Hilarión Daza era el presidente de Bolivia cuando se desató la Guerra del Pacífico. Al lado, la imagen del mapa de la frontera de Perú, Bolivia y Chile en 1879. (Imágenes: Wikimedia Commons)
Hilarión Daza era el presidente de Bolivia cuando se desató la Guerra del Pacífico. Al lado, la imagen del mapa de la frontera de Perú, Bolivia y Chile en 1879. (Imágenes: Wikimedia Commons)
Héctor López Martínez

El general Hilarión Daza Groselle (1840 – 1894) pertenece al linaje de los “caudillos bárbaros” que gobernaron Bolivia, al igual que Melgarejo, Belzu y Morales. El historiador Alcides Arguedas describió a Daza como “hombre de temperamento ardiente, glotón, sensual, le seducía la vida fácil de placeres groseros, y era ajeno a los escrúpulos morales”. Nacido en la ciudad de Sucre, era hijo de un hombre de circo oriundo de Piamonte, Marcos Grosellé, y de la boliviana Juana Daza. A los veinte años de edad, con casi nula instrucción y sin cultura, pero abundante fuerza física y ambición, Hilarión Daza -utilizaba el apellido materno- ingresó en el ejército apoyado por el dictador Mariano Melgarejo.

Poco o nada de honrosa tuvo su trayectoria militar. Traicionó a su protector Melgarejo por el pago de 10,000 pesos y se puso a las órdenes de Agustín Morales quien le dio el mando del famoso Batallón Colorados, que encumbraba y derribaba jefes de Estado. Daza ya era coronel cuando Morales fue asesinado a fines de 1872 y fue reemplazado en la presidencia de la República por el doctor Tomás Frías. Refiere Jorge Basadre que Daza, literalmente, besaba los pies de Frías llamándolo “padre”. Ascendido a general de división, depuso a Frías proclamándose presidente de la República el 4 de mayo de 1876. Tenía 36 años de edad e ignoraba las responsabilidades de un gobernante buscando solo popularidad halagando al populacho.

En mayo de 1877 hubo un gran terremoto en Bolivia seguido por malas cosechas y otros desastres. El país sufrió graves carencias, incluso hambre. Mediante el Tratado firmado el 6 de agosto de 1874 entre Chile y Bolivia este último país se comprometía a que las industrias chilenas, que operaban en su territorio litoral, no pagarían más impuestos que los que estaban vigentes hasta entonces. Pese a ello, el 14 de febrero de 1878 la Asamblea Nacional de Bolivia aprobó una ley que imponía un impuesto de diez centavos por cada quintal que exportara la Compañía del Salitre. Daza sancionó la ley nueve días más tarde. El diplomático e historiador nacional Juan Manuel Bákula publicó la carta que Daza envió al prefecto de Antofagasta: “Tengo una buena noticia que darle. He fregado a los gringos (la Compañía del Salitre), decretando la reivindicación de las salitreras y no podrán quitárnoslas por más que se esfuerce el mundo entero”.

Obviamente Daza, en su ignorancia, no midió el peligro de su decisión. El 90% de la población que trabajaba el salitre era chilena. La presencia oficial boliviana en su litoral era mínima. Chile tenía, desde semanas atrás, al ancla en Antofagasta al blindado Blanco Encalada. El 14 de febrero arribaron a ese puerto el Cochrane y la O’Higgins e inmediatamente se produjo el desembarco de una importante fuerza militar chilena que fue jubilosamente recibida por sus compatriotas. El prefecto boliviano y sus 40 gendarmes se marcharon a Cobija. En la mencionada carta de Daza a su prefecto, comentaba también: “Espero que Chile no intervendrá en este asunto empleando la fuerza, pero si nos declara la guerra, podemos contar con el apoyo del Perú, a quien exigiremos el cumplimiento del Tratado secreto…”. Poco después los chilenos ocuparon todo el litoral boliviano. Eduardo Abaroa, defendió heroicamente Calama. Daza ocultó en La Paz la noticia de la invasión de Antofagasta hasta que concluyeron las fiestas de carnaval.

Luego del holocausto de Miguel Grau y su gallarda dotación en Angamos, el 8 de octubre de 1879, Chile quedó dueño del mar. Su ejército ocupó Pisagua y avanzó hacia el interior ocupando el cerro de San Francisco donde se fortificó. El 11 de noviembre de 1879 Hilarión Daza salió de Tacna con 2500 soldados bolivianos, que debían unirse con las fuerzas peruanas al mando del general Buendía. El momento culminante de todos los errores de Daza, el acto execrable que motivó la condena de su pueblo y el del Perú, fue la retirada de su ejército en Camarones, incumpliendo la cita que tenía con los peruanos para dar batalla a los chilenos. Cinco días marcharon los bolivianos hasta llegar a la quebrada de Camarones. Iban agotados por el hambre y la sed. Daza telegrafió al presidente Mariano Ignacio Prado: “Desierto abruma; ejército se niega a pasar adelante”. Inmediatamente Daza y los suyos iniciaron la retirada. Los peruanos quedamos solos. El historiador boliviano Roberto Querejazu Calvo en su libro Guano, Salitre, Sangre, dice que los hombres de Daza marcharon “en completo desorden, embriagados con vino que llevaban en las cantimploras, con el agua criminalmente disminuida y en las horas más calurosas del día con el deliberado y siniestro propósito de anular su capacidad física”. Por entonces y posteriormente circularon muchos rumores sobre el supuesto soborno que Daza habría recibido del enemigo.

El general Narciso Campero depuso a Daza quien fugó hasta Mollendo y luego se dirigió con su familia a Europa. Radicado en París, en un hermoso palacete, llevó una vida fastuosa y dilapidó aproximadamente un millón de soles -suma enorme por entonces- en el juego, mujeres y fiestas interminables. Cuando estuvo arruinado económicamente decidió volver a Bolivia alegando que necesitaba vindicarse. Muchos creen que lo cierto era que pretendía asaltar nuevamente el poder. Vino a Arequipa y en los primeros días de 1894 la Corte Suprema de Justicia de su país lo notificó para que se pusiera a derecho en el término de 60 días. El 27 de febrero de 1894, en horas de la noche, arribó en tren a Uyuni, primer punto de Bolivia al que llegaba. Horas más tarde, la escolta que debía protegerlo de las ruidosas protestas públicas, lo asesinó.

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