En el 2010, se decidió elevar el antiguo Instituto Nacional de Cultura a nivel ministerial pero, calculando más el gesto que las transformaciones requeridas, se anunció que no tendría más presupuesto. Condena de nacimiento. Diez años se cumplen ya de esto. Nuestro Ministerio de Cultura (Mincul) asume como misión: “promover y gestionar la diversidad cultural con enfoque intercultural y de derechos de manera eficiente para beneficio de la ciudadanía”, según su propia web.
Ceñidos a ella, podríamos evaluar su desempeño con una rúbrica que asigne puntaje a cuatro objetivos: promoción y gestión de la diversidad, enfoque multicultural, enfoque de derechos y beneficio a la ciudadanía. Por nuestra tradición vigesimal, demos cinco puntos posibles a cada área. Donde cinco es muy logrado, cuatro es logrado, tres sería en proceso de logro, dos es poco logrado y uno es sin avance. Haga el ejercicio usted y dudo de que el promedio general sea aprobatorio.
Pero como sabemos bien quienes trabajamos en investigar fenómenos complejos (y en educación) no siempre la responsabilidad de no alcanzar objetivos se explica solo por incompetencia del evaluado. Sin desconocer sus propios errores y deslices, pues mucha gente del sector le reclama omisiones, lentitudes, amiguismos, deberíamos fiscalizar en 360 grados. ¿Qué valor le damos los ciudadanos a la cultura y a sus hacedores? ¿La asumimos como un derecho? ¿Qué recursos le dieron los gobiernos consecutivos para poder exigirle resultados mejores? Hay presidentes y primeros ministros que solo miraban a este Ministerio como proveedor de espectáculos. Hay quienes creen que sirve poco más que de bufón virtuoso para divertirles en los intermedios de los foros en que se diseñan acuerdos para el desarrollo sin saber que es un sector fundamental para alcanzarlo.
Un eje transversal
La miopía es tal que ni se enteran que muchos de los objetivos de políticas nacionales de los sectores Turismo, Educación, Mujer y poblaciones vulnerables, Ambiente, Transportes, Interior y Salud, entre otros, solo podrán ser alcanzados con un trabajo articulado con Cultura. ¿No lo sabía tampoco usted? No se aflija, ni siquiera el Acuerdo Nacional lo ha pensado. Aunque ya es hora que se proceda a incluir a la cultura como el eje transversal sin el cual el desarrollo no será posible. Evidenciar su valor intersectorial es una tarea en la que debió esforzarse el ministerio y en la que su logro es bajísimo. Pero su gestión es indispensable para solucionar algunos de los problemas álgidos que, hay que recordar, no se resuelven solo con decretos.
El último Foro Cultura, Desarrollo y Gobierno, organizado entre AIBAL, OEI y la PUCP, invitó a los principales aspirantes al gobierno a exponer sus planes en cultura. Como en anteriores ocasiones, casi ninguno había reparado en que los mayores problemas que la gente identificaba en el país (inseguridad, salud, caos del transporte) requerían políticas que incluyeran un trabajo sostenido en cultura: para orientar el uso del tiempo libre que, como demuestran estudios de la UNODC, junto al deporte, reducen agudamente los índices delictivos futuros; para contribuir a la salud; para modificar los hábitos socialmente inconvenientes que, entre otras cosas, impiden el uso adecuado de cualquier infraestructura pública.
Relaciones empáticas
Ahora, en plena pandemia, las únicas sociedades que consiguen que sus políticas de emergencia sean algo eficaces, son aquellas en que sus prácticas y relaciones entre personas son empáticas, respetuosas de los bienes y servicios públicos, que tienen suficiente cohesión aun en la diversidad. Algo que se logra mediante un trabajo cultural sostenido.
Nuestro ministerio deberá, de acuerdo con los sectores organizados que rige, pero sobre todo con los objetivos de desarrollo nacional, elegir sus prioridades para alinear sus programas y estrategias. Para que las fuerzas creativas que estimule sean las que contribuyan mejor a esos objetivos. Incentivar el sector privado también para captar sus aportes del modo más descentralizado posible, que irradie a las regiones que más lo requieran. Así como normar la inversión de los gobiernos locales (además de capacitarles), lo que puede marcar una diferencia crucial en oportunidades. Pero, previamente, deberá conseguir un logro en el que debemos ayudarle todos: persuadir con evidencia y liderazgo al Consejo de Ministros y a la opinión pública (no solo la de sus administrados) en que la cultura es clave para el ansiado desarrollo. Ese que no solo se mide en dinero sino también en paz social y calidad de convivencia. Para que en la próxima evaluación salga aprobado, por el bien de todos.