es el caso de Andrés Roca Rey y ojalá que para el arte de los toros siga así por mucho tiempo, deslumbrando a los aficionados y convirtiendo cada faena en una experiencia que nos hace gozar y ayuda a entender mejor lo que somos y hacia dónde vamos.

*Publicado en “Esquire” (2019).

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