"Antología", de  Annemarie Heinrich. [Foto: Difusión]
"Antología", de Annemarie Heinrich. [Foto: Difusión]
Max Hernández Calvo



Queda un par de días para acercarse a la exposición antológica de Annemarie Heinrich (1912-2005). Curada por el fotógrafo e hijo de la artista, Ricardo Sanguinetti, aborda la producción de esta fotógrafa argentina nacida en Alemania, ofreciéndonos un acercamiento a un trabajo en el que la fotografía revela tanto como inventa el mundo que muestra.

El rango de exploraciones reunido es amplio. Abarca desde un trabajo más clásico en las fotos de plantas y flores, donde Heinrich recurre a los altos contrastes para sugerir volumen; y pasa por la fotografía de inspiración surrealista, con elementos fantásticos y alusiones a artistas como Man Ray y, oblicuamente, René Magritte (“La mano” parece contener una velada alusión al pintor belga, vía la contraposición de escalas de una mano, una manzana y un hombre en traje).

La artista emprende una exploración más formal en sus paisajes, estableciendo un paralelo implícito entre la texturas de sus referentes —la arena, la superficie del agua, el cielo y las nubes, etc.— y el grano de la foto. En la serie “Reflejos” retrata escenas cotidianas duplicadas por los reflejos en el agua, acaso citando una experiencia de la imagen como réplica-de-la-realidad, anterior a la fotografía.

Destaca su serie de autorretratos tomados sobre superficies reflejantes convexas, como el parachoques cromado de un automóvil, el faro de un coche y una esfera de vidrio espejada. Estas imágenes sugieren el artificio del self, pues la propia imagen se convierte —mediante la distorsión del reflejo— en algo irreconocible, como si el self se hubiese transformado en otro.

Esta idea resulta reforzada por la presencia de más personajes que la sola artista. Así, en “Autorretrato reflejado en paragolpes de autos” aparecen varios personajes diversamente deformados. Ellos se muestran junto a una representación correcta de la realidad (la escena no-reflejada), yuxtaponiendo la realidad y su versión distorsionada. Pero la imagen correcta también es resultado del reflejo (el mecanismo de la cámara) y, más aun, también está distorsionada, incluso así no lo parezca: los cambios de escala, las zonas de enfoque y desenfoque, los juegos de contrastes y el mismísimo blanco y negro. Todos ellos rasgos de la transformación visual inherente al medio fotográfico.

Otro aspecto fundamental es que estos autorretratos muestran la cámara, y rompen así con la idea de la captación de la realidad, al referirse al propio proceso de producción de la imagen. Al romper con nuestra visión estándar del mundo, esta serie (así como las imágenes de aire surrealista) revela un alejamiento, por parte de Heinrich, de la fotografía como documento objetivo.

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Acaso la subyacente idea de una realidad maleable está insinuada en sus fotos del mundo del teatro y la danza, en las que vemos actores en personaje y llevando disfraces de distinto tipo. En esas, Heinrich sugiere el impacto de la fotografía en la idea de imagen personal.

En dichas fotos y en los retratos, la artista ronda la toma de conciencia de la propia imagen (ligada al carácter, la personalidad y la profesión) como objeto de representación. Y, no obstante, pese a los disfraces y las dobles exposiciones y montajes, hay algo natural en estas imágenes. En otras palabras, el artificio tiene de verdad aquí, como lo sugieren los retratos, en los que predominan actrices y cantantes como Alicia Alonso, Chabuca Granda, Mercedes Sosa, Yma Sumac, Beba Bidart y Tilda Thamar, en los que el personaje y la persona se confunden.

En estas series, gesto, expresión, actuación y disfraz aparecen como parte de un mismo continuum, si bien de manera menos clara en sus fotos de desnudos (quizá porque desaparece el rostro del encuadre). Aunque de aire clásico, en sus sofisticados desnudos Heinrich también recurre a dobles exposiciones, montajes y cuidadosos juegos de luz y sombra, complejizando estas piezas que no solo hablan de la construcción de la imagen, sino también de la de la mirada.

Acaso esa sea una de las claves de la obra de Annemarie Heinrich: la imagen del mundo y de la persona que se va desarrollando con la aparición de la fotografía y la exploración de sus posibilidades, necesariamente va de la mano de unos modos de ver que nos han permitido recrear el mundo ante nuestros propios ojos. En estas imágenes se condensan algunas lecciones de ello.

Centro Cultural PUCP

Av. Camino Real 1075, San Isidro. Hasta el 23 de enero.

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