Tolkien: una mirada a lo fantástico
Tolkien: una mirada a lo fantástico
Redacción EC

RAÚL MENDOZA CÁNEPA ()

Los niños reinician el año escolar. Este es un momento en el que los padres tientan la mejor manera de incentivarlos a la lectura. En la edición impresa de ayer domingo recomendábamos una serie de lecturas de cuentos peruanos infantiles. Sumamos algunos autores que pueden servir para nutrir la imaginación de los niños, uno de ellos J.R.R Tolkien, autor de obras como “El Señor de los anillos” , “El Hobbit”, entre otros. El escritor elaboró mundos y definió lo que era un cuento de hadas.

Realidades alternativas


Tolkien fue uno de los primeros en ensayar el llamado “género fantástico”. Lo particular es que la fantasía que propone este narrador no es la suma de hechos extraordinarios que ocurren en la realidad que nos concierne (como en la literatura de “lo real maravilloso”). Su aporte es la elaboración minuciosa de un mundo alterno, pero absolutamente creíble para el lector, casi como una revelación.  En estas historias el único objeto de la narración es inventar una realidad distinta. Tolkien no quiso someterse a la lógica de la realidad terrena y concibió "Fantasía" como un país cargado de peligros y maravillas. Inventó animales, océanos, ríos, constelaciones.


Este novelista fantástico asumía que siempre ha sido tomado como cuento de hadas aquello que, en realidad, no era tal. Tolkien  acusaba que muchas de las narraciones que conocemos y contamos a nuestros hijos eran tomadas de viejas leyendas aterradoras y correctivas de la edad media. 


La peculiaridad del mundo alterno de Tolkien es que nada debe suscitar asombro en el lector. Solo asombran los milagros que ocurren en nuestra propia realidad. 


Los niños


Tolkien no pensó en los adultos como destinatarios de sus novelas mientras las escribía, sino en sus propios hijos.  Sin embargo, proponía no encasillar los cuentos de hadas clasificándolos de acuerdo a edades recomendables. 


El escritor reconoció que el niño cree y no cuestiona lo que se le presenta. No pone límites a la realidad que se le exhibe por más mágica que ella sea. Esto no desvirtúa la racionalidad del niño ni lo torna en un crédulo manipulable. El escritor persigue un ideal de verdad a través de los cuentos de hadas, los suyos, desde luego y que el niño los asimile sin matiz. Llega a proponer que esta invención indubitable nos conduce a la sabiduría.


Afirma que “los niños son capaces de una fe literaria cuando el arte del escritor de cuentos es lo bastante bueno como para producirla”. El niño lector reclama “verdad” y la obtiene de ese mundo alternativo creado por el escritor. 


El problema que Tolkien observa es que la adultez lleva a la incredulidad y a dejar los cuentos de hadas entre los viejos objetos en desuso. Los años nos roban aquel antiguo corazón de niño encantado, de aquel niño que se somete a las reglas que la historia le impone. Tornar a esas historias puede ser una situación forzada para un adulto con el corazón raído por lo cotidiano. Los niños, al decir de Tolkien, tienen una relación natural con las maravillas que los cuentos de hadas les obsequian. “El corazón del hombre no está hecho de mentiras”, sugiere. Por eso, aduce, quien se acerca con el corazón infantil a estas historias, es que, realmente, ama la verdad. 

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