Cuenta la mitología griega que, a Paris, el más apuesto de los hombres, le tocó elegir a la más bella entre las diosas Juno, Minerva y Venus. Paris era hijo de Príamo y Hécuba, reyes de Troya. Cuando nació, se le pidió a un criado que lo abandonara en el monte Ida. Allí moriría devorado por animales u otras causas. Pues, Hécuba, antes de darlo a luz, soñó que de ella nacía una antorcha encendida. Eso significaba, como revelaron los adivinos, que el futuro hijo causaría la destrucción de Troya.
Paris fue rescatado del Monte Ida por unos pastores que decidieron criarlo. El príncipe creció convirtiéndose en un joven de gran belleza que protegía los rebaños contra los ladrones. Se ganó el sobrenombre de Alejandro, el cual quiere decir “el que aleja a los hombres del peligro”. Así vivió hasta que, en un concurso de lucha al que fue a participar en Troya, su hermana Casandra, dotada del poder de la adivinación, lo reconoció y reveló a Príamo y Hécuba la identidad de Paris. El príncipe fue aceptado por la familia y adoptó el nuevo papel social de hijo del rey.
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Por otro lado, Juno era la diosa más poderosa del Olimpo; Minerva, la de la sabiduría; y Venus, la del amor. Paris debía entregar una manzana de oro a la que escogiese como la más bella. Juno le ofreció: “si me das la manzana a mí, reinarás en todo el mundo aventajando en riquezas al resto de los hombres”. Minerva, en cambio, le dijo: “si me la das a mí, obtendrás la sabiduría”. Y Venus le prometió: “si me la das a mí, tendrás a tu lado a una mujer de belleza incomparable”. Paris escogió a la diosa del amor. Cuando él viaja a Esparta, enviado por Príamo en misión diplomática, conoce a Helena: la más hermosa entre las hermosas, quien, hechizada por Venus, huye a Troya con Paris. Menelao, rey de Esparta, al enterarse de que su esposa ha escapado con otro hombre, no se queda tranquilo. Apoyado por los principales soberanos de los estados griegos, y bajo la dirección de Agamenón, que es hermano de Menelao y gobierna Micenas, cruza el mar para asediar Troya. La guerra dura diez años, pero vencen los griegos. Paris muere en la lucha y Helena vuelve con su marido.
¿Qué hubiera ocurrido si París escogía a Minerva como la diosa más hermosa? Hubiese también obtenido a Helena. Ciertamente, huir con una mujer casada no es ético. Por ello, la crítica a la elección de Minerva sobre Venus sería la siguiente: si Paris hubiera elegido a la diosa de la sabiduría y no a la del amor, jamás hubiese huido con Helena, ya que un hombre sabio nunca actúa sin moral. No obstante, tener consigo a la mujer amada (si ella también siente amor por uno) es más ético que dejarla en manos de un marido al que ella no quiere. Pues, aunque Helena huye con Paris hechizada por Venus, se hubiera enamorado de él verdaderamente si la manzana de oro hubiese sido entregada a Minerva. ¿La razón? La mujer más hermosa es también la de mayor virtud porque no hay belleza íntegra sin virtud. Y, para que la mujer más virtuosa se enamore de un hombre, debe encontrarle una valía superior.
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El varón sabio sobresale por su autocontrol y dominio de sí mismo. Con cualidad semejante, Paris hubiera conseguido que Helena lo ame de verdad y para siempre. “Escoger a Minerva como la más bella será una ventaja. Me permitirá conquistar a Helena por mí mismo”, debió reflexionar el príncipe troyano antes de elegir a una de las tres diosas. De ese modo, Paris hubiese sido sin duda el más bello de los varones. Evidentemente, su hermosura física debía ir acompañada de un carácter puro para que se le pudiera considerar por encima de otros hombres a los que quizá les faltaba un rostro y cuerpo tan atractivos, pero no virtudes más elevadas (Paris poseía otras cualidades además del físico, pero hay varones de mayor valía). Entre las virtudes de una persona y su belleza física, las virtudes son más relevantes.
Aunque el aspecto de un hombre sea bello, si el varón posee un carácter irreflexivo y suele perder la cabeza ante la pasión y el deseo, acarrea la desgracia. En cambio, el sabio actúa siempre de manera equilibrada. Solo alguien así puede amar de verdad, ya que conoce bien a su mujer. Sabe como tratarla, darle afecto, cariño. Cede ante ella cuando es correcto hacerlo, pero siempre mantiene la identidad. Para amar a una mujer hay que tener primero amor propio. Si un hombre no se ama, reflejará el odio y el rencor a sí mismo en los demás.
Por otro lado, amar a alguien es una decisión libre. Si conseguimos una pareja por la fuerza, el engaño o la manipulación, ella nunca nos amará con franqueza. Entonces habría que preguntarse ¿es en serio Venus la diosa del amor? ¿No sería lógico pensar que a una diosa de tan elevada valía jamás se le hubiera ocurrido hechizar a una mujer, doblegando su mente y voluntad, para que huya con un hombre? Tampoco sería Minerva la diosa de la sabiduría, pues tendría que considerársele también la del amor. ¿Quién es digna de ostentar la posición de Venus? Sinceramente nadie. El amor solo habita en el corazón del virtuoso, que se enamora de un espíritu afín cuando el destino así lo decide.