La genealogía de la piratería musical y los derechos de autor en Internet, por Pedro Cornejo

De ese modo, el derecho de autor se convirtió en un derecho universal reconocido en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la ONU en 1948. Lo que esto significa es que el derecho de autor es independiente de la propiedad del soporte (un libro, un disco, un lienzo, un diskette, un DVD, un video, etc.) en el que está fijada la obra, por lo que, cuando una persona adquiere la propiedad de dicho soporte, no adquiere con ello el derecho a reproducirla, venderla o transformarla, ya que, si bien es dueña del soporte, en relación a la obra es una mera usuaria.

De ahí se sigue que, como consta en la Ley sobre el Derecho de Autor en el Perú, únicamente el autor tiene “el derecho exclusivo de explotar su obra bajo cualquier forma o procedimiento, y de obtener por ello beneficios”. En consecuencia, la reproducción y distribución de una obra publicada por cualquiera de los medios existentes —incluido el informático— con fines de lucro y sin autorización del titular del derecho de autor constituye un delito conocido en todas partes con el nombre de “piratería”. Sabido es, por lo demás, que la piratería ha experimentado un crecimiento exponencial a partir del desarrollo de ciertas tecnologías —los aparatos para copiar discos compactos, por ejemplo— y, en particular, del internet, que se ha convertido en el medio más utilizado y eficaz para adquirir cualquier tipo de información en el menor tiempo posible y a un costo mínimo cuando no sencillamente nulo.

Uno de los mecanismos más utilizados para adquirir música “gratis” es el formato digital MP3, capaz de comprimir un archivo sonoro con una calidad de sonido equivalente a la de un CD, pero en un espacio diez veces menor que el original. En mayo de 1999, se fundó la compañía Napster, Inc. para brindar este servicio online en forma gratuita a quien lo solicitase. Un mes después, cerca de 5.000 usuarios compartían un promedio de 100 títulos entre las 500.000 canciones que estaban permanentemente disponibles.

El resto es historia conocida: en pocos años, aparecieron en el ciberespacio miles de sitios web que ofrecen la posibilidad de descargar música sin costo alguno y con el perjuicio aparente que ello trae consigo para los autores y compositores, así como para las compañías que los representan.

Existen, sin embargo, otras formas de ver el asunto. Hay que recordar que los conceptos de derecho de autor y de propiedad intelectual surgieron con la finalidad de asegurar la distribución generalizada de los libros. Imprimir libros era muy caro, y el único modo de garantizar que un editor invirtiera su dinero en la impresión masiva de libros era protegiéndolo de otros posibles productores.

Con el desarrollo de la tecnología digital, la situación ha cambiado radicalmente y los mismos beneficios sociales se pueden obtener sin que nadie tenga la exclusividad de la reproducción de una obra. Desde esta perspectiva, la reproducción total o parcial de la obra y su difusión por medios electrónicos serían legítimas siempre y cuando sean para uso personal y no comercial. El debate, pues, sigue abierto.