Lima fue sembrada en el desierto hace ya 487 años. A la vera de un río y un circuito de canales prehispánicos que ensanchaban el valle y daban vida a esta parte de la costa peruana. Desde épocas virreinales, este río, este desierto y esta ciudad encomendada a los reyes, han marcado las obras de múltiples poetas peruanos y extranjeros. Pedro de Oña, por ejemplo, en 1609, ya cantaba a los “Soberbios montes de la regia Lima”. Y avanzado el tiempo, los principales autores de nuestro parnaso local le han dedicado versos a esta urbe ancha y muchas veces ajena. Lima es, sobre todo, desde el siglo XX, un lugar de llegada, como lo anuncia Vallejo en el poema XIV de Trilce —poemario que cumple ya cien años—: “Pero he venido de Trujillo a Lima / Pero gano un sueldo de cinco soles”.
La modernización de la ciudad y la migración constante a la capital alcanzaron mayor intensidad entre las décadas de 1940 y 1960, tiempo en que José María Arguedas escribe su himno canción “A nuestro padre creador Túpac Amaru” (1962), en el que un yo poético encendido anuncia la conquista cultural de Lima por los pueblos andinos: “Estoy en Lima en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiracochas. En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre…”. Por esos años, en Casa nuestra (1965), el poeta piurano Marco Martos dirá: “En Lima hay un desprecio / por las gentes de otros lares / y a la larga uno añora / a su pueblo, a su gente, a sus calles”.
Otra representación de la ciudad es la que construye Antonio Cisneros en “Crónica de Lima” (1968), en un poemario en el que, según sus propias palabras, se unían los datos del alma y del cuerpo. Por eso, en el poema, Lima aparece como un espacio íntimo y colectivo: “Aquí están escritos mi nacimiento y mi matrimonio, y el día de la muerte / del abuelo Cisneros, del abuelo Campoy […] Qué se perdió o ganó entre estas aguas. / Trato de recordar los nombres de los Héroes, de los / Grandes Traidores / Acuérdate, Hermelinda, acuérdate de mí”.
Comarca oscura
Los catedráticos y poetas Carlos López Degregori y Luis Fernando Chueca y el profesor y escritor José Güich publicaron en 2006 “En la comarca oscura. Lima en la poesía peruana 1950-2000″, y uno de los ensayos parten de esta sugerente mención: “Cuando César Moro decidió acompañar con la frase ‘Lima, la horrible’, su poema ‘Viaje hacia la noche’, no podía suponer que el estado de ánimo frente a la capital peruana que expresaba dicha frase sería compartido por las obras de muchos poetas […] y que llegaría a consagrarse como referencia de la ciudad a partir de 1964 cuando Sebastián Salazar Bondy utilizó la expresión como título del libro que desmontaba la arcadia colonial aún existente en la capital”.
Un sello de época que marcaría la poesía sobre la ciudad que vendría después, y que pueden sintetizarse en estos versos de Juan Gonzalo Rose: “Yo te perdono, Lima, el haberme parido / en un quieto verano / de abanicos y moscas / Por varias partes fuime / Y, en todas partes, Lima, te extrañaba”; o en estos de Blanca Varela: “Cielo amarillo de Lima, balcón de cenizas, muladar de astros”.
Para López, Chueca y Güich, las poéticas sobre Lima se ampliaron ruidosa y vertiginosamente en los siguientes años con poetas como Luis Hernández, Juan Ramírez Ruiz, Enrique Verástegui, Jorge Nájar, Tulio Mora, Abelardo Sánchez León, Carmen Ollé, Roger Santiváñez, Domingo de Ramos, Roxana Crisólogo, Dalmacia Ruiz-Rosas, Martín Rodríguez-Gaona, entre otros. Propuestas diversas, miradas signadas por la desolación como en los versos de Enrique Verástegui de 1971: “Yo vi caminar por las calles de Lima a hombres y mujeres / carcomidos por la neurosis, / hombres y mujeres de cemento pegados al cemento aletargados / confundidos y riéndose de todo”.
Tres poemarios recientes
En los últimos meses, aparecieron tres poemarios que también hacen referencia a la capital. En “El califato de Lima”, de Diego Otero, la ciudad es asediada a partir de una mirada crítica, lúdica, marcada por un yo poético que despliega un humor irreverente: “Lima parece una ciudad pero en realidad es / un taxi. Un taxi cuyas lunas polarizadas ya casi // no permiten ver lo que pasa afuera, en la noche”.
En el poemario “Parábola de las ideas impuras”, Enrique Sánchez Hernani elabora la atmósfera sombría de una ciudad marcada por la pandemia: “¿Es posible entonces que las escaleras / te conduzcan hacia el cielo pálido de tu ciudad / después de la epidemia?”. Y Enrique León en “Corazón esqueleto” presenta pequeñas estampas bajo títulos como “Lienzo de otoño en Lima”, “Marbella”, “Costa verde”, donde dice: “Quiero esta tarde de sol y de consuelo // subir a la cima de mi casa / acomodarme en la silla de mimbre / o tírame al suelo / y contemplar la luz de los gallinazos / cuando hacen // el amor.
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