El 27 de julio de 1921, en el antiguo hipódromo de Santa Beatriz, se realizó el desfile más imponente que hubieron contemplado los limeños hasta entonces. Fue dirigido por el general Charles Marie Mangin, protagonista de la batalla de Verdún, quien había llegado a Lima presidiendo la delegación francesa para las celebraciones por el centenario de nuestra Independencia. Miles de espectadores, incluido el presidente Leguía, observaron al héroe de la aún reciente Gran Guerra europea.
Este año se cumple el centenario de Verdún, la batalla más larga de aquel conflicto (empezó el 21 de febrero y acabó el 19 de diciembre de 1916), que logró inclinar ligeramente el curso de la guerra para los franceses, quienes recuperaron casi todos sus territorios ocupados por los alemanes. Durante esos 300 días se enfrentaron dos millones de soldados y hubo un millón de bajas. Se emplearon casi veinticinco millones de proyectiles, así como lanzallamas y gases venenosos. Un solo día de febrero, durante 12 horas, cayeron un millón y medio de balas de cañón que alteraron la topografía del terreno, hasta arrasar colinas y rellenar valles. Como ha señalado Antoine Prost, presidente del Comité del Centenario: “Fue lo peor que los soldados habían vivido hasta entonces. Los testimonios son tan numerosos que es incontestable. En el inconsciente colectivo francés, todas las familias tienen un Verdún”.
En 1916 era presidente del Perú José Pardo y Barreda, y su gobierno había enviado como observador a la Gran Guerra al general Óscar R. Benavides. Luego de una peligrosa travesía —debido al bloqueo marítimo—, Benavides llegó a París a mediados de ese año. De allí se trasladó a Verdún y fue testigo no solo de aquel baño de sangre sino también del despliegue de los cañones Bertha, último alarde técnico de la fábrica alemana Krupp, como anotó en sus informes.
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Pero pocos recuerdan a Emilio Antonio Fort (Lima, 1895-1957), peruano de origen francés, que fuera llamado a servir en la guerra. El Comercio lo entrevistó el 22 de marzo de 1917 tras su retorno de Verdún: “No tengo para qué describir la grandeza emocionante de aquel cuadro, que prolongó sus contornos durante meses, porque carezco de elocuencia necesaria para ello. Nosotros permanecimos 45 días en Verdún, los más álgidos de los combates allí habidos que fueron de sangre y fuego intensos, fragorosos, interminables”. Añadió que la suerte lo acompañó y pudo salir con vida de aquel infierno: “Al estallar el obús, fui sepultado por la tierra que levantó el proyectil, quedando yo completamente enterrado en vida. Pero no estaba herido, y fui extraído por mis compañeros, completamente sano y salvo”.
Si la fortuna acompañó a Fort, no fue el caso de otro peruano que sirvió en la Legión Extranjera: José García Calderón Rey, hijo del jurista Francisco García Calderón, “Presidente de la Magdalena” durante la ocupación chilena. En 1906 García Calderón Rey abandonó el Perú y se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de París. Su talento artístico triunfó en Europa, y obtuvo medallas y reconocimientos como dibujante. Diversas revistas ilustradas se enorgullecían por sus colaboraciones. Apenas declarada la guerra, se enroló como voluntario, se hizo aviador y llegó al grado de subteniente, pero a los 28 años murió en los cielos de Verdún, el 5 de mayo de 1916, tras caer de un globo: “En su exquisito pundonor, por huir del cautiverio, se precipitó desde uno de aquellos globos inventados por la ciencia y la audacia de los hombres, y que un huracán empujaba sin gobierno hacia los campamentos del enemigo”, escribió en su recuerdo José de la Riva-Agüero.
Nunca la historia de la guerra había visto maquinaria más mortífera como en Verdún, señala Eric Hobsbawm. Miles de hombres se enfrentaron desde sus trincheras formadas con sacos de arena, conviviendo con piojos y ratas, soportando un bombardeo incesante para ‘ablandar’ al enemigo. Y allí también hubo algunos peruanos. No seremos ajenos, pues, cuando el próximo 29 de mayo alemanes y franceses se reúnan en el Memorial de Verdún para reafirmar su reconciliación y seguir superando los nefastos nacionalismos.