JAIME QUISPE PALOMINO
–Me encanta el invierno –dijo el sabio nevado de Huaytapallana con voz gélida, testigo de la historia por tiempo imperecedero y envejecido por los fenómenos climáticos suscitados en estos últimos tiempos.
–Qué contenta me pongo, padre, al escuchar tu voz que se extienden por las nubes que llevan los vientos –dijo la sirenita contagiada por la alegría que sentía el majestuoso Huaytapallana. ¿Qué será lo que te alegra esta mañana que a mí también me pone contenta? –preguntó con voz encantadora.
–Saber que la vida me sobrepone abundantemente –respondió fulgurante el Huaytapallana por la cantidad de nieve que cubría sus altas cordilleras.
–¿Y qué es la vida? –preguntó la sirenita porque quería beber de las fuentes de la extensa experiencia y sabiduría del Huaytapallana. Mientras tanto se sumergía en las aguas de color turquesa que contenía la laguna de Lasuntay.
–La vida es como una pequeña gota de agua que destila de mis entrañas –decía en tono pausado y reflexivo. Nace como un regalo tan hermoso, se desarrolla dejando a su paso huellas en la historia, se hace testigo de muchos acontecimientos, voz de todo lo que existe, sonrisa en la alegría y amiga en la tristeza. Van creciendo, al juntar las otras gotas de vida, en riachuelos de experiencia y aprenden a superar las barreras del espacio y el tiempo; llegan a la madurez cuando forman ríos cargados de experiencias del pasado, transcurren el presente viviente y se proyectan al futuro con el sueño de un mundo mejor –lo decía por todo lo que había vivido, por todas las experiencias de las que había sido testigo y por la esperanza puesta en el hombre, maravilla de maravillas de todo cuanto existe.
–¿Por qué te alegras ver a los hombres y suspiras alegremente por ellos? –preguntó la sirenita como una niña pregunta a su padre queriendo desentrañar los secretos de su corazón.
–Porque ellos se benefician del agua que sale de mis entrañas, gota a gota, los alimenta y da vida –respondió.
–¿Verlos te hace feliz? –preguntaba la sirenita que, a cada momento, quería alimentar sus conocimientos de la sabiduría y experiencia del Huaytapallana.
–Yo soy el padre que cuida de sus hijos y los alimenta constantemente –dijo el Huaytapallana, suspirando profundamente y dirigiéndose con mirada complaciente al valle donde habitan los hombres. Cuanto más se cubren de nieve mis cerros más se benefician los hombres –lo decía de acuerdo a las experiencias tenidas en las temporadas pasadas que generalmente habían sido favorables; solo que en estos últimos tiempos han variado considerablemente.
–Quieres decir que en verano, cuando no hay mucha nieve en tus cerros, los hombres adolecen del líquido que brota de tus entrañas –preguntó la sirenita porque quería saber más.
–Hasta los ríos se entristecen por el bajo caudal de sus aguas –decía el Huaytapallana con voz apagada. Se sienten abandonados y callan desanimados –añadió.
–Afortunadamente los hombres beben de tu fuente abundantemente –dijo la sirenita tratando de recomponer los ánimos del majestuoso y sabio Huaytapallana.
–Tendría que ser así –dijo el Huaytapallana, aprobando lo que decía la sirenita. Pero, los hombres se están volviendo mezquinos al punto de limitarse, inútilmente, entre ellos, el consumo de agua por falta de una buena administración. Critico a los hombres por la mala administración y suministración del agua.
–Ciertamente –repuso la sirenita. No pueden limitar el agua diciendo que no hay; cuando sobre ti pesan gigantescas reservas de agua –decía, mirando a su alrededor y perdiéndose entre las altas cordilleras.