Muchos son los legados que la milenaria cultura japonesa ha compartido con Occidente. Estos son de disímil naturaleza, uso e inclusive polémico dictamen. Bastaría pensar en casos como el código ético del Bushido, el ocio práctico del Nintendo o el pandillaje político de Alberto Kenya Fujimori.
Un novísimo rasgo nipón se ha introducido recientemente en el mundo. Y lo ha hecho con un sigilo proporcional a su espíritu ecuménico. Incorporado en plataformas de correo electrónico, teléfonos celulares y chats, goza de permanente idoneidad para incorporarse a toda comunicación humana sin distingo de nacionalidad, idioma, religión o raza. Hablamos del ideograma de la caquita sonriente. Sus posibilidades metafóricas son inmensas. Carisma tiene.
En Japón se les llama emojis a estos ideogramas contemporáneos usados para conversar sin verse a la cara y escribiendo lo menos posible en un dialecto que es amasijo de incorreciones y desdén gramatical. Son el atajo que evita padecer la ansiedad por lo que Flaubert llamaba le mot juste. Si escribir es pensar sobre el papel, usar emojis es reaccionar en pantalla según catálogo prefabricado. Es considerable el menor esfuerzo sentimental que supone expresarse con un corazoncito babosón en vez de citar a Éluard: “He estado tan cerca de ti que siento frío cerca de otros”. Economía del lenguaje y de las emociones.
Siendo la higiene una de las obsesiones más ansiosas y digamos plausibles de los japoneses, el tabú por excelencia de esta profilaxis marcial estaba destinado a ser semántica inevitable. Agregarle rasgos faciales de alegría supuso insuflarle el carácter holístico propio de oriente, donde opuestos se complementan y explican.
En este caso, si bien su presencia impone una ofensa aromática, su aparición es al mismo tiempo momento de júbilo y reconciliación con la fisiología humana. Un ying yang privado.
La internalización de la caquita feliz precisó de un lobby. Mientras en los teléfonos inteligentes japoneses se le tenía por justo y necesario recurso para vituperar atentamente, en Apple y Google, California, señalaban inicialmente que era ofensiva. ¡Es como si nos quitaran una letra!, se alarmó Oriente. Connota un insulto, replicaron los primeros. Todo lo contrario, remató Japón: es la manera más efectiva de evidenciar un disenso, a la vez que se invita a un amable paseo hacia la sustancia que transmite el mensaje. Conclusión: revise su celular. Ahí está.
Como siempre, la grandeza del lenguaje sobrepasa cualquier previsibilidad. Es el caso de la señora que, tras recibir en el celular dos líneas seguidas del emoji marrón de parte de su adolescente y grosera hija, conmovida respondió en el acto: “Gracias por los besitos de chocolate”.
Maravillas de la polisemia móvil. O de cuando se prefiere entender lo que se necesita antes de lo que se nos dice.