Uno de los grandes placeres de la lectura es, por supuesto, la relectura. (Re)leyendo a ese ruso universal y extranjero profesional que fue en su paso por Antiterra y sigue pasando en todos y cada uno de sus libros: Vladimir Nabokov (San Petersburgo 1899 – Montreaux 1977). El motivo para tan feliz recaída fue el reciente extático disfrute de sus demoradas y por fin editadas "Letters to Véra" (Penguin Classics, 2014). Casi ochocientas páginas de amor a la musa y socia y guardaespaldas de todo lo suyo. El tipo de libro que antes se traducía pronto a nuestro idioma y ahora quién sabe: las cifras de ventas no son buenas, las del pirateo ascienden, y la gente está muy ocupada leyendo los mensajitos efímeros y amorosos que se envían online con emoticones tan útiles a la hora de ahorrar caracteres y explicar lo que sientes o lo que ya nunca sentirás.
Así que en el aire, en un avión rumbo a París, (re)leyendo las entrevistas a Nabokov en "Strong Opinions" donde está aquello de “la realidad es algo muy subjetivo. Solo puedo definirla como una suerte de gradual acumulación de información; y como especialización”. Según Nabokov, compartimos una especie de realidad suiza y neutral donde para todos una silla es una silla. Pero esa misma silla será algo muy diferente (desde un punto de vista informativo y especializado) para un carpintero, para un especialista en los huesos de la columna vertebral o, por supuesto, para un escritor. Lo que me lleva a mi realidad y a esta butaca de avión cada vez más incómoda y al París que ahora me toca: voy allí (aquí) a participar del ciclo “Conversations Fictives” de entrevistas a escritores organizado por Ignasi Duarte. La premisa —el ciclo se extenderá hasta julio con las presencias de Ricardo Menéndez Salmón, Héctor Abad Faciolince, Edgardo Cozarinsky, entre otros, más detalles en conversationsfictives.com— es formidable: Duarte busca y extrae y ordena todas las preguntas que les hacen a los personajes dentro de la obra de un narrador y se las arroja a la cara a quien las puso por escrito. Y el resultado (para uno) es fascinante y tiene algo de terapia veloz para mí (me cuenta Duarte que alguno de los participantes no la pasó tan bien a la hora de enfrentarse a sus propias interrogantes), curiosamente relajante a la vez que vigorizador.
“¿Qué hora es?” es una de las preguntas que me pregunté y que ahora me hace Duarte. Y me respondo: “Hora de ir a la gran muestra de Velázquez en el Grand Palais”. La reconfirmación —la relectura de retratos de otros— de que la gran pintura es la que funciona como espejo. La miramos para mirarnos mirarla. Allí, protomeninas (no están las “reales”; El Prado no les dio permiso para salir a jugar) como antecedentes de lolitas y familias que parecen salidas o entradas en/de Ardis; y me acuerdo de que alguna vez tengo que escribir algo sobre ese enano Nicolasito Pertusato metiéndose por un costado del cuadro, casi como un sonido disonante.
Lo que me lleva a buscar y a encontrar "The Magic Whip", esperado retorno triunfal de los ingleses de Blur. No es sencillo: ya casi no quedan en el mundo tiendas de discos y hay que descender —como con modales de arqueólogo— por túneles y laberintos entre las ruinosas obras de Les Halles hasta el FNAC. El álbum no decepciona, Damon Albarn es, seguro, el artiste sónico de su generación (como lo fueron David Bowie y David Byrne) y ahí destaca —tras los pasos de su melancólico y desilusionado con la realidad "Everyday Robots"— la muy ballardiana “I Tought I Was a Spaceman”. “Pensé que era un hombre del espacio”, canta Albarn, y flota sobre nuestra irreal realidad hipertecnificada. Y (me acuerdo de que Nabokov siempre se confesó absolutamente desinteresado en cuanto a la música y a lo musical) cómo no pensarlo. Vivimos en órbita alrededor de agujeros negros. Flotando. Como el ya casi terminado Don Draper en esos títulos de apertura de "Mad Men".
Aterrizado de vuelta y no estrellado, es tiempo de cumplir promesas. Sin ningún esfuerzo. Voy con mi hijo a ver "Los vengadores: la era de Ultrón". De nuevo, la confirmación de que, para protegernos, los superhéroes tienen que romper casi todo lo que nos rodea. Y en uno de los mejores momentos de la película, Ultrón (creado para salvar el mundo) comprende que la única manera de proteger al planeta es extinguirnos. Y que a los Marvel no les interesa mucho alcanzar la “paz en nuestro tiempo” porque, si no, a qué se dedicarían. Difícilmente, pienso, releerían a Nabokov. O visitarían museos. O escucharían alegres canciones tristes. Mucho menos se harían preguntas propias a sí mismos.
Para los superhéroes la realidad es una sola y uniforme. Presente absoluto más allá de sus (continuará…).
Y todo esto seguirá en otra parte, recordando e imaginando, sabiendo que —Nabokov dixit— “Diría que la imaginación es una forma de la memoria [...] En este sentido, tanto la memoria como la imaginación es una negación del tiempo”.
Pues eso.
La memoria relee y reescribe.