Virus y miedos del nuevo siglo. En medio de la alerta mundial por el coronavirus, una breve historia de las epidemias que diezmaron la humanidad.
Virus y miedos del nuevo siglo. En medio de la alerta mundial por el coronavirus, una breve historia de las epidemias que diezmaron la humanidad.
Katherine Subirana Abanto

Para el hombre primitivo —y aún para el moderno— una epidemia es vista siempre como un castigo. La frase no es de un sacerdote ni de algún temeroso pastor evangélico, sino de un científico: el infectólogo chileno Walter Ledermann lo afirma en el artículo “El hombre y las epidemias a través de la historia”. Y lo dice con base, pues, desde tiempos inmemorables, las pandemias se han explicado como un castigo ante las reiteradas ofensas de los gobernantes o del pueblo entero a un Dios todopoderoso y castigador.

En ese sentido, la Biblia ha sido una importante fuente de inspiración para las contemporáneas historias distópicas: las siete plagas de Egipto y la figura de la Peste como uno de los siete jinetes del Apocalipsis son el primitivo antepasado literario de las historias actuales de ataques de virus que convierten a los contagiados en zombis y cepas que mutan de los animales hacia los hombres.

China ha activado protocolos de seguridad para evitar que la nueva cepa de coronavirus se expanda en el mundo.
China ha activado protocolos de seguridad para evitar que la nueva cepa de coronavirus se expanda en el mundo.
/ Anadolu Agency

El valor de los científicos

Pero, más allá de las ficciones epidémicas y devastadoras producto de iras o maldiciones divinas, las estimaciones reales de la ONU muestran que una pandemia de gripe puede acabar con el 5 % de la población mundial. Es decir, diez veces la población del Perú. No se trata de una visión apocalíptica; es una proyección científica.

Por eso, a propósito del temor global que ha ocasionado la explosión del coronavirus (2019-nCoV) en China, vale la pena preguntarse si la valía de los científicos es lo suficientemente reconocida. Piénselo: cuando se conoce la existencia de un nuevo y peligroso virus, la primera reacción humana es el pánico. Entonces, el instinto de supervivencia hace que pongamos a los posibles infectados en cuarentena y corramos lo más lejos posible de la amenaza, tal vez recordando que, a lo largo de la historia, las epidemias han diezmado civilizaciones completas. Sin embargo, ellos —los científicos— abrazan el microorganismo mortal y se encierran con él para estudiarlo, entenderlo y atacarlo. Es un trabajo silencioso el que se hace en los laboratorios. Por ejemplo, es probable que, mientras usted lee estas líneas, científicos australianos estén a punto de hallar la forma de controlar el coronavirus que ha puesto en alerta sanitaria al mundo.

“Hemos desarrollado la tecnología que nos permite responder de forma más rápida a las enfermedades y, ante el aumento de movilización global, también se han articulado protocolos de salud internacionales regidos por la OMS”, indica el médico Manuel Loayza, director general del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Ministerio de Salud.

Y es cierto. Enfermedades que alguna vez fueron mortales —como el sarampión, la viruela o la varicela— hoy son controladas y hasta evitadas gracias a un invento extraordinario: las vacunas. Existen otras aún sin tratamiento definitivo con las que convivimos en una lucha constante —como el sida—. Y a otras, a veces, les ganamos la batalla —como con el cólera o el ébola—.

El potencial epidémico de un virus, explica el doctor Loayza, radica, entre otros factores, en su novedad. “Al tratarse de una mutación desconocida, una especie que no existía antes, no se conoce su patología y es necesario investigarla, lo que retrasa la respuesta médica para su control”, señala. Otro requisito para la pandemia, según la OMS, es que se den las condiciones para que el virus —conocido o no— se desarrolle en espacios afectados por desastres naturales, guerras, hacinamiento o extrema pobreza, como los campamentos de refugiados superpoblados.

“La población de mayor riego siempre serán los pacientes con enfermedades como cáncer, diabetes o inmunosupresión, así como niños menores de cinco años o personas mayores de 60. Y, si su contagio es por vías respiratorias, la propagación es más rápida y peligrosa”, añade Loayza.

Dicho esto, los mecanismos de control de virus no son, lamentablemente, 100 % seguros, pero, según el doctor Loayza, nos mantienen lejos del temido apocalipsis.

