El filósofo francés de origen ruso, Alexandre Kojève, el principal responsable del renacimiento de Hegel en las cátedras francesas del siglo XX, entendía que con el código napoleónico la historia había terminado (Fukuyama parte de él para elaborar su polémica tesis). Kojève creía que el mutuo reconocimiento como iguales producido por la Revolución Francesa permitía la construcción de un Estado universal organizado por una burocracia racional. Todo lo demás era anécdota (guerras, regímenes, etc).
Mark Lilla, en Pensadores temerarios, resume su indiferencia ideológica respecto a cómo conseguir esa meta de esta forma: “Para él era un mero detalle si el fin se alcanzaba a través del capitalismo industrial impulsado por Estados Unidos (que denominaba “alternativa de la derecha hegeliana”) o el socialismo de Estado de la Unión Soviética (o “alternativa de la izquierda hegeliana”)”. Sin embargo, por la posición geográfica de Europa, Kojève veía necesario crear una tercera fuerza de contrapeso a la que denominó el “Imperio latino” y propuso afianzar las relaciones económicas entre países para conseguir ese objetivo. Hizo su propuesta a la Cancillería francesa en 1945 y fue desde esta idea que Francia dirigió Quai d’Orsay durante décadas. Como se sabe, el germen plantado por Kojève terminaría siendo la Unión Europea.
De cara al bicentenario, cuesta imaginar que alguien pueda proponer semejante teoría sobre el Perú, un país donde no es evidente que los triunfos derivados del código napoleónico hayan llegado a este lado de la cordillera de manera plena. Los problemas son evidentes: machismo asesino (ver tasas de violación y feminicidio durante la pandemia), racismo elevado a la categoría de política pública (“ciudadanos de segunda categoría”), homofobia retrógada (no hay unión civil), discriminación sin igual (a pesar de los avances esta sigue siendo esta una sociedad de castas, como se ha podido comprobar con la muerte de Santiago Manuin) y enormes problemas en el acceso masivo a la propiedad. Quienes tenemos a la república como inicio y fin creemos que solo desde nuestra mutua aceptación como iguales, y de la construcción de instituciones que salvaguarden ese reconocimiento de manera general y severa, es posible discutir modelos económicos y caminos de desarrollo. El único plan político para el 2021, el único criterio que debería valer para una decisión electoral, es quién nos garantiza esta condición: ni amos, ni esclavos.
Las tareas luego de una catástrofe son pocas pero esenciales: recoger escombros, velar a los muertos, empezar de nuevo. Pero para ello se necesita un motivo y una idea. Por ejemplo, de país. No se puede construir uno sin imaginarlo previamente, con el perdón del platonismo. La historia, para nosotros, no ha empezado.