Reflexiones en torno a la edición en español de “Una guía para perplejos”.
Reflexiones en torno a la edición en español de “Una guía para perplejos”.
/ Archivo El Comercio

Este año, nada menos que el de su octogésimo cumpleaños, Werner Herzog (Múnich, 1942) escribió, dirigió, narró y estrenó los documentales “El fuego interior: réquiem por Katia y Maurice Krafft”, acerca de la reconocida pareja de vulcanólogos fallecidos en 1991, y también “El teatro del pensamiento”, dedicado a los enigmas del cerebro humano. Además, le prestó su inconfundible voz de tonalidades bávaras a “Última salida: el espacio”, un programa televisivo sobre la exploración espacial. Y, por si fuera poco, publicó “El crepúsculo del mundo”, su primera novela, que narra la existencia casi onírica del cuerpo y la mente del soldado japonés Hiroo Onoda, recordado por permanecer en combate durante los 29 años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, en una isla filipina casi deshabitada.

Para quienes, en primer lugar, se pregunten por qué Herzog imagina y trabaja a este ritmo, “Una guía para perplejos”, el libro que reúne ahora en versión completa sus ya célebres conversaciones con Paul Cronin sobre cine, libros, poesía, música e ideas (antes recopiladas de manera parcial en Herzog por Herzog), presenta al creador de películas como “Fitzcarraldo” con una respuesta esencial: “Siempre que Werner Herzog despliega su talento podemos esperar lo inesperado, una toma inigualable y fulgurante, sus giros del lenguaje lapidarios”.

A propósito de este último elemento, el lenguaje, vale la pena recordar que a pesar de haber creado durante seis décadas de carrera unas 30 películas de ficción y alrededor de 40 documentales (sin contar las apariciones como actor en ámbitos tan distintos como el cine de acción de Tom Cruise o dibujos animados como “Los pingüinos de Madagascar”), Herzog no suele definirse como cineasta sino como poeta. De hecho, entre sus novedades, “Una guía para perplejos” tiene una prueba contundente de esta autoclasificación, al incluir 10 poemas breves de un joven Herzog que, por su capacidad para estampar paisajes mentales inquietantes elaborados entre lo visible y lo pensable, resultan tan herzogianos como cualquier escena de “Aguirre, la ira de Dios”. Tal como lo explica Herbert Golder, uno de sus colaboradores, en otro ensayo inédito que cierra el libro: “Werner consigue exprimir lo sublime de lo banal”.

Para el director de “El enigma de Kaspar Hauser” o “La cueva de los sueños olvidados”, sin embargo, lo poético nunca se resuelve entre las parsimonias de la versificación ni en las formas demasiado premeditadas de la belleza. Para Herzog, lo verdaderamente poético está anclado, sobre todo, a una praxis vital que tiene como principio fundamental rechazar por igual tanto lo introspectivo como lo calculado. En palabras de Cronin, “estamos hablando, después de todo, de alguien que preferiría embarcarse en una exploración minuciosa de las selvas, desiertos, campos, ciudades y montañas del mundo que mirar en su interior”.

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