Por: Saúl Peña K.
Se entiende por corrupción la acción de dañar, deteriorar, enfermar, pervertir y echar a perder, manipulativa y utilitariamente, a alguien con propósitos malsanos, alterando y trastocando su identidad. En otras palabras, la corrupción elimina los valores creativos de una ética legítima y auténtica y contamina la sociedad y la cultura.
Al reflexionar sobre este tema, me interesa develar lo oculto en él. La interioridad penosa y lamentable de la falta de ética y la pérdida de valores. Primero, entendamos que todos los seres humanos tenemos potencialidades de corrupción: somos factibles de corromper o de que nos corrompan. Esto proviene del instinto de muerte, cuya finalidad es infligir la muerte simbólica de alguien a través de la agresión destructiva del instinto de vida (Eros). Desde el punto de vista clínico, existen dos instancias en este proceso: la primera se refiere a aquel acto corrupto que no es irreversible o crónico y que no involucra a la totalidad de la persona; la otra instancia, en cambio, no solo afecta a un individuo sino también a otros, y se forma, así, una estructura corrupta. En este caso se ponen en peligro la cultura, la ética y la integridad del entorno social. En esta sociedad corrupta se impone lo material a lo espiritual, lo económico se sobredimensiona y se considera que “los fines justifican los medios”. Esto es lo que estamos viviendo en estos días en el Perú.
—El traumatismo histórico—
¿Por qué hemos llegado a esta situación? Creo que la política ha marcado significativamente la realidad psíquica de quienes han sufrido y sufren colectiva e individualmente las lesiones emocionales que han dejado la perversidad de gobiernos dictatoriales o seudodemocráticos y la instalación de una violencia generalizada. Estos gobiernos son generadores de desconfianza, ilegitimidad y desvergüenza, y se extienden a todos los estamentos. En el fondo, se aferran a un poder destructivo porque gran parte de sus gestores o cultores se sienten minúsculos sin él.
El poder y la política mal concebidos y aplicados pueden conducir a extremos nunca imaginados de deterioro en todos los planos de la vida y originar un alto grado de sufrimiento para la mayoría de los ciudadanos. Sin ánimos de generalizar, esto se reproduce también en el sistema judicial, donde se evidencia la fuerza de trastocar la ley.
La historia es muy importante, pero más aún lo que hacemos con ella. Somos un país, como alguien decía, no subdesarrollado, sino regresionado. Frente a la conquista genocida, se vivieron situaciones de humillación y sometimiento que generaron un cúmulo de agresión destructiva y de la llamada identificación con el agresor. Este traumatismo histórico —sus efectos en el psiquismo y la cultura del crimen, la tortura y la corrupción— pertenece a una patología del lazo social. Es obligación nuestra hacer escuchar a la sociedad y a la humanidad lo que no están dispuestas a escuchar y no quieren creer.
—El universo totalitario—
Lo que caracteriza al universo totalitario, más allá de su violencia destructiva, es su vocación de apropiarse del absoluto de la ley y encarnarla. Esta colusión entre un orden simbólico y su ejercicio perverso e impune es fuente de desorganización y alienación. Es indispensable restituir el principio de justicia y el buen nombre del Perú en una cultura de libertad y responsabilidad.
No podemos, sin embargo, generalizar ni llegar a conclusiones absolutistas. Al reconocer que nuestra percepción de la realidad no es necesariamente neutral, debemos perseguir este ideal. Esto es indispensable para el respeto de la otredad y para sentar las bases de una sociedad basada en la libertad y en el respeto por el otro.
—¿Qué hacer?—
Lo indispensable es una mejora en la educación desde sus fases más tempranas, de tal forma de que se les brinde a los peruanos —niños y adultos— una formación creativa, con valores éticos consistentes. Restituir valores como la libertad, la responsabilidad, la autonomía, la otredad, la autenticidad, el amor, el coraje y la integridad.
No se puede practicar una pseudobondad que, en el fondo, sería la perpetuación de arreglos y acomodos vergonzosos. Es decir, permitir la impunidad y el olvido bajo el pretexto de la “unión de los peruanos” perpetuaría lo previo. Hay que utilizar pues todos los “antibióticos psíquicos y cívicos” para curar esta complicidad con la corruptela y el peligro de su adicción.
La argucia de que todos somos responsables intenta cambiar un problema penal en pseudosociológico, exculpando a los depredadores del país. Es indispensable también trabajar en la superación de la miseria.
Las lamentables experiencias vividas en los últimos tiempos no deben repetirse jamás.