La reina del soul en un concierto en Las Vegas, en 1978. Murió el  pasado 16 de agosto, a causa de un cáncer de páncreas.
La reina del soul en un concierto en Las Vegas, en 1978. Murió el pasado 16 de agosto, a causa de un cáncer de páncreas.
Francisco Melgar Wong

No volverá a existir otra Aretha Franklin. Y no solo porque nadie pueda cumplir el rol que ella cumplió —sin aparente esfuerzo— entre fines de los sesenta y comienzos de los setenta, sino porque este rol ya no está ahí para que un único artista lo cumpla. Si lo pensamos un poco, hace 40 años, a mediados de los setenta, ni siquiera Franklin era capaz de cumplirlo.

Para entonces el estilo góspel que Sam Cooke y ella habían patentado para dar inicio a la música soul ya era cosa del pasado. De hecho, al igual que el rock, la música pop afroamericana estaba fragmentada en incontables subgéneros: funk, proto-afrofuturismo, phillie soul, quiet storm. El reino estaba dividido y no había una única figura capaz de unificar todas sus parcelas. No podemos decir que Franklin no intentó sumarse a algunos de estos estilos. Lo hizo. Y en muchos casos, como Let me in your life (1974) y Sparkle (1976) supo estar a la altura. Pero en el camino perdió la corona. O, para ponerlo de otra manera, la corona dejó de tener sentido.

Pero no solo se perdió la corona. Algo que a falta de un mejor nombre llamaremos la esencia de la música pop afroamericana —esto es, del R&B— también se perdió en esos años; o, por lo menos, se redujo hasta hacerse indistinguible. Hagamos memoria. A comienzos de los sesenta la música soul había surgido del corazón mismo de la cultura negra para tomar por asalto el mundo del pop. Cooke y Franklin habían sido los responsables. Ambos habían convertido las plegarias y la intensidad devocional de la Iglesia en el trasfondo moral y espiritual de las turbulentas relaciones amorosas que retrataban en sus canciones. Justamente ese trasfondo cultural y religioso hizo que sus canciones de amor —sobre estar atado y querer ser libre, y sobre ser libre y querer estar atado— resonaran con gran potencia en el imaginario de la época: eran días de flexibilización sexual, derechos civiles, liberación femenina, y las evocaciones sugeridas en esta música eran múltiples.

26 de marzo de 1973. La cantante de soul Aretha Franklin aparece en una conferencia de prensa. [Foto: AP]
26 de marzo de 1973. La cantante de soul Aretha Franklin aparece en una conferencia de prensa. [Foto: AP]

Pero a fines de los años setenta el R&B había sido uniformizado por el hedonismo musical de la música disco. Bajo las bolas de espejo, las botellas de champaña y las bandejas de cocaína, la cultura vernácula de los barrios negros se hizo invisible. Si el soul nos mostró un sentir que solo pudo haber emergido de la cultura afroamericana, la música disco era internacional, neutral, puro cosmopolitismo.

Hasta que apareció el hip hop, la música de los barrios negros marginales de Nueva York, y los oyentes volvieron a escuchar un estilo nacido en las calles afroamericanas. Pero la música soul de esa época (llamémosla simplemente R&B) siguió prendada de las camisas de seda y la sofisticación. Incluso cuando las discotecas apagaron las luces, el R&B prefirió caminar solo antes de entablar algún tipo de relación con los raperos que vivían a la vuelta de la esquina.

Esta situación cambió en 1986, cuando Jimmy Jam y Terry Lewis produjeron el tercer álbum de estudio de Janet Jackson: Control. En este disco combinaron funk y disco de los setenta con el electro de Prince y, finalmente, con el hip hop. Podría decirse que con Control nace lo que ahora llamamos R&B contemporáneo. Es de gran importancia anotar que la canción que da título al disco dice: “Esta es una historia sobre control/ Mi control/ Control de lo que digo/ Control de lo que hago/ Y esta vez voy a hacerlo a mi manera”. Desde que Aretha Franklin entonó “Respect” ninguna cantante se había valido de un estilo musical pop propiamente afroamericano para realizar una declaración de independencia artística, femenina, humana.

13 de junio de 1969. Aretha Franklin abre en Caesars Palace en Las Vegas, Nevada, EE. UU. [Foto: Reuters]
13 de junio de 1969. Aretha Franklin abre en Caesars Palace en Las Vegas, Nevada, EE. UU. [Foto: Reuters]

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Paradójicamente, en la segunda mitad de los ochenta las supuestas herederas de la corona de Aretha Franklin eran dos divas de voz sobrehumana, estilo melismático y técnica pulida: Whitney Houston y Mariah Carey. Atención: lo mismo podría decirse ahora, dos décadas más tarde, de la británica Adele. Pero volviendo al punto: ¿dónde estaba, entonces, la próxima reina del soul? ¿En la técnica de Houston o en la actitud de Carey? Todo indicaba que el soul había cambiado. Y que el reino seguía fragmentado.

Houston y Carey pronto se quedarían sin buenas canciones y el R&B contemporáneo se encargaría de producir cantantes con una personalidad más independiente y excéntrica, quienes tomarían las nuevas raíces vernáculas de la música afroamericana para lanzarlas al universo del pop. La más cercana al estilo góspel patentado por Franklin sería Mary J. Blige; de hecho, Sting la llamó “la verdadera sucesora de Aretha Franklin”.

Pero si hubo alguien que logró recuperar la mística de la época de los derechos civiles fue sin duda Erykah Badu, cuyo estilo vocal no tenía nada de góspel, sino, más bien, de Prince y Billie Holiday. Con el nuevo siglo llegarían Beyoncé y, más recientemente, Janelle Monáe, quienes también recuperaron, cada una a su modo, el soul feminista que Aretha puso en marcha 50 años antes con “Respect”.

Si no queremos vivir en la nostalgia o en el virtuosismo estéril de una voz que nos seduce solo con la técnica, nos corresponde seguirles la pista a todas aquellas que, de alguna manera, tomaron la posta de Aretha Franklin: Janet Jackson, Mary J. Blige, Erykah Badu, Beyoncé, Janelle Monáe y muchas más. Ya nadie lleva la corona. El reino está dividido. Pero es ancho. Y es nuestro.

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