Parte de la instalación "Cascada" del artista surcoreano Yunchul Kim, realizada con el objetio de "cazar" muones, esas partículas elementales que se generan en los rayos cósmicos atmosféricos.
Muones
Jorge Paredes Laos

En la frontera franco-suiza, cerca de Ginebra, se levanta un laboratorio gigantesco orientado a explorar lo diminuto, lo imperceptible y desconocido de la materia. Esas pequeñísimas partículas subatómicas —neutrinos, muones, hadrones, bosones— que no pueden ser percibidas por los sentidos humanos, pero cuyas azarosas y desconcertantes leyes resultan fundamentales para saber de qué está hecho el mundo que nos rodea, tanto el terrenal como el celeste, tanto el microscópico como el que existe más allá de las estrellas.

A través de un gigantesco acelerador, estas partículas son colisionadas a velocidades inimaginables, cercanas a las de la luz —generándose un pequeño big bang—, para intuir entre los restos de esa catástrofe infinitesimal las leyes más elementales de la materia. Esto es, grosso modo, lo que se realiza en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), donde los investigadores esperan, en un futuro cercano, hallar nuevas interacciones y nuevas partículas elementales para acercarse, cada vez más, a esa teoría única que les permita conectar la relatividad general que rige el cosmos con la física cuántica de lo diminuto e imprevisible. Y, de esta manera, explicar —por fin— el origen y el sentido del universo.

Mientras esto ocurre, el CERN también desarrolla actividades paralelas con las que busca acercar este complejo conocimiento al público; es decir, hacer entender que sus investigaciones en física cuántica van más allá del laboratorio y pueden incidir directamente en la vida de las personas.

En los últimos tres años, como parte de estas acciones, un grupo de artistas residió en las instalaciones del CERN y estableció un diálogo con ingenieros y físicos de partículas.

El resultado de este trabajo conjunto ha sido "Cuántica: en busca de lo invisible", una exposición compuesta de diez proyectos que utilizan múltiples medios como el video, la animación, el diseño visual y sonoro, “con el fin de generar obras que resulten en experiencias y percepciones multisensoriales”, a decir del peruano José-Carlos Mariátegui, uno de los curadores de la exhibición, junto con la española Mónica Bello, directora de artes del CERN y el físico también español José Ignacio Latorre.

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¿Qué es real? ¿Qué es el azar? Son las dos preguntas que abren la exposición que se desarrolla hasta el 24 de setiembre en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Ambas cuestiones se refieren al fenómeno de lo cuántico, que justamente refuta el mundo de lo real y de lo predictible —dos categorías de la ciencia clásica— a partir del estudio de las escalas más pequeñas de la materia, donde se imponen la rareza y la incertidumbre, debido a que estos fenómenos no pueden ser ‘medidos’ por los sentidos humanos.

Entre los diez proyectos exhibidos, destaca, quizá por su magnitud y extraña belleza, una obra denominada “Cascada”, del surcoreano Yunchul Kim. Se trata de un imponente mecanismo laberíntico compuesto por tres elementos conectados para ‘atrapar’ muones, esas partículas elementales que se generan en los rayos cósmicos que cruzan la atmósfera. La instalación está constituida por una estructura tubular transparente de 18 metros de longitud, un sistema de transferencia de fluidos de gran complejidad impulsado por una electroválvula y un microcontrolador, y un detector de muones con 41 canales distintos. Como expresa el artista, esta obra invita al espectador a sumergirse en los paisajes de fluidos amorfos y en el mundo aparentemente invisible de la materia fundamental.

Otra artista, que también persigue visualizar lo inasible, es la danesa Lea Porsager, quien invita a los espectadores a realizar una inmersión tántrica con unos lentes 3D para experimentar “imaginaciones neutrínicas”. Con esto, hace referencia a los neutrinos, esas partículas subatómicas presentes en todo lo que nos constituye y rodea. Y más allá de las partículas elementales, el colombiano Juan Cortés presenta “Supralunar”, una obra que propone “un acercamiento poético” a la materia oscura, esa sustancia invisible que, según los científicos, ocupa casi el 90 % del universo.

“A pesar de la rigurosidad empleada en su elaboración, los trabajos de los artistas no pretenden en lo más mínimo ser experimentos científicos —explica Mariátegui—. Lo que procuran es profundizar en las muchas ideas de la física fundamental, así como en los principios filosóficos de la ciencia y el estado actual de dichas discusiones”.

En esa línea, la británica Suzanne Treister ha diseñado “La teoría holográfica del universo de la historia del arte”, una obra multidimensional basada en la proyección en una pantalla de más de 25.000 imágenes cronológicas de la historia del arte (desde el rupestre hasta el contemporáneo) a razón de 25 figuras por segundo en una secuencia en bucle. De esta manera, ella simula la velocidad a la que son sometidas las partículas en el CERN. Su trabajo incluye entrevistas y acuarelas realizadas por físicos del laboratorio europeo.

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En síntesis, Cuántica no solo reactualiza la antiquísima relación entre ciencia y arte, sino evidencia que esta colaboración se vuelve trascendental en un mundo contemporáneo signado por el asombro de la tecnología. Como escriben Bello y Mariátegui, en el texto curatorial, la ciencia y la tecnología siempre han conseguido aproximarnos a lugares que escapan a nuestros límites, y si los humanos, como advierte el astrofísico Roger Malina, estamos “mal diseñados” para comprender el universo en que vivimos, entonces surge el arte para, con su particular invención, revelarnos lo desconocido. Y más aún sobre lo cuántico, donde la extrañeza es mayor, como expresan estas palabras del físico norteamericano Richard Feynman, parafraseando a Bohr: “Si crees entender la física cuántica, es que no la entiendes en absoluto”.

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