CÉSAR MORENO SENMACHE
La puerta se cerró dejando la casa en silencio. Se propuso disfrutar de la reciente paz adquirida. Su esposa y nietos no regresarían pronto. Al volver sobre sus pasos, el periódico sobre la mesa de centro le recordó la batalla pendiente.
Desde que tenía memoria, Eduardo había dedicado muchos momentos de soledad a resolver Geniogramas. Su pasión por la lectura y el ansia de conocimiento, razones que lo llevaron a ser maestro, se forjaron cuando rodeado de diccionarios y enciclopedias, pasaba horas enfrascado en una batalla intelectual contra M. Lara, el autor de los Geniogramas. Para Eduardo resolver por completo este intrincado juego de palabras había pasado de ser una pasión a convertirse en una obsesión. Cada Geniograma resuelto constituía la derrota del creador y la victoria del maestro. Su victoria.
Decidido a vencer una vez más, dió un vistazo al Geniograma a medio resolver, encendió su primer cigarrillo y pensó: –“Bueno, Lara, aquí estoy y no me corro”. Mientras exhalaba el humo, lentamente, revisó el Geniograma como quien revisa las posiciones en un campo de batalla. La frase principal estaba resuelta: “No es para morir que yo pienso en la muerte, es para vivir”. Malraux. Pero aún quedaban espacios en blanco y esperaba completarlos sin recurrir a los diccionarios, sus armas en este cruzado enfrentamiento. Al cabo de un rato decidió coger el Petit Larousse y una a una comenzaron a caer las posiciones del enemigo: Médico asesinado por Charlotte Corday, cinco letras: Marat. A medida que llenaba los casilleros, un sentimiento de superioridad lo iba llenando a él. Pariente del Papa, seis letras: Nepote. Ya se había fumado el último cigarrillo cuando descubrió, consternado, que se encontraba atrapado: Sonido onomatopéyico de fractura, cinco letras. Probó todas las palabras que conocía y ninguna encajaba. Debido a su obsesión compulsiva por resolver el Geniograma, empezó a alterarse. Era la última respuesta. De ello dependía el resultado final. Victoria o derrota. Él o Lara.
Sonido onomatopéyico de fractura, cinco letras. La interrogante rebotaba en su cabeza buscando una salida. Habían transcurrido casi dos horas. Sus nietos llegarían en cualquier momento. Decidió calmarse y tomar un café. Dejó el Geniograma sobre la mesa, sin embargo el Geniograma no lo dejó a él, acompañándolo hasta la cocina. Sonido onomatopéyico de fractura, cinco letras. Mientras preparaba el café, mentalmente ensayaba posibles respuestas, pero nada. ¡Maldita sea! Levantó la taza y se dirigió a la sala. Sonido onomatopéyico de fractura, cinco letras. De pronto se vió lanzado violentamente hacia atrás por los aires en una extraña contorsión. Mientras caía, el tiempo transcurría en cámara lenta hasta casi detenerse. Entonces comprendió.
Sus nietos habían dejado tirado uno de sus juguetes y él acababa de pisarlo. Recordó la taza de café que traía en la mano y pudo ver como volaba junto a él. Pensó en la caída. Quiso protegerse pero era demasiado tarde. Su cabeza golpeó fuertemente contra el piso al tiempo que la taza se hacía añicos a su lado. Fue cuando lo escuchó. Un ruido corto, seco, grave y profundo. No podía ser la taza ya que esta había producido un ruido agudo. ¡Eso era! Sonido onomatopéyico de fractura, cinco letras. Por fin tenía la respuesta. Se hubiera reído de no ser porque empezó a sentir un ligero adormecimiento en la cabeza que se iba acentuando rápidamente. Entonces se estremeció. Sonido onomatopéyico de fractura... No había lugar a dudas. Sumido en la más profunda oscuridad y con el último vestigio de conciencia tuvo que aceptar la realidad. Se había fracturado el cráneo. El Geniograma quedaría inconcluso.
Lara había ganado la batalla final.