Ganadoras al Óscar a mejor corto documental. Premiadas en una industria aún dominada por hombres.
Ganadoras al Óscar a mejor corto documental. Premiadas en una industria aún dominada por hombres.

Cuando el domingo 24 de febrero, en la 91 entrega de los Premios Óscar, se anunció el trabajo ganador de la categoría mejor corto documental, no faltó quien dijo: “Seguro les dan el premio porque son mujeres”. El documental Period. End of sentence —que cuenta la historia del tabú que existe alrededor de la menstruación en la India— está dirigido por una mujer, Rayka Zehtabchi, pero reducir su triunfo a ello es tan básico como machista. Por decir lo menos.

Atribuir dicho logro a un espíritu condescendiente del otro —normalmente varón— es paternalista y común. Desde Hollywood, la industria cinematográfica más grande y global, se han alzado voces de mujeres reclamando mejoras en su situación laboral, ejemplo que ha sido seguido en todo el mundo. Las involucradas en la producción cinematográfica peruana también libran su propia batalla. A las dificultades propias de desarrollar un proyecto fílmico en el Perú, ellas le pueden sumar una más: el ser mujeres en un país machista y conservador.

—La excepción que busca la regla—
La realización de una película supone un proceso largo y de múltiples tareas, y durante la zigzagueante historia del cine peruano no han sido pocas las mujeres que se han involucrado en ellas, por ejemplo, Nora de Izcue (1934), directora que empezó como asistente de dirección en La muralla verde (1970) y Espejismo (1972), de Armando Robles Godoy. El Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño dice de ella: “Se interesó en mostrar el modo en que la condición femenina se expresa cuando existen condiciones económicas difíciles, o en comunidades marginales o aisladas del resto del entorno social”. Ejemplo de ello son sus trabajos El viento del ayahuasca (1982) o Color de mujer (1990).

Nora de Izcue
Nora de Izcue

Tras Izcue vienen directoras como Heddy Honigmann, recordada sobre todo por su documental Metal y melancolía (1993), o Marianne Eyde, reconocida por el también documental Los ronderos (1987). Más contemporáneas son Judith Vélez, Claudia Llosa, Marianela Vega o Rossana Díaz Costa. Esta última, sobre la importancia de la participación de la mujer en el cine, señala: “El valor de que una mujer escriba y dirija una película, por ejemplo, es que la historia la contará con una sensibilidad distinta, tocará otro tipo de fibras en el espectador y al mostrar mujeres de manera no estereotipada, que pueden ser las protagonistas de las historias, se pondrá un grano de arena en la construcción de una imagen de la mujer más fuerte, más democrática y esto contribuye a la tan ansiada igualdad entre hombres y mujeres”.

Enid “Pinky” Campos es productora de oficio y, a pesar de su juventud, su experiencia no es poca. “Ahora hay más mujeres que hace diez años involucradas en diferentes procesos, por ejemplo, realizando trabajos técnicos. Yo confío en que las chicas que están ahora como segundas en cámara lleguen a ser directoras de foto. Recuerdo que, cuando hice Días de Santiago (2004), el panorama era totalmente distinto. Y, claro, en mi carrera he tenido que enfrentarme a situaciones difíciles: cuando estaba en alguna coordinación, no entendían que yo era la cabeza de grupo, esperaban que llegara un hombre. A nosotras, las mujeres, nos piden con más énfasis que demostremos que somos capaces en distintos campos”, cuenta.

Sobre esto último Leny Fernández, crítica de cine, apunta: “Quizás la idea de un fracaso masculino podría tolerarse, pero de alguno dirigido por una mujer, imposible. Por ejemplo, Ida Lupino, la gran actriz del Hollywood dorado, comenzó a dirigir películas solo porque estas eran producidas por la compañía que tenía con su entonces esposo. Ningún mandamás de la industria le hubiera dado esa oportunidad. Ella tuvo que abrirse camino”.

En el Perú de 2019 son cada vez más las mujeres en el cine, aunque involucrarse en él suponga aún un esfuerzo extra por ser mujeres.

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