Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) no quiere volver a escribir un libro como "El olvido que seremos", una obra que se tradujo a diez idiomas, alcanzó 40 ediciones y que, solo en Colombia, vendió más de 200 mil ejemplares. Es la segunda novela más leída de todos los tiempos en ese país, luego de "Cien años de soledad". El éxito del libro tuvo su origen en una desgracia: la historia de la muerte de su padre. Para volver a escribir un relato como ese tendría que ocurrir otra tragedia en su vida, pero Abad Faciolince prefiere vivir en paz que atravesar por otra muerte. “Uno nunca debe invocar una desgracia para poder escribir un buen libro”, me dice. La vida es siempre más importante que la literatura. Él jamás hubiera querido escribir algo tan doloroso, tan marcado por la violencia y por la sangre, pero tras la muerte de su padre hacerlo se convirtió en una obligación: “No podía ser escritor y, al mismo tiempo, no contar la peor injusticia padecida en mi familia”. A Héctor Abad Gómez lo mataron dos sicarios la tarde del 25 de agosto de 1987 en una calle de Medellín. “Mi madre y yo lo encontramos tirado en el suelo, empapado en un charco de sangre, su propia sangre. Quieto, abaleado, muerto, tibio todavía”, contó Abad Faciolince en una columna del diario "El espectador".
Tardó 20 años en empezar a escribir el libro. Luego de publicarlo y de sorprenderse por la tremenda acogida que tuvo, sintió durante un tiempo que ya no tenía nada más que decir. El éxito puede animarte a seguir escribiendo, pero también te puede paralizar. “Cuando uno ha logrado tocar ciertas fibras de los lectores, se tiene la impresión de que de ahí en adelante vas a decepcionarlos”, explica. Una novela que ha hecho llorar a personas como el escritor mexicano Juan Villoro, quien se quebró mientras la leía en un avión, puede convertirse en una abrumadora presión para su propio autor. Pero se convenció a sí mismo de que si sería recordado por un solo libro, al menos era mejor que sea por uno bueno que por ninguno. No sería como otros escritores que se quedan quietos. Iba a seguir escribiendo, sin comparar lo nuevo que producía con "El olvido que seremos". Esta vez, tuvo que acordarse de olvidar: hacer como si no fuese el autor de ese libro, dejarlo un poco de lado, convertirlo precisamente en olvido al momento de sentarse y teclear en la computadora. Desde entonces, ha publicado un poemario y dos libros de relatos. Pero no había podido terminar ninguna novela. Hasta hoy. "La oculta" es su primer libro de largo aliento después de casi diez años. Una novela que ya se ha traducido a cinco idiomas y que, en solo seis meses, ha vendido más de 45 mil ejemplares.
No fue nada fácil escribirla. Le tomó tres años, pero durante muchos meses la dejó porque creía que todo estaba mal. Se bloqueó. En marzo del 2014, cuando vino a Lima para asistir a la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, Abad Faciolince dijo en una conferencia —frente a los consagrados Javier Cercas, Rosa Montero y el mismo Mario Vargas Llosa— que no volvería a escribir una novela nunca más. Que se había acabado para él la época en que escribía libros. “Fui regañado por ellos, es decir, por dos obispos y por el papa —recuerda—. Me decían que no dijera tonterías, que eso no era verdad, y Rosa Montero hasta se ofreció a escribir una novela conmigo. La gente estaba un poco desconcertada. A raíz de eso, Leila Guerriero escribió un hermoso artículo sobre los escritores que se bloquean”. Si uno revisa la última página de "La oculta", verá que Abad Faciolince puso a los cuatro autores en los agradecimientos finales. Allí dice: “Les debo algo muy importante: me regañaron por no escribir y me espolearon para que no me rindiera”. Esa visita a Lima fue clave. Él arribó con la certeza de que no podría acabar el libro y se marchó de esta ciudad con una duda, con la ligera esperanza de que quizá, más adelante, pudiera hacerlo. De que algo, en cualquier momento, podría pasar.
Y así fue. Un tiempo después de que abandonara la novela, o de que la novela lo abandonara a él, recibió una beca para escribir en Berlín. Entonces ya había empezado un nuevo libro, "Memorias de un amante impotente". Un día, mientras estaba en la calle, perdió el primer borrador del manuscrito. No podía seguir en Berlín sin tener nada para escribir. De modo que retomó esa novela que había dejado un año atrás, la novela que Vargas Llosa, Cercas y Montero le habían pedido que continuara escribiendo. “Volví al libro por desesperación —afirma—. Tenía que hacer algo con mi tiempo en Berlín y, desesperado, volví a mi viejo proyecto”. El azar es también una forma de escribir: un modo de encontrarse con la historia que uno no sabe que necesita contar. Al cabo de unos pocos meses, Abad Faciolince regresó a Colombia con un borrador completo, con la primera versión terminada del libro. El título parecía referirse irónicamente a su propio proceso de escritura: "La oculta", una novela que había pasado un año ocultándose de su autor.
