Muchas páginas honrosísimas dedicadas a la historia de la independencia de Hispanoamérica guardan los nombres y hechos de militares y marinos europeos, que aportaron a esa larga y épica lucha: experiencia, valor, talento, infinitos sacrificios e incluso sus vidas. Esos hombres, que mayoritariamente habían participado en las guerras napoleónicas que transformaron el mapa del Viejo Mundo, se habían imbuido de los ideales de la Revolución Francesa, de la necesidad legítima, inabdicable, de romper las cadenas que ataban a nacionalidades indiscutibles con grandes y poderosos imperios.
Recordemos que, en las primeras décadas del siglo XX, Simón Bolívar ordenó a su amigo y agente en Gran Bretaña, Luis Ceferino López Méndez, que contratara los servicios de oficiales y personal subalterno que estuviera dispuesto a luchar por la libertad de América. La ocasión no podía ser más propicia, vencido definitivamente Napoleón, muchos mílites, incluso de noble cuna, quedaron sin ocupación y con la escarcela vacía. El ejército británico, por ejemplo, se fue reduciendo gradualmente al número de efectivos señalados en tiempos de paz. Pero no solo se trataba de ingleses, sino también de irlandeses, escoceses, hannoverianos, polacos, ucranianos, húngaros, etc. No fue distinta la actitud del general José de San Martín. Todos los comandantes de los buques de la Expedición Libertadora al Perú eran europeos, principalmente ingleses y escoceses. El cincuenta por ciento de las tripulaciones también era europea, a tal punto que las órdenes de mayor importancia se daban paralelamente en inglés y español.
El prócer a quien recordamos y honramos en estas líneas es el coronel ucraniano Mykháylo Skybýtskyi, nacido en la aldea de Korchívka, provincia de Volyn, en el oeste de Ucrania. Al llegar a América y percibir que su nombre era difícil de pronunciar para los hispanohablantes adoptó el de Miguel Rola. El nombre, en homenaje a San Miguel Arcángel, patrono de Kiev, y Rola denominación del escudo de armas familiar. En los documentos oficiales de su actuación en el Perú y la Gran Colombia se utiliza este apelativo.
Rola, así le llamaremos, pertenecía a la nobleza terrateniente y tuvo una magnífica educación que culminó en el Instituto del Cuerpo de Ingeniería de San Petersburgo. Aquí conviene una breve digresión. Entre el siglo VIII y el IX, Ucrania fue sede del estado eslavo de Kiev; después fue controlada por los príncipes varegos de Kiev e invadida por los mongoles en el siglo XIII. Finalmente, quedó incorporada en el Gran Ducado de Lituania y en el Reino de Colonia. Después de la guerra ruso – polaca de 1667, se convirtió en parte del Estado Zarista y fue sometida a una fuerte presión para que se integrara en la cultura rusa, en detrimento de la propia. En la Primera Guerra Mundial, a la caída de los imperios centrales, Ucrania fue uno de los teatros principales de la guerra civil rusa y con la paz de Riga fue asignada a la U.R.S.S. Ucrania, cuya población sufrió espantosamente durante el stalinismo, luchó siempre por su autonomía y cultivó celosamente su cultura, lengua y tradiciones. Finalmente, el 24 de agosto de 1991 proclamó su independencia que hoy defiende heroicamente.
Miguel Rola, lo decimos enfáticamente, no fue un aventurero. Era un joven teniente que seguía el pensamiento de muchos oficiales de la guardia imperial que se reunían en sociedades secretas. El 14 de diciembre de 1825, día de la coronación del zar Nicolás I, se insurreccionaron sin éxito y fueron duramente reprimidos con penas de muerte y crueles prisiones. A estos oficiales se les llamó decembristas y nuestro personaje fue uno de ellos. Los valores patrióticos nacionalistas inspiradores de esta rebelión tuvieron importancia decisiva en la creación de la doctrina eslavófila.
Un año antes Rola decidió venir a América. Actuó con cautela. Pretextando un viaje de estudios estuvo en Suecia y de allí pasó a Inglaterra donde fue acogido por grupos liberales que lo contactaron con Bolívar. En Southampton se embarcó rumbo a la Guayra y allí le escribió una entonada carta al general Antonio José de Sucre, quien estaba en el Perú, recibiendo la orden de incorporarse inmediatamente al ejército libertador. Por la vía de Panamá llegó al Pacífico y luego al Perú. Para Rola se iniciaba una experiencia extraordinaria, ascender a las cumbres de los Andes a lomo de mula y adaptarse al uso de las impresionantes lanzas llaneras.
Sucre lo asignó al Estado Mayor cuyo jefe era el general Agustín Gamarra. Ya se había librado la batalla de Junín y el ejército patriota se movía en busca del realista. El 9 de diciembre de 1824, en la pampa de la Quinua, se libró la batalla de Ayacucho, que consolidó la independencia del Perú y América. Ese día el teniente de ingeniería Miguel Rola cargó gallardamente con la caballería al mando del general Guillermo Miller. Recibió una herida en el brazo izquierdo, ganó los despachos de capitán y una merecida condecoración. Poco después volvió a Lima para tomar parte muy activa en el asedio de la fortaleza del Real Felipe donde resistía el brigadier español José Ramón Rodil, quien terminó capitulando el 23 de enero de 1826.
Aureolado de prestigio por su valor y conocimientos profesionales, Miguel Rola tuvo posteriormente una importante actuación en Venezuela. En 1831 ascendió a coronel del Cuerpo de Ingenieros y fue nombrado asesor del presidente de la República, general José Antonio Páez. Ese mismo año fue enviado a Europa a cumplir importantes comisiones. Visitó su tierra natal y fue apresado por los rusos que no perdonaron sus ideales libertarios en favor de Ucrania. Murió en 1847 en las tétricas prisiones de la autocracia zarista. Un busto en el distrito de Comas honra su memoria.
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