¿Qué es lo que hay que hacer cuando se es feliz? Es decir, ¿hay que hacer algo? Y, si hay que hacerlo, ¿qué sería?
La respuesta obvia podría ser nada. Solo disfrutar el momento. Y esto, aunque suene fácil, no lo es. Si no me cree, busque en Google y se dará cuenta de que no hay una respuesta exacta. Lo que sí arroja Google es una serie de entradas con claves/hábitos/pasos/consejos/para ser feliz, producto de la ahora imperante filosofía de la autoayuda. Pero ¿eso hace que haya más gente feliz?
“La autoayuda le ha hecho un gran daño a la idea que tiene la gente de lo que es ser feliz, pues coloca la felicidad como el fin supremo de la persona y de la sociedad, y la felicidad debe ser vista como un indicador de algo superior. Hay estudios hechos en diversos países que coinciden en dos cosas: la primera es que no hay fórmula para ser feliz, pues esto depende del contexto que cada uno pasa en determinado momento; y, la segunda, que las comunidades rurales son más felices que las urbanas, pues la vida en las ciudades tiene características que abonan a la construcción de una sociedad depresiva”, dice el doctor Jorge Yamamoto, psicólogo social, docente de la Universidad Católica e investigador del desarrollo integrado en los contextos culturales. Dentro de esta línea de investigación, él estudia la felicidad.
En las grandes urbes existen entornos cada vez más hostiles que contrastan con las expectativas que las ciudades generan, en las que supuestamente uno debería llevar una vida feliz. Esto genera frustración. En cambio, en el campo —aunque hay menos oportunidades y mayor pobreza— se puede llevar un estilo de vida más sencillo que contribuye a una mayor armonía con el entorno, lo cual produce menos preocupaciones.
—El mandato de la felicidad—
El doctor Martin Seligman, investigador representante de la psicología positiva, ha explicado en diversos textos académicos que la felicidad es satisfacer plenamente nuestras necesidades. Para ello es importante vivir en una comunidad en condiciones de bienestar, con relaciones familiares sanas y una conexión saludable con uno mismo y su entorno.
Pero ¿las ciudades nos dan oportunidad para ello? La mayoría de nosotros experimentamos en carne propia lo estresante que puede ser en ocasiones la vida urbana. Como contraparte, recibimos constantemente invitaciones para ser felices: libros de autoayuda, sesiones de meditación, clases de yoga, dietas de comida saludable, limpieza del aura, etc.
Científicamente está demostrado que la buena alimentación y el ejercicio regular estimulan la producción de hormonas que ayudan a tener un buen estado de ánimo y una mejor predisposición para enfrentar el día a día (ver primer recuadro). Sin embargo, Yamamoto ha participado en diversos estudios alrededor del mundo y ha encontrado comunidades tribales en África y en Latinoamérica que para alcanzar la felicidad no necesitan realizar este tipo de prácticas. “En las grandes ciudades —añade— necesitamos generar espacios para meditar o para hacer ejercicio o para comer de manera saludable porque no los tenemos por añadidura. Y, si nos fijamos bien, todas esas rutinas son una imitación del estilo de vida de las comunidades rurales”.
Ante la contradicción, la sociedad occidental necesita cada vez más filosofar alrededor de este tema, teorizarlo y, en los últimos años, hasta crear manuales para ser felices. Uno de ellos es el libro El algoritmo de la felicidad, escrito por el egipcio Mo Gawdat, exitoso consultor de Google. Durante muchos años, Gawdat estuvo interesado en diseñar una fórmula que le permitiera desarrollar un estado de felicidad permanente. De esta manera, llegó a un algoritmo que fue sometido a prueba cuando su hijo Ali murió repentinamente. Él y su familia aseguran haber puesto en práctica la ecuación y haber logrado recuperarse de tremenda tragedia.
El algoritmo reza: Felicidad ≥ percepción de los acontecimientos - las expectativas relativas al comportamiento.
En 320 páginas Gawdat establece sentencias como “La felicidad siempre se encuentra en el aspecto positivo de cada concepto” o “Si te concentras, puedes superar el dolor”.
Tal vez para superar el dolor emocional no sea necesario concentrarse, sino echar mano de herramientas que nos ayuden a procesarlo y respetar las etapas del duelo que, según la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, son cinco: negación, enfado, negociación, tristeza y aceptación.
Entonces, el problema es cuando el bombardeo de invitaciones para alcanzar la felicidad viene acompañado de un “no te deprimas”, “sí se puede”, “pon de tu parte”, pues estos mensajes pueden ser contraproducente si llegan a alguien que batalla con una enfermedad como la depresión o la ansiedad.
Un informe, al respecto, elaborado por el diario El País de España, señala que frases de este calibre pueden trivializar la situación, y tratar de enmascarar un problema que, obviamente, requiere ayuda. En él, el psicólogo clínico Miguel Rizaldos apunta que frases como “sé positivo”, “alégrate”, o “sé cómo te sientes” pueden provocar lo que no queremos: más culpa y tristeza. ¿Qué hacer ante ello? No es un problema sencillo de resolver. Requiere más bien un trabajo de largo aliento para que las expectativas ante la vida sean coherentes con la realidad.
Si existe algún secreto para hallar esa felicidad esquiva, podría ser alcanzar ese equilibro. Si logra este balance, no solo sobrevivirá a la Navidad, sino a los embates de la vida. Ahora sí, felices fiestas.