La pregunta que subsiste detrás de la problemática de las industrias culturales es qué es lo que el Estado peruano desea de ellas. Suena teórico, pero no lo es. Un Estado que se asume a sí mismo como mercado menor para la explotación cinematográfica extranjera legislará de manera, llamémosla, tímida.
Otro, que entiende la cultura como el centro constitutivo de su idea nacional, promoverá las artes de otra forma (piénsese en Francia o Corea del Sur). Uno que busque que las industrias reflejen y representen su diversidad impulsará el cine y la edición en ese camino. Otro, al que solo le interese una producción de entretenimiento, hará exactamente lo que ha hecho el Perú en toda su historia: más o menos nada. No hacer nada es también una política. Se llama laissez-faire.
El problema de fondo del Ministerio de Cultura es que no ha logrado elevar estas preguntas a la agenda nacional. Su creación no fue el resultado de un consenso político y, a consecuencia de ello, su rango práctico ha sido el de cartera de segundo orden. Por ello, ministros y viceministros van y vienen con la misma ligereza con la que se suceden las tragedias en el Perú: causan indignación, pero lo terminamos por aceptar como parte de nuestro paquete cotidiano de tristezas.
Ese determinismo tiene consecuencias para el libro y el cine, y ni qué decir para las artes escénicas y otras disciplinas tradicionalmente relegadas. Suelen ser víctimas de leyes “combi”, desarticuladas, que son el Frankenstein que queda luego de que el MEF ejerce su prepotente dominio. Ni siquiera el patrimonio arqueológico —aquello que sustenta buena parte del turismo comercial— se salva de este desinterés. Nuestras ruinas viven asediadas por invasiones, sufren la presión de la avidez comercial o están sencillamente abandonadas. La sombra del viejo INC campea en las distintas burocracias con su propia carga de mediocridad y colusión. Y cuando, de vez en vez, un iluminado tiene una idea genial (¡regionalización!), la gestión de los bienes culturales encuentra un nuevo sótano en el cual languidecer en el olvido municipal. Siempre existe un piso más abajo.
Así como no hay cultura sostenible sin gestión, no hay gestión eficiente sin políticas públicas, y estas no son viables sin consensos. Y para alcanzarlos se necesitan dos cosas: debates e ideas. La pregunta es quiénes serán los actores políticos que sostendrán estas polémicas: ¿aquellos que defenestraron a Dante Trujillo del Fondo Editorial del Congreso?, ¿los que contrataron a un sujeto dudoso para dar una charla motivacional durante la cuarentena?, ¿los que durante cinco años vienen esquivando la Ley del Libro como si se tratara de COVID-19?
*Jerónimo Pimentel es Director de Penguin Random House Perú y secretario de la Cámara Peruana del Libro
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