Henning Mankell
Henning Mankell

Por: Pedro Cornejo
El escritor sueco Henning Mankell (1948-2015) alcanzó el éxito con una serie de novelas policiales que tenían como protagonista al inspector Kurt Wallander: Asesinos sin rostro (1991), Los perros de Riga (1992), La leona blanca (1993), El hombre sonriente (1994), La falsa pista (1995), La quinta mujer (1996), Pisando los talones (1997) y Cortafuegos (1998). Wallander es el héroe imperfecto por antonomasia. Con cuarenta y pico años a cuestas se encuentra en un estado patético. Acaba de ser abandonado por su esposa; su hija casi no tiene comunicación con él desde que intentó suicidarse a los 15 años; mantiene una conflictiva relación con su senil padre, quien nunca le perdonó el haberse metido a la policía; vive solo, se alimenta a base de comida chatarra y bebe whisky con demasiada frecuencia, al extremo da haber sido detenido —y luego liberado— por miembros de su propio staff por conducir ebrio.

Se trata, pues, de un detective inseguro, con sentimientos de culpa y miedos que, muchas veces, no puede controlar y que está en las antípodas del policía intrépido que desprecia la muerte y afronta los riesgos sin despeinarse. No entiende —aunque trata de hacerlo— los cambios que se han producido en la sociedad en las últimas décadas ni las nuevas y salvajes formas de violencia que han aparecido en Ystad, un pequeño pueblo en el que de pronto empiezan a producirse crímenes atroces. Todo esto induce a Wallander a preguntarse con desconsuelo: “¿Qué está pasando en este país? ¿En qué mundo estamos viviendo? ¿Cómo se pueden cometer crímenes de esta naturaleza?” (Asesinos sin rostro). Atrás habían quedado “los ladrones de coches y los reventadores de cajas fuertes de antaño, que se quitaban cortésmente la gorra cuando les arrestábamos”. En esos tiempos, Wallander creía firmemente que todos los problemas se resolverían sin usar la violencia salvo en casos de extrema necesidad. Asesinos sin rostros inicia la saga de Wallander; pero, al mismo tiempo, marca el fin de su inocencia como policía. De ahí su desconcierto. De ahí su miedo. Porque, para él, eso significaba que “la sociedad habría girado sobre sí misma y se había convertido en un monstruo” (La falsa pista).

En tal sentido, las novelas de Mankell no se circunscriben a resolver el crimen sino que reflejan una profunda preocupación social y política que, empero, es parte consustancial de la trama. Como dijo en una entrevista a Ian Thomson, de The Guardian, en 2003: “Yo formo parte de una vieja tradición que se remonta a los antiguos griegos dentro de la cual el crimen es un espejo de lo que está sucediendo en la sociedad”. El crimen, entonces, deja de ser ante todo un hecho delictuoso para convertirse en el garrotazo violento, inesperado y gratuito –aunque no necesariamente sangriento– de la muerte sobre los seres humanos. De ahí la ira, la indignación y el dolor que suscita la lectura de las novelas de Mankell, a pesar de todo lo ‘políticamente correctas’ que puedan ser. Pero es ahí, en ese mundo, que es también el nuestro, donde Henning Mankell permanece vigilante, atento al momento en que los ángeles blancos duermen y despierta el inframundo.

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