Volver al paraíso
El nuevo libro de Abad Faciolince también empieza con una muerte. Una mañana de invierno, Antonio recibe una llamada telefónica de su hermana. La madre de ambos ha amanecido muerta en La oculta, la finca familiar escondida en las montañas de Antioquia, en Colombia. El narrador es el propio Antonio, pero al cabo de unas páginas, el monólogo se intercala con el de Eva, su hermana, y luego con el de
Pilar, la hermana mayor. Cada relato-monólogo es una mirada a la finca en donde fueron felices, pero en la que también conocieron el horror. Una hacienda que encierra en un solo espacio el sosiego de la vida rural y la violencia que ha invadido la región durante los últimos años. Una casa campestre que es a la vez el paraíso y el infierno. La novela está escrita desde tres puntos de vista, tres formas de asumir el recuerdo familiar y la propia vida, tres hermanos que se confrontan a sí mismos a través de sus relatos, pasiones y miedos. Esta novela también puede leerse así: como una larguísima conversación entre hermanos.
Antonio es homosexual y está obsesionado con la historia de su familia. Pilar es conservadora y está obsesionada con la historia de su matrimonio. Eva es impredecible y no está obsesionada con nada, salvo con sus propias ansias de ser libre. Cada uno, a su manera, representa un arquetipo de familia. “Hoy existen familias sin hijos, familias con hijos de cada uno de los miembros, familias homosexuales, familias de madres solteras, familias divorciadas. A mí me interesaba explorar los modos en que los hijos de una misma familia han afrontado, a finales del siglo XX, su manera de buscar la felicidad, bien sea siguiendo el modelo tradicional o buscando nuevas formas que se acomoden a lo que quieren o sienten”, cuenta. "La oculta" es, principalmente, una historia del apego a la tierra, pero es también un relato sobre las relaciones familiares, sobre cómo cada miembro construye su historia personal, sobre el afecto y las contradicciones entre hermanos, y sobre el amor y el odio familiar en medio de una naturaleza viva, violenta y apacible a la vez. “La mía no es una novela rural, ni campesina, ni de lucha entre terratenientes y desposeídos sin tierra —afirma—. Es una novela sobre una familia que encuentra en el campo su origen y su salvación. El refugio y el asilo secreto”. En el campo, ellos también encuentran una amenaza, pero es sobre todo la amenaza de que todo lo conviertan en ciudad, el miedo de perder el paraíso para siempre. “El modelo de un mundo urbanizado es un modelo que nos lleva a la extinción. Debemos volver al campo, proteger el campo, recuperar la vida”, sentencia con la vehemencia de un caudillo.
"La oculta" es una trampa para esos indolentes cazadores de la vida del autor en sus novelas. Aquí hay menos ficción de lo que parece. A Héctor Abad Faciolince le gusta decir que casi no ha inventado nada, aunque todo luzca como una invención. Los tres narradores tienen un poco de él y de sus propias hermanas. “En este libro la realidad está recreada —afirma—, pero todo está tomado de mi experiencia. Una de las mujeres de la novela es muy parecida a una de mis hermanas; la otra hermana es una mujer que se parece a mí; el hombre gay tiene dos o tres modelos reales”. Admite que le costó encontrar la voz y el tono para cada personaje, y que para eso un escritor debe tener buen oído. Un escritor es, sobre todo, alguien que sabe escuchar, un espía involuntario de historias ajenas, un antologador de la propia vida y la del resto. Escribir es por eso un acto de selección. “Convertir la realidad en novela es como editar: hay que escoger qué se cuenta, qué se omite, qué se abrevia. Me interesa que un libro sea una experiencia auténtica, una reflexión indirecta sobre lo que nos ocurre, una explicación de por qué actuamos de cierta manera”, asegura Abad Faciolince, para quien no tiene sentido escribir sobre lo que uno no ha visto, sobre lo que no ha observado intensamente con ojos y orejas de escritor.
“Si escribo de lo que conozco, sinceramente, auténticamente, personas de otras latitudes se pueden sentir entendidas, identificadas”, explica.
