Cuando se habla de la literatura más reciente de Canadá, destacan dos nombres: la nobel Alice Munro y Margaret Atwood. Esta última ha logrado impactar a las nuevas generaciones de lectores, especialmente a las feministas, con El cuento de la criada ( 1985 ), adaptado a una serie de televisión por Bruce Miller y que, hasta la fecha, ha ganado dos Globos de Oro y catorce Premios Emmy, y su secuela Los testamentos ( 2019 ), reconocida con el Premio Booker.
Atwood participó en el Hay Festival. Allí realizó dos conversatorios a casa llena: el primero, con Peter Florence, en el que habló sobre los personajes y la distopía de El cuento de la criada; el segundo, con Alberto Manguel, en que la escritora contó todo sobre su acercamiento a la lectura, el feminismo y su posición frente al cambio climático.
Un poco de historia
Nacida en noviembre de 1939, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, Atwood ha sido testigo de su tiempo presenciando la caída del muro de Berlín, el atentado de las torres Gemelas y el gobierno fatídico de Donald Trump. De alguna manera, sus libros han sido proféticos, de ahí que la autora canadiense no cree que la ficción cambie el mundo: “Las novelas pueden advertir lo que puede suceder a futuro solo si la gente sabe escuchar y leer con atención”.
Desde muy niña, Atwood fue una lectora voraz: “Mi ventana siempre ha sido literaria: leía de todo, hasta la caja del cereal. Crecí en el campo: no había nada que hacer, no había radio ni televisión. Entonces tenía dos opciones: dibujar o leer”. De hecho, su hermano mayor fue el que más la motivó con la lectura, así que jugaba muy poco: “Recuerdo que una vez corté la cabeza de una de mis muñecas para saber cómo abría y cerraba los ojos, así que nunca fui tan sentimental”. “Sí, soy peligrosa”, respondió esta mujer de apariencia frágil y voz dulce, pero de mirada felina con aires de bruja malvada, cuando le manifesté la impresión que me causaron sus ojos.
Atwood confesó que su feminismo fue algo natural, que se fomentó en su familia: “Por fortuna tuve una madre muy independiente. Mi padre también lo era. Creo que se casaron porque ambos querían ser muy libres; de hecho, gran parte del año vivían fuera de la ciudad, así que fueron muy inusuales para su época porque ellos no aplicaban los roles tradicionales de género en casa. Entonces nunca crecí con esa idea de que las mujeres éramos inferiores o de otra categoría. Mi madre nunca se creyó inferior a nadie por ser mujer y mi padre nunca trató a las mujeres o a las niñas como personas de segunda”. Además de sus padres, Atwood resaltó que sus abuelas y sus tías maternas también fortalecieron su carácter.
La escritora canadiense destacó que, durante su infancia y adolescencia, se la estimuló a usar sus capacidades e inteligencia, que nunca se la subestimó por ser una niña: “Mis padres me educaron para ser trabajadora, independiente. Recuerdo que, a los ocho años, ya tenía mi primera cuenta en el banco y en los veranos trabajaba. Nunca me criaron para buscar un esposo rico. Ser niña o mujer nunca fue una limitante o una excusa. Crecí de manera muy diferente a mis compañeras del colegio; por eso, cuando escuchaba que una mujer no podía hacer ciertas cosas o que no es tan inteligente, pensaba ‘los que dicen eso son estúpidos’”.
Claro está, Atwood nació en un país donde el feminismo se concibió de manera algo distinta a raíz de la revolución tranquila que ocurrió en los años sesenta en Quebec: “Después de la guerra, había una necesidad de que la población creciera. Las mujeres regresaron al hogar para tener muchos hijos, dedicarse solo a la reproducción y a la crianza, así que estas feministas, quienes eran las hijas de esas pobres mujeres, no quisieron tener hijos y dejaron la iglesia”, explicó.
La literatura como parte de ella
Esa libertad y cercanía con la lectura hicieron que empezara su carrera literaria en los años sesenta escribiendo poesía. En esa época, era muy difícil publicar novelas, principalmente por dos razones: existían pocas editoriales en su país y, para las editoriales foráneas, la literatura canadiense era demasiado local. Sus padres pensaban que sería bióloga, pero con el tiempo se acostumbraron a tener una hija escritora.
Su primera novela, La mujer comestible, se publicó en 1969, a la par de la segunda ola del feminismo. Atwood recuerda que los críticos decían que ya maduraría y cambiaría de ideas. Años después, las críticas no cesarían y fueron más despiadadas cuando se arriesgó a escribir ciencia ficción en los años 80. La calificaban de ser una mujer histérica que bordaba muy bien. Sin embargo, nunca se hizo eco a los comentarios machistas que quisieron denigrar su trabajo literario.
Algo que resaltó Atwood en sus intervenciones y entrevistas durante el Hay Festival fue la necesidad que tiene la nueva ola del feminismo de incluir a los hombres en su lucha para lograr un verdadero cambio: “Quizás a muchas mujeres no les gustará esta opinión y pensarán que pueden hacerlo solas, pero deben preguntarse: ¿Podemos hacerlo solas? Probablemente no. ¿Sería justo que los hombres ayuden a las mujeres en su lucha? No hay dudas; yo creo que sería lo más justo”.
Si bien reconoce que las mujeres —biológicamente— son el sexo más fuerte, también acepta que la sociedad y el machismo convierten a las mujeres en el sexo débil: “Al momento de tener hijos, las mujeres sienten más obligación de cuidarlos, asunto que no ocurre con los hombres. Desafortunadamente, los hijos las atan”.
A pesar de los terribles tiempos marcados por Trump, el cambio climático y la posibilidad latente de una nueva guerra mundial, Atwood prefiere mantenerse optimista: “Si uno es pesimista, no logra nada”.
El dato
Este es el nuevo libro de Margaret Atwood, se lanzó el año pasado. La secuela tiene a dos nuevas protagonistas —una joven que fue criada en Gilead y una adolescente canadiense que se escapó del régimen cuando era bebé— y una tercera que aparece en la novela anterior: la Tía Lydia, arquitecta vengativa y aterrorizante del sistema impuesto en Gilead para entrenar a las mujeres a que sean sirvientas de reproducción. “Conforme se entrelazan las historias de las tres narradoras, Atwood revela nuevas facetas de la historia de Gilead y su estructura de poder, al igual que su eventual derrumbe”, explica New York Times.