La imponente basílica de santa Rosa de Lima imaginada por Héctor Velarde y Manuel Piqueras Cotolí en los años treinta. [Ilustración: En “arquitectura para una ciudad fragmentada”]
La imponente basílica de santa Rosa de Lima imaginada por Héctor Velarde y Manuel Piqueras Cotolí en los años treinta. [Ilustración: En “arquitectura para una ciudad fragmentada”]
Jorge Paredes Laos


Una basílica que nunca llegó a construirse, un libro de ensayos lapidarios contra los rezagos coloniales de Lima y una carpa que, en los años del terrorismo, se convirtió en un espacio para el rock subterráneo y el teatro callejero, le sirven a Elio Martuccelli como fantasmales hitos para explicar el devenir arquitectónico de la capital. Tres símbolos que expresan periodos distintos del siglo XX, con sus debates, proyectos y sueños incumplidos.

“Este es un libro de arquitectura. Pero no es un libro solo de arquitectura, he tratado de evitar que lo sea”, escribe el autor al inicio de Arquitectura para una ciudad fragmentada, un volumen que nació como tesis universitaria y que reflexiona desde una especialidad particular pero abarca aspectos más amplios ligados a la cultura, la economía y la vida política del país.

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A mitad de los años treinta, Manuel Piqueras Cotolí, un escultor español que había venido a enseñar en la Escuela Nacional de Bellas Artes; y Héctor Velarde, un joven arquitecto limeño, planearon edificar una basílica para santa Rosa de Lima. Un monumento cuatro veces más grande que la catedral, y que integraría en su arquitectura imponente lo europeo y lo autóctono. “Una envoltura cercana a lo precolombino para un culto occidental y cristiano”, cuenta Martuccelli.

Carpa-teatro levantada al costado del puente Santa Rosa. Un espacio precario dedicado al rock subterráneo y las artes urbanas que simboliza lo ocurrido en los años ochenta. [Ilustración: En “Arquitectura para una ciudad fragmentada”]
Carpa-teatro levantada al costado del puente Santa Rosa. Un espacio precario dedicado al rock subterráneo y las artes urbanas que simboliza lo ocurrido en los años ochenta. [Ilustración: En “Arquitectura para una ciudad fragmentada”]

Lo más significativo de todo es que después de la muerte de Piqueras, en 1937, se siguió hablando del proyecto por varios años más. Se llegó a presentar maquetas y planos, y se formó un comité de ilustres damas para impulsar la obra, y sin embargo esta nunca llegó a realizarse. Faltaron dinero y determinación. Una especie de sueño frustrado que le ha servido a Martuccelli para explicar esa etapa de 1920 a 1930, cuando se intentó crear sin éxito un estilo arquitectónico propio, frente a esa imagen colonial que había tenido la capital desde el Virreinato.

Un aspecto que, décadas después, en 1964, Sebastián Salazar Bondy también se encargaría de criticar en un libro ya clásico: Lima la horrible. Este es el segundo ejemplo que toma el autor para explicar lo que él llama la segunda gran etapa transformadora de la ciudad, ocurrida entre 1945 y 1970. Fue en este periodo cuando se consolidó la Lima residencial y brilló el llamado movimiento moderno, pero también fue el tiempo de la urbe popular de los migrantes. Lo formal e informal, lo planificado y lo precario comenzaron a ser características que definían lo que ocurría en un extremo y en el otro. En ese contexto, Salazar Bondy criticaba esa tendencia hacia lo neocolonial que se planteaba como modelo hegemónico en edificios públicos y privados. Eso que llamó con ironía “la actualización del ayer”.

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Ensayo
Arquitectura para una ciudad fragmentada
Editorial: Universidad Ricardo Palma
Páginas: 425
Precio: S/ 90,00

El tercer momento al que alude Martuccelli es el ciclo que va de 1970 a 1990, cuando irrumpieron en el horizonte la crisis económica y la violencia política. Un tiempo incierto representado en una precaria carpa-teatro levantada en 1986 al pie del puente Santa Rosa, en la avenida Tacna. Este proyecto, desarrollado durante la gestión del alcalde Alfonso Barrantes, sintetizó en su esencia colectiva la última etapa del siglo XX limeño: “Es una obra hecha por muchas personas, que en su mayoría no eran profesionales de la arquitectura […]. La Carpa es el pacto, en términos generales, entre la arquitectura formal e informal de Lima”, se lee en el cuarto capítulo del libro.

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¿La palabra fragmentada del título sugiere que esta es una ciudad partida o que ha sido construida a partir de pedazos inconexos?, le pregunto a Martuccelli mientras nos tomamos un café en un bar de San Isidro. “Es una palabra muy presente en el debate del urbanismo contemporáneo”, responde. “Yo haría una diferencia entre lo partido y lo fragmentario. Pienso que para que algo esté roto, antes tuvo que estar unido, y Lima nunca estuvo unida. En cambio, la fragmentación sugiere otra cosa: es un conjunto de partes que nacieron heterogéneas y que han continuado desarrollándose así, de manera independiente. Y eso explica también por qué la sociología ha dejado de decir conos y ha comenzado a hablar de cuatro o cinco Limas, si incluimos el Callao. Cada una de esas partes ahora busca su futuro”, explica.

Collage. Lima es una ciudad fragmentada, compuesta por partes que nunca llegaron a unirse.
Collage. Lima es una ciudad fragmentada, compuesta por partes que nunca llegaron a unirse.

Si bien el libro se cierra en 1990 —“lo que pasó después corresponde ya a este siglo”, asegura el autor—, hay un epílogo que es como un bosquejo de lo sucedido en los últimos veinte años. “Pienso que el gran tema actual de Lima es recuperar el espacio público, que no son los centros comerciales, sino las calles y las plazas. Lima se ha vuelto hostil al peatón. Yo sueño con parques de muchas hectáreas a la medida de una ciudad de 10 millones de habitantes”, dice Martuccelli.

Puede parecer extraño pero no lo es: para imaginar una nueva Lima, el arquitecto ya no piensa en cemento, sino en árboles.

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