Los libros, al fin y al cabo, nos sirven para comprender quiénes somos, para descubrir de qué estamos hechos. Son una forma, en definitiva, de aprender a hablar con uno mismo.
La Inés
"La oculta", en la vida real, es La Inés. En esta finca, el autor hace lo mismo que Eva y Antonio en la novela: se sumerge en el río, monta a caballo, lee en una hamaca, camina por horas entre montañas que van desde los 600 metros de altura hasta los 2.300, se olvida por unos días de que trabaja en una biblioteca de Medellín. Abad Faciolince es un hombre de placeres sencillos: le gusta cocinar en su hacienda, beber ron o vino, contemplar el paisaje. El campo es su forma de huir de todo, incluso a veces de sí mismo: “Siento algo que creo que muchos también sienten: hartazgo de ciudad, odio por las ciudades absurdas y apocalípticas que estamos construyendo. Por eso hoy, en el campo, hay nuevos lujos: el tiempo, el espacio, el aire puro, el agua limpia, una vida más humana”. "La oculta" también se puede leer como un íntimo alegato en contra de lo urbano, un testimonio de rechazo desde el afecto por el campo, desde la primitiva necesidad de emprender el camino inverso: salir de la ciudad para volver a la naturaleza.
Allí, en el campo, Abad Faciolince es más un lector que un escritor. Pero al regresar a Medellín se convierte, nuevamente, en un autor. Un día en su vida es la crónica de un hombre partido en tres: un escritor por la mañana, un empleado por la tarde y un lector por la noche. Abad Faciolince se levanta entre las cinco y las seis de la mañana.
Contesta correos desde la cama, dictándoselos al celular. Se prepara el desayuno, nada raro: café con leche, pan con mermelada, arepa con queso. Se sienta frente a la pantalla, escribe. Habla por teléfono, consulta cosas en Internet, escribe. Al mediodía va a la piscina a nadar. Después almuerza y, si tiene tiempo, hace una siesta de diez minutos. Por la tarde trabaja en una biblioteca. Vuelve a casa y lee un libro. Lo último que hace en el día es leer, siempre. Lee en su cama hasta que los ojos se le cierran. Si está metido en la escritura de una novela, se obsesiona con ella, y entonces escribe todo el día en la cabeza. Todo lo que hace, de algún modo, toma la forma del libro. “Como cuando uno juega ajedrez ocho horas seguidas y, al salir, ve que los árboles parecen torres y que los peatones parecen peones”, dice quien ahora, más que escritor o lector, parece un personaje. Su forma de entenderse a sí mismo siempre ha sido escribiendo. Los relatos le ofrecen lo que la vida no puede: poner orden al caos. “Yo siempre he perseguido lo mismo: comprender, a través de las historias, mi experiencia de vida en este mundo, en esta época, en este país”, explica. Y uno al leerlo se siente, de pronto, reflejado en esos relatos, en esas historias que se alojan para siempre en nuestras vidas, como si en vez de un escritor, Héctor Abad Faciolince fuera un hacedor de espejos: alguien que nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos.
Novela: "La oculta"
Editorial: Alfaguara
Páginas: 336
Precio: S/.59.00
Carta a una sombra
Acaba de estrenarse en Colombia el documental "Carta a una sombra", que se basa en la novela "El olvido que seremos". Lo dirigen Miguel Salazar y Daniela Abad, la hija de Héctor Abad Faciolince. En este documental se muestran imágenes inéditas sobre el momento de la tragedia, así como grabaciones del padre y testimonios de otros familiares. “Para nosotros ha sido todo muy bonito. Volvimos a oír a mi padre y a mi hermana cantando, hablando. Lo mejor es que Miguel y Daniela rescataron montones de imágenes y de audios, y eso lo hace todo muy real y cercano”, comenta Abad Faciolince. El documental se presentará en el próximo Festival de Cine de Lima.
El descubrimiento de un poeta
La última vez que estuvo en España, sentado en una banca de La Coruña, frente al mar, Héctor Abad Faciolince descubrió a un poeta que no conocía: Joan Margarit. Cuando viaja, lo que más feliz lo pone es encontrar a un poeta que no ha leído. En Montevideo descubrió a Idea Vilariño y en Lima a Blanca Varela. “Hacía mucho no me conmovía tanto un poeta: es desgarrador, auténtico, verdadero. Con pocos artificios literarios; al menos no muy notorios. Es el tipo de poesía que más me gusta”, cuenta.