El triunfo de la Muerte ( 1562 ) es una de las obras más conocidas del pintor flamenco Pieter Brueghel, asociada con lo que significó la Peste Bubónica en Europa.
El triunfo de la Muerte ( 1562 ) es una de las obras más conocidas del pintor flamenco Pieter Brueghel, asociada con lo que significó la Peste Bubónica en Europa.
/ Mondadori Portfolio

Entre la historia y la ficción

Sin embargo, no podemos dejar de lado que, a lo largo de la historia, las epidemias han diezmado más poblaciones que las guerras. Por ejemplo, la peste de Atenas, entre el 431 y el 429 a. C., acabó con la vida de un tercio de los atenienses. Tucídides, en su obra Historia de la guerra del Peloponeso, señala que la peste procedía de Etiopía y que se contagiaba en las grandes aglomeraciones de las ciudades, los grandes calores y las guerras. Aún no se ha esclarecido si se trató de peste bubónica, viruela o tifus. Otra fue la llamada peste de Cipriano, que se produjo a mediados del siglo III, entre los años 249 y 262, y acabó con el 60 % de habitantes de Alejandría. Apareció en Egipto, se expandió al norte de África y llegó a Roma, donde, además, mató a, por lo menos, cinco mil romanos por día, según escribió san Cipriano, obispo de Cartago. Aún se desconoce si se trató de una gripe o de una fiebre hemorrágica.

Y, pasando por alto otras epidemias famosas, la más conocida de la historia es la Peste Negra, que, entre 1347 y 1350, azotó a casi todo el mundo occidental. Se trató de una pandemia de peste bubónica que acabó con más del 20 % de la población mundial de esa época.

Ante tamaña mortandad, la ficción no ha hecho sino —como señala el investigador mexicano Baldomero Ruiz— incorporar las fantasías que circulan en la sociedad para devolvérselas a los espectadores en forma de narraciones.

En La Ilíada, por ejemplo, la peste llega a las tropas aqueas como castigo del dios Apolo, furioso por el rapto de la hija de uno de sus sacerdotes. El castigo fue levantado cuando la ofensa al dios fue subsanada. Avanzando en el tiempo, tenemos ficciones pandémicas menos teológicas, como Diario del año de la peste ( 1722 ), libro en el que Daniel Defoe imagina la cotidianidad de un hombre durante la gran plaga de Londres en 1665. Pero, si de catástrofes hablamos, no podemos dejar de mencionar La peste escarlata ( 1912 ), un clásico del estadounidense Jack London que inauguró el género de novela catástrofe. La historia se desarrolla en 2072, sesenta años después de que una implacable epidemia, llamada Muerte Roja, diezmara la raza humana, y redujera a los sobrevivientes a un nuevo primitivismo salvaje y violento.

Justamente las ficciones más modernas —las epidemias— tienen un origen humano y ya no divino, pero son aún un castigo. Esta vez, a las ambiciones del hombre. Son historias de sobrevivientes a pandemias causadas por un virus incubado en un laboratorio y que se sale de control. Entonces, la naturaleza humana se pone a prueba, pero ya no ante una divinidad, sino ante la moral de los compañeros de supervivencia. En muchos casos, los sobrevivientes se enfrentan a zombis a los que deben matar dándoles un golpe contundente en la cabeza.

El cine, un arte del siglo XX, es un extraordinario escaparate de las fantasías relacionadas con las epidemias. Bien lo sostiene Baldomero Ruiz: “En los relatos cinematográficos, las enfermedades adquieren una personalidad monstruosa por medio de personajes como los vampiros y los zombis. Los textos fílmicos dejan ver que la gran metáfora de nuestra relación con los microorganismos infecciosos es la guerra. Las epidemias son concebidas como una invasión al cuerpo social, y el lugar de origen de esa amenaza es, casi siempre, un espacio desconocido y misterioso. En la ciencia ficción, esos lugares suelen ser laboratorios en los que se diseñan diminutos seres asesinos, nuevas versiones del monstruo creado por el Dr. Frankenstein”.

La fatalidad de los virus conocidos hasta hoy —y que han acabado con la vida de millones de personas en la historia de la humanidad— ha sido sobrepasada con creces por los virus creados por y para la ficción. En el mundo real, felizmente, todavía hay esperanza.

Cálculos científicos estiman que existen más de 75 mil casos de pacientes infectados con el nuevo coronavirus solo en Wuhan. (Foto: AFP)
Cálculos científicos estiman que existen más de 75 mil casos de pacientes infectados con el nuevo coronavirus solo en Wuhan. (Foto: AFP)
/ ANTHONY WALLACE

¿Qué es el coronavirus?

No se trata de uno, sino de muchos virus. La Organización Mundial de la Salud (OMS) explica que los coronavirus son una extensa familia de virus que pueden ser causa de diversas dolencias: desde una gripe común hasta enfermedades epidémicas como el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS), que nació también en China en 2003, o el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), que se identificó en Arabia Saudita en 2012.

El coronavirus, que tiene en vilo hoy a China y al mundo entero, ha recibido el nombre temporal de 2019-nCoV. ¿En qué momento se convirtió en una amenaza de epidemia? El 31 de diciembre de 2019, la OMS registró varios casos de neumonía en la ciudad de Wuhan, ubicada en la provincia china de Hubei. Era un virus distinto de los conocidos. Una semana después, el 7 de enero, las autoridades chinas confirmaron que habían identificado un nuevo tipo de coronavirus. Aún está siendo estudiado. Ya que los coronavirus suelen causar síntomas respiratorios, la OMS ha recomendado protección personal para evitar el contagio y la infección.

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