A lo largo de la historia de la humanidad se han desarrollado distintos calendarios que fueron utilizados mayormente como herramientas para conocer las fechas de cambio de estación.
A lo largo de la historia de la humanidad se han desarrollado distintos calendarios que fueron utilizados mayormente como herramientas para conocer las fechas de cambio de estación.

Por: Hanguk Yun y Saneli Carbajal Vigo

En un día, cuando toque voltear la página del calendario, habrá relevo en los gobiernos regionales, cierre de operaciones para las empresas y muchas personas albergarán la expectativa —no del todo cierta— de que el ciclo entrante les depara un mejor futuro. Pero, al margen de toda esa parafernalia, el cambio de año en el calendario coincide con el fin de un hecho cósmico: el tiempo que tarda la Tierra en recorrer su órbita alrededor del Sol, un viaje cíclico de poco más de 365 días que influye en todos los fenómenos climáticos que ocurren en el planeta.

Un calendario —ese objeto que usamos para contar el paso de los días, los meses y los años— no es una simple tablita con fechas, sino que se basa en un sistema que combina la matemática y la astronomía para indicar el paso de ciclos. Sucede que, en su nivel más básico, un calendario es una convención o un acuerdo por medio del cual el tiempo se cuenta de una manera y no de otra. Así, el nuestro establece que una semana tarda siete días; un mes, 30 o 31 días; y un año, 365. No existe una manera correcta y una que no lo sea en esto de organizar el tiempo. Pero sí hay, en las reglas de nuestro calendario, coincidencia con el movimiento de los astros. ¿De dónde viene el que usamos en la actualidad? ¿En qué se diferencia de sus versiones anteriores? La historia que lo explica se remonta varios miles de años.

—Capturar el instante—
Desde el inicio de las civilizaciones, organizar el paso del tiempo fue una urgencia para la vida en sociedad. El trabajo y las celebraciones dependían de que ello. Los babilonios, los mayas, los griegos y los incas, como muchas otras culturas, tuvieron sus propios calendarios. Pero fueron los egipcios quienes en el año 2800 antes de Cristo crearon el más parecido al actual: un calendario solar, regido por el tiempo que tardaban en transcurrir las estaciones. Mediante la observación de los astros, los egipcios notaron que cada cierto tiempo, estos dibujaban en el cielo una distribución similar, lo que indicaba la existencia de un ciclo. El estudio de este fenómeno les permitió calcular que la repetición se daba cada 365 días.

Más tarde, este modelo fue perfeccionado en Roma. El astrónomo Sosígenes de Alejandría se percató de que el cálculo de los egipcios no era correcto, y ajustó el ciclo a 365 días más seis horas. Si se ignoraba este excedente de horas, el fin de año llegaría en el calendario romano antes de que las estaciones hubieran transcurrido en la realidad. Para corregir el desfase, se agregó un día cada cuatro años en el mes de febrero, el llamado año bisiesto. Así se creó el calendario juliano, que lleva su nombre en honor al emperador Julio César.

Por desgracia, incluso la medición de Sosígenes era inexacta, y cada 128 años el calendario se corría un día. Para el siglo XVI, el cálculo fallido ya había generado un adelanto de 11 días y otro problema. Si el calendario estaba desfasado, las fiestas religiosas —cuyo valor es en esencia simbólico— se celebraban en días falsos, profanando el santo culto. Así pues, el papa Gregorio XIII decidió reemplazar el calendario juliano por uno más preciso, que pasó a llamarse gregoriano en su honor y que se usa en la actualidad. De acuerdo a este, la medida exacta para que el año coincida con las estaciones es de 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos. Para el caso de los bisiestos, hay una especificación adicional: el último año de cada siglo —reza la regla— será bisiesto si es que es, además, múltiplo de 400. El año 2000 lo fue, el 2100 no lo será.

En los países de dominio papal como España, el calendario gregoriano se impuso en el año 1582, pero en el resto del mundo no ocurrió así.

—Los 11 días—
En Gran Bretaña, los días que iban del 3 al 13 de setiembre de 1752 nunca existieron. No es que el tiempo como tal desapareciera, sino que las fechas fueron removidas. Ese año, el Gobierno decidió implementar el calendario gregoriano. Pero como llevaban ya algunos siglos con el sistema juliano vivían once días con la fecha adelantada. De modo que, al acostarse por la noche del 2 de setiembre, los ingleses debieron hacerse la idea de que el día siguiente era 14. De esta manera, debieron acomodar sus rutinas —trabajo, escuela, celebraciones y demás actividades— a la nueva fecha. Un dolor de cabeza, sin duda.

Se cuenta que hubo quienes pensaron que les estaban robando tiempo de vida y protestaron bajo el lema de “devuélvannos nuestros 11 días”. A nadie le gusta que le impongan o quiten —por decreto— su preciado tiempo. Aunque es cierto que no fueron los únicos: la situación fue igualmente inusual para todos los países que hicieron el cambio al sistema gregoriano. Entre los últimos figuran Rusia en 1918, Grecia en 1923 y Turquía en 1926.

De todos modos, el calendario gregoriano no es perfecto, pues contiene también un excedente mínimo de 27 segundos no contabilizados por cada año que pasa. En algún momento de los próximos milenios hará falta agregarle un día más para que podamos seguir celebrando el Año Nuevo —y todas las otras fiestas— en el momento preciso.

Cronos y su hijo. La mitología da cuenta que Cronos castró a su padre Urano y, temeroso de que sus vástagos hicieran lo mismo con él, se los comía en cuanto nacían. Pintura de Francesco Romanelli, s. XVII.
Cronos y su hijo. La mitología da cuenta que Cronos castró a su padre Urano y, temeroso de que sus vástagos hicieran lo mismo con él, se los comía en cuanto nacían. Pintura de Francesco Romanelli, s. XVII.

—¿Y si perfeccionamos el calendario?—
Por eso, desde la instauración del calendario gregoriano, se propusieron otros basados en distintas combinaciones numéricas. Durante la Revolución francesa, la Convención Nacional impuso, entre 1792 y 1806, un calendario de 12 meses con 30 días cada uno, pero las semanas tenían diez días. En 1849 Augusto Comte, padre del positivismo, confeccionó un calendario de 13 meses de 28 días. En su versión, los meses hubieran llevado nombres de personajes célebres: Homero, Dante, Shakespeare, Descartes y otros más. El calendario revolucionario, creado por la Unión Soviética en 1929, reducía a cinco los días de la semana, haciendo que cada mes tuviera seis en vez de cuatro. Sin embargo, ninguna de estas variantes prosperó.

En la actualidad, existen alternativas para mejorar la precisión y practicidad del calendario gregoriano. Steve Hank y Richard Henry, de la Universidad Johns Hopkins, proponen un calendario en el que cada año se inicia en domingo y en el que las fechas caen siempre el mismo día de la semana. A este calendario habría que agregarle una semana cada cinco o seis años llamada Xtra, para que coincida con el año solar.

Otra es la opción de la Organización Internacional de Normalización (ISO), que sugiere que no existan meses, sino solo fechas compuestas por día, número de la semana y año. Mientras que la alternativa sexagesimal, de Edouard Vitrant, propone un calendario de seis meses de sesenta días cada uno, divididos en semanas de seis días. Estos calendarios se basan en distribuciones matemáticas diversas, pero continúan tomando el mismo patrón del sistema gregoriano.

Después de todo, la medición del tiempo es una convención, producto de las matemáticas y la astronomía, que los seres humanos hemos ido perfeccionando para registrar mejor nuestra existencia en el cosmos.

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